Su boca fue hasta mi herida y chupó mi sangre. El hondureño que me había amenazado de muerte estuvo a punto de cumplir su promesa. De la pierna Lucía fue subiendo hasta mi ingle. Me sacó el pantalón para tener libre mi coxis. Fue lamiendo mi pene desde el glande hasta el escroto. Poco a poco una manta de placer iba cubriendo mi vientre y mis párpados. El otro lado de la muerte no es la vida, sino el placer. Tomó una de mis manos y la llevó hasta su seno. Con la mitad de mi palma podía cubrirlo. Tenía el pezón despierto, que yo acariciaba entre las yemas de los dedos. El tacto la hacía gemir. Mientras el tiempo avanzaba, en ocasiones ella succionaba la cabeza de mi verga y se la introducía en la boca hasta llegar al tronco. Something in your smile was so exciting.
Se levantó. De espaldas se quitó el pantalón y pude ver las nalgas que se sostenían sobre dos piernas, delgadas y morenas, que terminaban en una deliciosa división que hacía adivinar la estrechez de su vagina coronada por un ano cerrado y palpitante. Me paré en su torso. La abrasé. Qué dolor por el balazo, ni qué la chingada. Mi pene estaba parado. Con su mano derecha lo llevó a su culo y, con la derecha, se empezó a tocar el clítoris. No intentaba que la penetrara, sino más bien que le estimulara el ano mientras se dejaba llevar por la marea de su primer orgasmo. Lucía conocía cada pliegue de placer que su sexo podía ofrecer. Se agitó despacio. Dio un jadeo intenso. Soltó mi pito y se volteó para quedar frente a mí. Me tumbó en la cama y fue llenando mi glande con su vagina, ya para ese instante, húmeda en exceso. Arriba de mí, ella se movía degustando cada rincón donde el roce se volvía delicia. Something in my heart told me I must have you. Su voz aguda me anunciaba que se preparaba para venirse.
El cambio de ritmo implicó que me empezara a golpear el rostro. A cada bofetada su placer iba incrementándose. Justo cuando llegó al clímax, la tomé por los hombros y la tiré de espaldas sobre la cama. Aún gemía al momento de que empecé a pegarle, con palma abierta, en el rostro. Le saqué la verga de la vagina y se la metí en el culo. Gritó de desconcierto. ¡Me estas cogiendo el culo! Dale, despacio y luego un poco más fuerte. Siento que me partes en dos. Escucharla me calentó aún más y sentí cómo mi verga iba siendo succionada con fuerza entre sus nalgas.
Eyaculé una y otra vez. El semen salió y le tatuó las piernas. Lucía me miraba sin parpadear. Estaba muda. Nos quedamos así varios minutos que podían haber sido horas. Quiero orinar, voy al baño. No, méame encima. Fuimos hasta la tina y se puso de rodillas frente a mí. Su rostro no se movía. Me estaba viendo como si ofreciera su cuerpo entero a mis deseos. Comprendí el significado del sacrificio. Era mía. El chorro de orina la empapó. Está caliente. Siguió gimiendo mientras el líquido le recorría los senos y el vientre y llegaba hasta el clítoris. Cuando acabé, llevé mi boca a su frente. Hervía.
Strangers in the night… esa fue la primera vez que Lucía llegó hasta mi departamento buscando mi cuerpo y no la mariguana o la cocaína que siempre me pedía. Desde el inicio de la transacción le intercambié la droga por sexo oral. En aquellas ocasiones, Lucía se sentía humillada. Dos gotas de agua rodaban por sus ojos, enmarcados con rimel negro, cuando me miraba arrodillada frente a mis piernas. Su talle delgado bajo la playera negra de Guns N’ Roses hacía que imaginara completo su cuerpo de dieciséis años.
Lucía tenía que comprender que la misericordia en la vida no es más que un discurso hueco regalado a los miserables. Si buscaba su recompensa tendría que pagarla. Así se lo hice saber luego cuando sus visitas se incrementaron y yo dejé de conformarme con una mamada. La penetraba por las mañanas, ese tiempo muerto en que su madre había salido a cubrir las pocas horas de trabajo que le exigía el plan ocho del gobierno con el que vivían Lucía y su hermano menor. Al principio ella no se movía. Le aterraba sentirme dentro.
Un día gris, nacido tácitamente para la desgracia, me confesó que los empellones le recordaban el dolor de la violencia con que su padre le arrebató la virginidad a los 12. De aquella experiencia, Lucía aprendió a resistir. De los encuentros conmigo, a comprender que nada es gratis en la vida. Dos conocimientos imprescindibles si Lucía pretendía sobrevivir en el capitalismo sangrante del American Dream. Fly with me.
© All rights reserved Xalbador Garcia
XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra