Non nova, sed nove
Mis queridos amigos
Permítanme comenzar mi intervención con una pregunta clave.
¿Cuánto queda por decir de Martí, y decir bien, de su obra a más de un siglo de su muerte? Ciertamente, mucho.
Martí es una categoría cultural del cual los cubanos no podemos desprendernos a pesar de las incoherencias y excesos que han marcado nuestra realidad, especialmente las últimas seis décadas. Su obra reducida muchas veces a frases ha sido llevada desde el papel hasta el mural y proyectada desde allí como parte de un discurso que solo ha servido para tergivérsala. Siempre se le cita de corrido o por falso chovinismo o por ser un referente necesario para identificarnos como pueblo, pero nunca desde el texto. La razón es muy simple: Martí es despreciado a la vez que temido por quienes promueven la seudo-política del mural y el paternalismo. Su imagen idealizada, y un marcado desconocimiento de la historia, permiten que su obra viva a merced de estos excesos.
El sitio que Martí ocupa en medio de este proceso, digamos, de vaivenes y politicastros, es sin dudas desconcertante para un pueblo que ha visto su voz silenciada desde la autoridad que presupone la obra martiana llegando al punto de resultarle tan conocida como ajena.
¿Hemos enterrado a Martí? Sí, muchas veces en medio siglo. Su sepultura sobrepasa los cinco entierros originales. Sin embargo, a sus sepultureros solo les han servido estos entierros para entender cuán difícil es deshacerse de la verdad. De la verdad de una obra que no pasa, que perdura en el tiempo y el corazón de los buenos cubanos de aquí y de allá; los buenos cubanos que hoy se disponen a rendirle, no el tributo que merece, sino el que le corresponde por presente y deber.
Hoy, y luego de esta rápida digresión, me propongo subrayar que la poética de José Martí no ha encontrado muchas veces la adecuada valoración crítica tanto de su literatura como de los valores éticos que la componen. Existen, sí, muchos temas que todavía reclaman amplia dilucidación. Se ha escrito sobre las zonas más conocidas de su literatura general, pero las exegesis más agotadoras, a mi entender, continúan siendo escasas aun cuando es considerado el escritor y pensador de mayor universalidad que haya nacido en Hispanoamérica hasta nuestros días.
En este sentido, su obra es sin cuestionamiento alguno tan actual como hace cien años. La cronología de su vida y los hechos que marcaron su labor en cuestiones de Patria, junto al Ismaelillo y los Versos sencillos resultan las zonas mejor escudriñadas de su obra. Pero Martí es mucho más. Sobre todo en el tratamiento del símbolo que construye y resemantiza su pensamiento dándole por fin sentido a la vida real y a su poética diseminada por entre discursos y cartas, por entre versos y periodismo. Símbolos que portan la esencia de la raíz humana en medio de un mundo carcomido por la prisa del egoísmo de entonces y la militancia del desarraigo de hoy. Símbolos que pasan del pensamiento a la palabra y del verso a la vida.
Desde esta perspectiva, el libro que les presento esta noche, Jose Martí: a la lumbre del zarzal, realizado con el rigor de la investigación moderna, resulta un acercamiento crítico a la poética y simbología general del Apóstol desde la orientación de la lectura ontológica, cristiana, social e histórica que nos presenta a un alma en pleno laboreo por el ascenso espiritual y personal del hombre.
Lo integran los siguientes ensayos:
1-La poética de muerte, el sacrificio y la cruz en Martí.
2-La simbología arbórea en la poética martiana
3.La naturaleza en Martí: los motivos de una metáfora.
La simbología martiana, pocas veces bien valorada por quienes rechazan cuanto no responde al raciocinio e interés de la vida materia, es, no obstante, paradigma del mejoramiento espiritual del Apóstol y del hombre en sentido general. La multiplicidad de imágenes a veces abruptas, a veces ilógicas y contrastantes, esencian la diversidad y unidad de la vida con sus altibajos y sobresaltos, sus penurias y flaquezas, a la vez que sus encantos y sus luces. Conceptos como el sacrificio y el Amor en pos del mejoramiento humano, van ligado a símbolos como cruz, copa, voz, Muerte, etc., que junto a su conceptualización sobre la Naturaleza actualizan la idea del ser trascendente. Asimismo, el rico sabor teológico y escatológico de muchos de los símbolos refrescan con asombrosa precisión el referente neo y veterotestamentario de su poética en el espacio de un mundo asfixiado por la modernidad.
Jose Martí: a la lumbre del zarzal atiende en todo momento a la integración del fenómeno estético, histórico, geo-político y filosófico al espacio de un mundo ético hecho prosa y poesía. Todo tratamiento es único, desde la aproximación a la Muerte, la naturaleza, la Patria, el obrero, los niños, la mujer, la emigración, la ciudad, etc., hasta un bestiario que asocia a los valores o antivalores, virtudes e indignidades del ser (caballo, paloma, águila, buey, tigre, halcón, cocodrilo, serpiente, gusano, etc.).
Desde estos símbolos, nuestro poeta elabora un pensamiento ético-estético de profundo talente humanista basado para ello en el aspecto conductual de hombre, su razón de ser y su impacto en el curso de la sociedad y la vida. Para él, la preocupación ética es también preocupación ontológica: empieza el hombre en fuego y para en ala. Hay un conocimiento del ser que desea comunicar, un deseo de vaciar el alma de pasiones e imágenes, frutos de visiones y experiencias sensibles que trascienden el plano personal y dan paso al altruismo—: (renuncias, sacrificios, soledades, etc., conceptos entretejidos con otros como patria, libertad y Amor). Puntualmente, se trata de una axiología de la praxis concebida a modo de un proyecto redentor tanto social como individual donde el símbolo constituye, digamos, el instrumental ético del mismo.
Pero ilustremos esta experiencia poética debidamente.
Todo conocedor de la obra martiana sabe que la experiencia del presidio, por ejemplo, se erige en el bautizo de fuego que ungiera a nuestro Apóstol en su compromiso perenne con la patria. El impacto de la cárcel colonial marcó definitivamente tanto su existencia como el corpus de su literatura general. De hecho, a escasos meses de haber arribado a España, publica su alegato testimonial El presidio político en Cuba. En esas páginas vertió el dolor más descarnado de su reclusión juvenil y lanzó, sin ambages, su censura más severa en el corazón de la misma Metrópoli. En ellas escribió:
Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera copiado y lo hubiera pintado mejor.
Muchos años después vuelve el tema a la pluma del Maestro. Esta vez visualizando el motivo del presidio colonial a modo de una radiografía que trasciende el muro del recinto penitenciario para acentuar la condición de una nación esclava, caprichosamente expoliada de su libertad:
Y aún me aterro
De ver con el recuerdo lo que he visto
Una vez con mis ojos. Y espantado,
Póngome en pie, cual a emprender la fuga!—
¡Recuerdos hay que queman la memoria!
¡Zarzal es la memoria: mas la mía
Es un cesto de llamas! A su lumbre
El porvenir de mi nación preveo:
E.C., t. I, p. 62
Y en efecto, una vez sumergido en las bestialidades del presidio, presiente que sería el encargado de encausar la libertad de su patria. Y al igual que en Abdala, asume la misión de portar una profecía para su pueblo: ¡Zarzal es la memoria: mas la mía/ Es un cesto de llamas! A su lumbre/ el porvenir de mi nación preveo. Nada sorprende de la resonancia bíblica en esta lectura, sobre todo por evocar la experiencia juvenil del poeta en la cárcel colonial. La realidad de Cuba queda mejor expuesta a través del simbolismo fecundo de la zarza incandescente. Baste recordar la revelación de Dios a Moisés “en una llama de fuego, en medio de una zarza (Ex 3.2) que no se consumía, para nombrarlo libertador del pueblo de Israel bajo el yugo de los egipcios. Dios habló a su profeta desde las llamas, y Martí, a su lumbre, se comisiona en un acto de fidelidad, como el portador de una profecía igualmente redentora. Símbolo y realidad se funden. Si en los textos bíblicos la zarza ardiente simboliza la presencia divina, para Martí implica —más allá de su experiencia vital—, la realidad de un drama histórico-social que lo sitúa en el liderazgo de la batalla por la redención del pueblo cubano. Representa en sí, no la alusión patética a un pasado doloroso, sino la invitación a participar en el re-ordenamiento de la unidad nacional del país. Es diríamos entonces, el símbolo de la evocación, del testimonio social más acendrado del Apóstol que contiene la esencia y fundamento de toda su obra patriótica, delineada —poéticamente—, a la lumbre del zarzal.
Hoy más que nunca necesitamos volver sobre nuestro padre fundacional en medio de un mundo asfixiado por el egoísmo que le carcome el alma de la persona humana y volvernos al reencuentro de nuestra esencia como pueblo único e indivisible. La Historia nos marca un punto de partida y nos señala un presente doloroso: andar es nuestra decisión; pero andar como pueblo verdaderamente Libre.
El Apóstol nos guie.
Muchas Gracias.
© All rights reserved José Raúl Vidal y Franco
José Raúl Vidal y Franco Nació en La Habana en 1968. Ensayista y crítico. Profesor investigador de la obra martiana. Autor de José Martí: a la lumbre del zarzal (2014) y Los Versos libres de José Martí: notas de imágenes (2015). La Narrativa cubana del Exilio (2015). Otros trabajos suyos incluyen: El ritmo semántico como principio estructurador de los Versos libres (1995). La naturaleza en Martí: motivo de una reflexión (1995). Amor con amor se paga: un proverbio inmenso (1994), Lo de Puerto Príncipe (1994). Autor adjunto de Ediciones Homagno. Colaborador de Nagari, Revista de Creación Literaria. Vive en el exilio, Miami desde 1998.