La marca de la esclavitud, la huella de la colonización y el holocausto de la trata negrera, además de profundo dolor y heridas que no cierran, también trajeron para el Caribe una gran complejidad en su contexto histórico y social y en la relación de este con las prácticas literarias de la región. Si a todo ello se suma la diáspora antillana, la conclusión es una suerte de sistema cultural caracterizado por exclusiones, invisibilidades y, por ello mismo, marcado por la intención de romper subordinaciones de toda índole.
La negación del pasado esclavista, la historia escrita por los vencedores –muchas veces antiguos traficantes negreros, dueños de esclavos o sus descendientes– y en general la ausencia de cartas y libros donde los propios esclavizados narraran el horror, trajeron como resultado una incautación de la historia y del imaginario colectivo. Correspondió entonces a la oralidad trasmitir la memoria. Los cantos de esclavos y los proverbios ancestrales son, hasta el presente, una suerte de «base de datos» de no pocas representaciones conceptuales. Dicho conocimiento, al que se le sumaron sistemáticamente cuentos y leyendas, es, para el Caribe, supervivencia y conexión. Sin embargo, en la medida que crece la distancia entre las generaciones esclavizadas y el hoy antillano se hace preciso la afirmación de una tradición negra que, reflejada en las diferentes poéticas artísticas, devenga autorreconocimiento y sentido de pertenencia a una historia y una cultura más tangibles.
En la anterior dirección se inscribe una zona de la narrativa de la escritora guadalupeña Gisèle Pineau quien, desde sus novelas El exilio según Julia y Mis cuatro mujeres, ha intentado (re)colocar dentro de la historia caribeña una buena parte de lo expropiado al imaginario del pueblo antillano. Para ello se ha valido de autoficciones donde mezcla las acciones de sus personajes con documentos bibliográficos, la cotidianidad familiar con relatos sobre celebridades culturales y las vidas privadas con acontecimientos sociales, destacando, desde un ejercicio contra-canónico e inclusivo, la influencia de todo esto en el imaginario afrocaribeño.
Si se leen detenidamente las páginas de Mis cuatro mujeres y de El exilio según Julia, es posible seguir la historia de Guadalupe y de las Antillas de un modo casi continuo. Pasando de una a otra, las referencias fidedignas del Caribe se despliegan. En Mis cuatro mujeres, la narradora testimonia la esclavitud, secuelas y la posterior abolición. En esa otra autoficción que es El exilio según Julia, cuenta cómo su propio padre, militar de carrera, se unió al Movimiento de la Disidencia que abarcó miles de voluntarios martiniqueses y guadalupeños que, arriesgando sus vidas, se unieron a la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra Mundial y participaron en todos los combates hasta la liberación del territorio francés. El triunfo y la caída de Charles De Gaulle; el destino de su propia familia emigrada a Francia, dependiendo de la «suerte» del general, también son líneas fundamentales en El exilio según Julia.
Una y otra vez la historia grande y la pequeña se entrelazan en la narrativa de Pineau. Una familia teje los hilos de su vida estrechamente ligados con la historia, no solo la caribeña, sino también la del continente europeo y la universal. «Dios me salvó. Ya se acabó la escuela, en pleno mes de mayo. A causa de los Acontecimientos.», escribe la niña Gisèle en cartas dirigidas a su abuela ya de regreso a Guadalupe, después de haber vivido unos años con la familia en Francia. Asistimos, pues, a los sucesos de mayo del 68 pero no a través de análisis políticos o de las resonancias de los discursos oficiales sino gracias al argumento de una niña negra de origen caribeño, a quien dichos acontecimientos sorprendieron en el lugar de los hechos y relata cómo fueron vividos por ella y su familia. Así, pues, todas las cartas de la niña a su abuela muestran una nueva configuración del saber histórico aprendido: los acontecimientos sociales son consumidos en la dieta diaria de la familia caribeña para engrosar sus mitologías individuales.
La restitución de una tradición negra, la necesidad del conocimiento de una estirpe donde reconocerse y admirar, se manifiesta en los múltiples referentes que pueblan estas dos novelas caribeñas. Hay un dato que pudiera parecer menor y que, sin embargo, honra los propósitos de Pineau. Cuando la narradora retrata la estancia, las vicisitudes y el racismo que padecían los niños en la escuela a la que asistían, menciona el nombre de la institución escolar. Esto pudiera parecer innecesario si no fuera porque dicho nombre honra a Pasteur Amédée Fengarol (1905-1951), gran pedagogo guadalupeño que dejó su impronta educacional en varias escuelas. De una amplia labor sindicalista, Fengarol también participó en la fundación de la sección del Partido Comunista francés, en Guadalupe, del cual deviene secretario adjunto. Ampliamente reconocido y popular en el archipiélago antillano, numerosas calles, plazas y colegios llevan su nombre y perpetúan la memoria de quien murió en extrañas circunstancias, en medio de un contexto anticomunista inspirado en el macartismo norteamericano.
Otras presencias afloran en El exilio según Julia formando parte del árbol genealógico espiritual de la familia. La mítica e icónica Joséphine Baker, sus canciones y los niños de diferentes lugares adoptados por ella y la huella insoslayable de Martin Luther King (presente en ambas novelas) están entre ellas.
La admiración por personalidades negras desarrolla en algunos personajes una importante empatía ante la injusticia y la discriminación por el color de la piel. Tal es el caso de la tristeza manifiesta de los niños de El exilio según Julia ante el racismo de los espectadores contra Sylvette Cabrisseau, una martiniquesa, la primera presentadora negra de la televisión francesa, en breve tiempo destronada de su cima mediática.
Gisèle Pineau ofrece así una especie de archivo espiritual que permite reconstruir períodos sociales desde un discurso plenamente consciente. Lo historiográfico y lo sociológico transforman los espacios de escritura y recepción al promover una lectura más plural de la/nuestra «gran» historia caribeña. El lazo entre lo individual y lo colectivo, a partir del cual trabaja Pineau, permite releer el pasado a la par que privilegia el futuro. El discurso sobre la memoria histórica, reconocible en una parte apreciable de la narrativa contemporánea, aún tiene mucho que aportar en su condición de capital simbólico de la tradición afrodescendiente, prácticamente imposibilitada de archivos más allá de los oficiales. La recordación del drama histórico vivido, los testimonios trasmitidos de generación en generación y las autoficciones caribeñas, son materia prima indispensable para horadar, desde la literatura, no pocos esquemas de dominación colonial, lamentablemente enriquecidos en nuestros días.
© All rights reserved Laura Ruíz Montes
Laura Ruíz Montes (1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Ha publicado libros de poesía en Cuba y el extranjero, de los cuales Los frutos ácidos y Otro retorno al país natal, obtuvieron en 2008 y 2012 respectivamente el Premio Nacional de la Crítica Literaria. También ha publicado libros de ensayos (centrado en la literatura caribeña), teatro y literatura para niños y jóvenes. Su traducción del francés de El exilio según Julia, de Gisèle Pineau obtuvo en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su último libro de poesía publicado es Diapositivas (2017). Su volumen Grifas. Afrocaribeñas al habla (entrevistas a treinta creadoras del Caribe anglófono, francófono e hispanohablantes) está en proceso editorial en el Fondo Editorial Casa de las Américas. Es la editora principal de Ediciones Vigía y la directora de La Revista del Vigía de esa misma editorial.