Miami. Durante una noche de la primavera pasada, cinco bardos alrededor de la mesa de un restaurante: se aglutinaron bajo un anfitrión; el autor de la Isla de Withman, Francisco Larios. Junto a él, el poeta argentino Esteban Charpentier, Eduardo Martínez de origen venezolano, Denise Vargas de la tierra de Honduras y un servidor.
Tras uno de aquellos espejos donde el Versalles esconde su origen: comimos lo común y bebimos lo justo. Aptos y listos, para ampliar la noche e iniciar una sucinta embriaguez en mi apartamento de Coral Gables, a pocas cuadras del lugar.
Abrimos una botella de Malbec, entre otras. Lo servimos en copas de cristal de Ikea (¿…?). Y la colección negra de libros Visor, nos protegió durante la reunión mientras Borges, Plath, Montejo, Alberti, Girondo, Lezama Lima, Darío, Anne Sexton. Octavio Paz, Pitzarnik o la mismísima Wislawa Szymborska se mantenían en silencio a nuestro alrededor desde mi biblioteca privada.
Salió la lírica en aquel círculo con fruición. Algunos desde sus propias ediciones en papel que llevaban en sus manos. Otros conectados al Iphone y a su manzana prohibida en plata. El hecho es que el duende apareció en la atmósfera de aquella noche. Y los versos entraron dentro de los distintos “yoes” de los allí presentes a través de la palabra.
Al turno, Denise recitó un poema suyo que nada tendría que envidiar a los microrrelatos de Monterroso por su brevedad y delicado ardor escondido en sus cuatro versos…
Infidelidades
Me encontraste dormida
con un libro de Margarit
abrazado a mi cintura
y un verso suyo en mi boca.
Pues bien hurgando en los libros del poeta catalán Joan Margarit (el juglar que ella abraza en su cintura) encontré este poema de su libro Amar es dónde llamado curiosamente El Fracaso que, de alguna manera directa y lujuriosa, alude también a lo prohibido y es una respuesta.
La escena: un cuarto al que la luz
llega desde la calle como un dolor de fondo.
Una mujer está durmiendo:
su ropa, bien dispuesta en una silla,
…es uno de los personajes.
El otro, que es un hombre,
mira las bragas negras.
Reflejada en sus ojos, la conciencia,
es un volcán donde, tarde o temprano,
acabará lanzándose.
Se asoma al cráter, pero es muy oscuro
…mira las bragas negras como el lobo
mira una presa fuera de su alcance.
El poeta José Luis Quesada dice de la autora
“La importancia de sus poemas no reside solo en lo trascendente, sino en un lenguaje eficaz, que se inclina entre lo íntimo y lo coloquial”.
Hernán Antonio Bérmudez un crítico literario comenta
“La autora aborda el fulgor de la existencia, no sin antes rendirle homenaje a la gran poeta polaca Wislawa Szymborska,” .
“El lector tiene en sus manos la ópera prima de Denise Vargas. No parece este su primer obra, llega como un añejo bourdeaux; Aquí hay un libro natural y orgánico, pero denso: su espera nos ofrece formas maduras y nuevos sentidos” Rolando Kattan Tegucigalpa julio de 2016.
Por mi parte decir que la poeta ..me ha hecho vivir la emoción turbulenta del suicidio desde una terraza, en su poema La azotea. Ante un simple mantel de hilo, entendí porqué el “silencio” pide ser parte de un diálogo entre dos voces que se miran (El huésped). Aprecié la vejez como una libreta de teléfonos entre las arrugas de unas manos, cuando ya no queda nadie en aquellos versos que le dedica a la abuela en Noventa. Leí el arranque de una “ola” como una autobiografía posible de sí misma en el primer poema de su libro. O me dí cuenta de la razón por la cual “la distancia entre dos tumbas” es necesaria para ocupar tú, este espacio, cuando nos llegue el momento entre aquellos o aquellas que hemos amado (Extensión terrenal).
Me he puesto las mismas “alas de aquel niño” mientras ya de viejo solo concibe “el plomo del ancla en cada pie” en el poema Acta es fábula .He confirmado, al fin, que Abelardo y Eloísa se encuentran en el cementerio de Père Lachaise de París contra la voluntad de lo posible. Vestido yo mismo de “inspector de maletas” en cualquier recorrido de avión por el mundo (…su mundo) y no saber, aun, qué esconde en ella, a parte de sus libros, en las estrofas que aparecen en Sala 16.
En el último verso de su obra, cierra el poema final con un epitafio no numerado para los que, amar el conocimiento y los volúmenes en lo anaqueles, no nos representa niguna culpa …
Los libros serán mi último vecindario
que nadie tome mi silencio por soledad.
Los lunes ya no tienen más, para mí, la añoranza del domingo; sino del día posterior. Martes como toda la vida es un “manual de autoayuda” sin artificios para aquellos poetas y lectores que exigen respeto por la buena escritura y los deseos de vivir. De obligada lectura… para el circunspecto.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)
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