En el patio Angie intentaba frenar la ansiedad del abstemio. Llegó a mi lado y me preguntó si no había robado algo del departamento del mexicano. La compasión no forma parte de mi ideal. Le contesté con una negativa que llevaba implícita la amenaza de exponerla, frente a los policías, como la pareja del mexicano. La yonky que también movía la droga del imbécil aquel que ahora se encontraba en el hospital por burlarse de Ernesto. Me carcomía la presencia de Angie. Era vieja, igual que mi madre. Tenía el culo destrozado, según el mexicano. Me alejé de su lado para irme a refugiar bajo el árbol de buceras.
Desde ahí escuchaba las canciones de Juan Gabriel que sonaban en la casa de los hondureños. El ruidoso lamento de la pobreza. Detestaba hasta el cansancio ese ambiente llenó de pudrición. El mexicano había incumplido su promesa. No me llevó a ningún lado, no me alivió el cansancio. Si acaso podía agradecerle algo era que, cuando Pedro lo descubrió y pidió ayuda, pude entrar a su departamento y coger la mercancía que guardaba bajo el fregadero en una botella de detergente. Cuando los vecinos me vieron con el pomo, pensaron que intentaría lavar la sangre del piso. Por lo menos con el secreto podría obtener algún dinero para la fuga.
Luego de las dos horas y quince minutos que la policía había tardado en levantar el cuerpo y las huellas de la desgracia, nadie tenía ánimo de recomenzar la vida. Padeciendo el horno del verano fuimos humedeciéndonos con el tiempo. No había escape alguno, pensé de pronto viendo las caras de quienes me rodeaban. Todo se pudre. Todo termina por pudrirse sin importar el lugar donde nos encontremos. Ninguna salvación puede zurcirse desde la desgracia. La verdad encontrada me hirió la garganta.
Esa mañana decidí vender la droga que me sobraba y huir. Huir hasta un lugar frío, con nieve y árboles, alejado de ese sol, ligado a la locura, de Miami. Si no podría salvarme, por lo menos intentaría descubrir otros infiernos, los míos. Aquellos que estuvieran alejados de la vejez con que estaba matizada la existencia en La Pequeña Habana. Imposible desfallecer en un espacio como éste, donde la vida ni siquiera se percibe. Para comprobarlo, busqué los ojos de mis vecinos y sólo encontré historias de algo que llamaban vida, sin saber que no era más que el espejismo de un sueño. Huecos tras de los párpados. Seres caminando rumbo al abismo.
Encendí un cigarrillo para jugar con el humo que tatuaba el aire. Subía por la corteza del árbol, por sus ramas, por las hojas de ese buceras que había permanecido estoico frente al derrumbe. Seguí el humo hasta que se perdía en el follaje.
Se trataba de un follaje que se movía. Un follaje azul que se movía. Uno, dos, tres, siete, catorce… movimientos azules en el cielo que bailaban apartados de cualquier síntoma oscuro. Las mariposas, las Miami Blue, habían puesto sus capullos en el árbol y empezaban a salir para reencontrarse con sus compañeras en una danza secular. Se mantuvieron arriba y bajaron y luego nuevamente subieron. Ya no estaba el mexicano para verlas, para darse cuenta de que se había equivocado. Hasta en eso, el mexicano era un pendejo. Y tal vez yo también. Las mariposas no se habían extinguido, sólo habían cambiado. Volaban libres con pedazos de mar sobre sus alas.
© All rights reserved Xalbador Garcia
XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.