La mujer y el hombre eran voces, en ocasiones carnales, en otras melancólicas, detrás de la puerta escamada. Había un rosario de palabras que se volvía un sonido más avecindado a la angustia que al gozo. Desde el balcón que daba a la Calle Siete, donde por las noches intentaba fumar habanos, escuchaba la peregrinación de lamentos. A esa hora los viejos del edificio se habían ido a dormir y entonces podía disfrutar del aire y el tabaco sin tener que regalar estériles sonrisas a esos rostros ligados a la muerte. Me asqueaban sus gestos acompañados de cansancio. Con la soledad y el silencio, el hombre y la mujer se iban haciendo palabras y luego jadeos y luego lloriqueos y luego nada, como una ofrenda diaria a la miseria compartida.
Ante los otros habitantes del edificio se amparaban en su mutismo. Si acaso el hombre alguna vez me soltó un saludo cuando lo encontré en los pasillos. Vestía un pantalón y una camisa tapizados con huellas de la construcción donde trabajaba. La mujer, en cambio, ni siquiera levantaba la cabeza. Caminaba mirando el suelo. Rehuía al contacto con cualquiera que no fuera el hombre. Es curioso pensar que nunca los topé en la lavandería del patio trasero. Posiblemente componían una pareja de ilegales lacerada por su pasado en un país donde la existencia se restringe a estatutos migratorios. Sin papeles, ni los sueños ni los deseos cruzan la frontera.
La mujer era casi una anciana y el hombre apenas sorteaba los treinta. Salían juntos temprano. Llegaban solos cada uno con una nueva historia de su desdicha. El hombre saludaba cuando lo encontraba con una breve inclinación de cabeza. Nadie sabía sus nombres. Por su forma de caminar, podrían haber sido centroamericanos. Eso lo suponía también Lucía cuando hablábamos sobre ellos. Son unos hijoeputas pobres venidos en La Bestia que andan escapando de la migra. Cada día son más los que enmierdan Miami. Tenía razón, Lucía. Con sus apenas dieciocho años sustentados en sus dos pequeñas tetas morenas, ella tenía razón. Cada día éramos más en esta ciudad dispuesta a maquillarse de paraíso para ocultar el horror que le daba vida.
Por la noche y solo, volvía el ritual del desencanto. Primero la mujer llegaba con ese pasado que le impedía levantar la mirada. Luego el hombre se apersonaba. Sucio y cansado como su propia alma. Ajetreo de trastos y procesos doméstico, tan tediosos como necesarios. Tras de ellos las palabras, el ajetreo, los gemidos y el llanto. Algunas veces, al oírlos jugaba a contar sílabas y acentos en el aire. Imaginaba que las murmuraciones del aire se convertían en versos que, como rezo, la mujer y el hombre se repetían para reencontrarse con su dios, un dios también ilegal, que los cuidaba desde la podredumbre de su país.
Deseé que esas vidas tuvieran un sentido poético porque en el infierno unas cuantas iluminaciones pueden ofrecer misericordia. Palabras vertidas a poesía que se esparcía en jadeos y luego a lágrimas de felicidad por el deseo consumado. Cada noche, un ritual de versos entre dos seres unidos por la desgracia. Lo deseaba incluso aún más cuando por las mañanas la mujer dejaba ver fragmentos de su rostro con marcas de dolor. Ojos rojos con márgenes morados. Labios rotos enmarcadas por mejillas hinchadas.
El día de la deshonra, el hombre salió solo de su departamento. Me vio y volvió a saludarme sin prisa. Se fue con su mochila al hombro, sus botas industriales y su pantalón aún sucio. Sonrió por primera vez. El gesto heló mis horas. Eso mismo fue lo que conté a los agentes de la policía que llegaron a recoger el cuerpo de la mujer. Supimos entonces que la mujer se llamaba Esperanza y, sí, era ilegal.
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XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos, en la categoría de Literatura, en el área de Novela. Beca que ganó nuevamente en 2012, pero bajo el género de Ensayo Creativo.
Poesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra