Este febrero, gracias a mi amigo y promotor creativo Andreu Torrado tuve la suerte de conocer en propia carne, a uno de los artistas más marginales y desconocidos que vive hoy bajo la capa urbana y cosmopolita de Barcelona. Su temática artística, y su manera de abordarla, hacen de Martí Teixidor un creador singular por el desafío provocador de su relato.
Habita en el conocido barrio de l’ Eixample. En su domicilio, conviven infinidad de obras en pequeños dormitorios donde apenas entra nadie y la luz natural. Lienzos abarrotados de oscuridad y polvo. Sobrepuestos uno detrás de uno, como una colección de estampillas que hablarán de la vida vivida. En la habitación contigua al comedor, descansa en forma de ceniza y recuerdos, la imagen sacrosanta de su mujer. Lara Látiris una artista plástica como él, que en vida dio lo mejor de sí para hablar en sus telas sobre la condición de ser mujer y el amor por su marido. Allí reposa la memoria de una musa compañera de viaje y mito viviente de Martí.
Su obra se basa en el relato o la puesta en escena de un fondo lleno de preguntas. Una infinidad de individuos que tienen la narrativa en sus propios ojos. Pupilas llenas de goce o selladas bajo el velo de los siete pecados capitales. Rostros que apenas si se miran entre sí y que dirigen mayoritariamente su paisaje a un espectador impávido por lo que observa. Juicios finales sobre algún contenido que, para él, son objeto de denuncia o evocan en la tela un aspecto humano. Los personajes aparecen en grupo con el rostro alicaído, bajo la mofa, la rabia, el grito, la ironía, el horror o desde la propia belleza que ofrece la mujer en su faz más puramente erótica.
Figuras donde la muerte es casi un personaje inseparable. Muerte, en forma de búsqueda a través de un representante angelical. Muerte a través del demiurgo. Muerte, bajo las garras de un ave roja que viene a recoger tu cadáver. Muerte, escondida en la faz de un esqueleto con corbata y traje rodeado por personas solitarias. Muerte presente y distante a la misma vez. Por ejemplo, desde la propia resurrección, cuando la figura de Frankeinstein forma parte de una historia rodeado de tinieblas.
Alegorías bajo el horror ante una reproducción de “El grito” de Edward Munch. O desde una simbología a varios temas como el sufrimiento en el cuadro de El Guernica de Picasso. Alegorías al gran Velázquez en sus temas compositivos. A las pinturas negras de Goya, incluso a este hermoso loco y poeta del trazo que fue Francis Bacon o a la imaginería completa del pintor austríaco Óscar Kokoschka.
A menudo aparecen mensajes en forma de viñeta, laudo o sentencia, si bien a mi entender algo reiterativas o sobrantes, de sumo sentido para un pintor que no elabora ningún trabajo sino hay detrás alguna significación inherente en él.
Mención especial la aparición de niños como seres inocentes delante de la maldad adulta. La infancia como lugar fácil para el adoctrinamiento en medio de una clase llena de perversos instructores a la vieja usanza, y vestidos de pedófilos. También un cuadro crítico con la valoración del arte contemporáneo, haciendo una referencia a la conserva de heces que diseñó el italiano Piero Manzoni con “Merda d’artista” como crítica.
Martí Teixidor es un relator vivo de escenas que surgen de su pensamiento. Provocador. Tenebroso en la luz y su discurso visual. Pero confirmo que es juguetón en su quehacer cuerpo a cuerpo y un gran ser humano. Como dice uno de sus cuadros bajo un doble sentido: “Los infectados… no podrán saborear la belleza”.
Él si la degusta, porque es el árbitro de sí mismo. ER