En la Historia del Arte existe un espectador histórico (aquel que vive el momento en que se gesta y nace la obra en cuestión), un espectador informado (aquel que mira en retrospectiva hacia lo que ya está hecho, y las más de las veces canonizado). No quisiera entrar en debate sobre la supuesta ventaja y comodidad que refiere un juicio esgrimido a distancia sobre una obra o un autor; pero sí debo expresar que hallo un inmenso valor en el reconocimiento de aquellos creadores que logran ser artistas de su tiempo, reconocidos en su tiempo, alabados y respetados en su tiempo. De alcanzar la condición anterior, no solo serán responsables el artífice y su producción, sino también el crítico de arte. Llevar a cabo el ejercicio del criterio incluye la visión futurista y promisoria que permite la selección de un autor individual dentro de un colectivo, una voz independiente que destaca dentro de sus coordenadas espacio-tiempo. Imaginen lo complejo que puede ser entonces encontrar estos personajes singulares dentro de un panorama tan fértil y convulso como el de Argentina. Argentina no es solo un país musical y literario, con nombres como Carlos Gardel y Jorge Luis Borges, sino también –y, sobre todo- un país plástico, el país pictórico de Antonio Berni, Xul Solar, Emilio Pettoruti y Luis Alberto Wells.
Resulta que este último artista nos da la posibilidad inmensa de participar de su proceso creativo como espectadores históricos, dado que es un autor que continúa actuando e influyendo sobre el panorama internacional con su obra. Nacido en Buenos Aires, el 14 de Julio de 1939, Luis Wells irrumpe en la palestra cultural hacia la temprana edad de 19 años, cuando junto a nombres también coloreados de importancia (Kenneth Kemble, Alberto Greco, Fernando Maza…), funda el movimiento Informalista Argentino. Este movimiento brinda a Wells la oportunidad, sin marcos y sin límites, de explorar el arte desde diferentes manifestaciones, que poco o nada tenían que ver con la tradición técnica del papel o el lienzo. El Informalismo, como en concepto fue defendido por sus padres estadounidenses, dejaba en total libertad al espíritu para la creación, plataforma que fuera utilizada magistralmente por Wells, permitiéndole incursionar en instalaciones, esculturas y assembles, técnicas relativamente nuevas dentro de su territorio.
Vale mencionar que las obras concebidas por el artista durante estos primeros años informalistas, marcarán para bien su devenir posterior. Puede decirse que, a partir de este momento, Wells carga con “el peso del objeto”, un peso objetual positivo que, desde sus manos, abrirá puertas al espíritu dadaísta y al antiarte en Argentina. Pensemos, por ejemplo, en aquel Relieve de Troncos, presentado en 1959 durante la Segunda Muestra Informalista, y analicemos cómo el mismo logra convertirse en una alegoría del paso del tiempo a partir de la explotación per se de sus quemadas texturas y corroídos recovecos. Precisamente, son estos objetos-relieves los que hacen a Luis Wells merecedor de importantes galardones (como la Faja de Honor, Premio Ver y Estimar), y colocan su nombre en un lugar privilegiado de la escena artística de los sesenta.
Durante esta efervescente década, Luis Wells participa en exposiciones fuera de su patria, abandonando así su zona de confort y lanzándose a un mundo que abría paso a la postmodernidad cultural, un mundo que en el plano artístico estaba marcado por movimientos como el pop art, el op art, y el arte povera. ¿Podríamos, entonces, plantear las obras de Wells como una suma compendiada de estas experiencias y triunfos artísticos? ¿Es su obra, acaso, un reflejo, una traducción de estos empeños? En lo personal, me atrevería a decir que sí lo es, que quien mire hacia la producción de los años sesenta del artista encontrará un diagrama bien dibujado de su época. Un ejemplo para esclarecer lo anterior podemos hallarlo en “los techos” que a partir de 1964 Wells incorpora como uno de los ejes capitales de su creación. Con el nacimiento de estas estructuras, el artista no solo giraba el aspecto físico de su obra, volviéndola acreedora del espacio, sino también el aspecto conceptual del objecto (aquel mismo objecto que Wells cargaba y continúa cargando sobre sus hombros), volviéndolo paradoja ante nosotros.
Estos “techos”, amén de presentarse como elementos arquitectónicos, resultan totalmente disfuncionales, debido a su ubicación en espacios cerrados. De esta manera la dicotomía “techo bajo techo” priva al objeto de su esencia, y en consecuencia, lo satura por dimensionarlo en su función y excomulgarlo de las lindes arquitectónicas. Será cuando los techos aparecen acompañados por otros elementos estructurales (como la columna, si pensamos en el ejemplo de Denotación Espacial, acreedor del premio Di Tela, 1965), cuando más acrecentado se produce el impulso de reflexionar sobre las apariencias del lugar que habitamos, sobre su veracidad y funcionalidad. ¿Será falso también el cielo en nuestra cabeza? Consideradas esculturas por algunos especialistas, instalaciones por otros, mi modesta opinión es que los techos de Wells resultan más que nada un propósito, un gesto demostrativo de la burla del arte, o en última instancia, el reconocimiento de que hemos topado con nuestros propios límites.
Otro capítulo de necesaria visita dentro de la producción de Luis Wells es aquel dedicado a sus “Toys”, objetos interactivos lúdicos, compuestos de piezas intercambiables, que lo han acompañado gran parte de su vida, haciéndolo merecedor de diversos premios. Los “Toys”, cuya idiosincrasia incluye la comunicación directa con el espectador, pudieran analizarse bajo la lupa de la Teoría de la Recepción, corriente de la crítica literaria que al ser extrapolada al ejercicio artístico, procura que obra y público no sean analizados como dos entidades diferentes, sino como un mismo universo en diálogo continua evolución. Estos “Toys” aparecerán en diferentes escenarios y dimensiones, valiendo destacar el expuesto frente al Museo Emilio Caraffa en 2014, el cual alcanzó una escala monumental grandilocuente.
Esta apertura al mundo que experimenta Wells, lo lleva a vivenciar Londres y New York, lugares en los que además de participar en excelentes programas (Beca British Council, Museo Imaginario Latinoamericano, entre otros), conocerá y disfrutará del influjo de autores de renombre internacional. También por estos años participa en la Contrabienal (1971), una protesta contra la dictadura militar en Brasil, y la XI Bienal de San Pablo. Todas estas experiencias las vuelca Wells posteriormente en Integralia, un Proyecto de Estudio para diseños de artistas, que fundara junto a Luis Camnitzer y Rubens Gerchman.
Después de este recorrido nutricional por las grandes capitales artísticas del mundo, regresa Luis a su tierra, donde continúa su intenso quehacer, esta vez con incursiones en el diseño decorativo de fachadas de inmuebles y murales. Será este el momento de admirar su virtuosismo pictórico desde diferentes facetas, que se traspasan del muro al lienzo, expresándose a través de una geometría fluyente que tanto me recuerda a la del Movimiento Concreto Cubano, especialmente a la técnica depurada de Sandú Darié y Loló Soldevilla.
Los juegos de líneas de sus piezas, los cuadrados en fuga dominados por colores tropicales vivos, irán evolucionando, influidos por el mismo quehacer del artista. Su técnica se volverá más discursiva cuanto más referencial, a medida que avanza la última década del siglo XX y la primera del XXI. Sus formas, que fluctuarán ahora entre lo geométrico y lo orgánico, seguirán siendo recogidas sin limitaciones, lo mismo en el lienzo que en esculturas ambientales, como el Homenaje a Herbert Dielh, pieza monumental que alcanza los ocho metros de altura. Su nombre, el cual destaca grandemente como escultor, no puede ser desligado de la pintura. Wells es un maestro del color y la forma pintada, un estructurador de ideas que luego de ser bidimensionales se llenan de volumen y crecen ante nosotros, sobrecogiéndonos.
Es este un artista con más de una treintena de exposiciones individuales dentro y fuera de su país de origen; acreedor de relevantes galardones como el Premio Konex (1982), y el Gran Premio de Honor en la IX Bienal Internacional de Arte de Valparaíso, Chile (1989). Su obra se halla en importantes colecciones de arte moderno, dentro de las cuales destaca el MoMA de New York. Una vez más, Luis Wells no es solo un nombre empolvado en un libro de texto para alumnos de Historia del Arte: Luis Wells es, para beneficio de todos nosotros, una entidad viva y aprehensible, una fuerza actuante que de seguro será reverenciada con igual vehemencia por espectadores históricos e informados.
© All rights reserved Roxana M. Bermejo
Roxana M. Bermejo, La Habana, Cuba. Historiadora y crítico de arte. Licenciada en Historia del Arte por la Facultad de Artes y Letras de La Universidad de La Habana. En el presente se desempeña como Editora de revista académica de perfil independienteArt-Sôlido. Merecedora por su libro Bitácora del sujeto ausente, del Primer Premio Novel Internacional de Poesía Universitaria “Cátedra Miguel Hernández” de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Alicante (España, 2016). Participante en diversos eventos nacionales e internacionales, relacionados con la cultura caribeña y latinoamericana. Textos suyos de perfil investigativo han sido publicados en espacios como la revista y el tabloide Artecubano, AMANO: Oficio &Diseño, FullFrame, ArtOnCuba, y el portal digital cinematográfico Cuba Now.