1
Pienso en los hipopótamos de Pablo Escobar,
Esa pareja de gordos y malolientes hipopótamos
Que el capo de capos hizo traer desde algún país de África
Para mantenerlos en cautiverio en su finca Nápoles,
Allá por los rumbos de La Dorada, Caldas.
Hipopótamos negros y gordos.
Hipopótamos negros, gordos y espaciosos
Que pensaban que el clima colombiano les sentaba muy bien.
Hipopótamos negros que iban y venían bajo las aguas mansas de algún río,
Mientras su dueño se dedicaba a asesinar a medio Colombia;
Pienso en que soñarán los hipopótamos mientras navegan sumergidos bajo las aguas.
¿Soñarán con la vida de sus ancestros africanos?
¿Pensarán en faraones y negros hutus y bantúes?
¿Soñaran con leones y elefantes, con el sabor agrio de la sabana?
¿Con ríos más estrechos, con lodo sulfuroso?
2
Un buen día, después que el capo de capos había muerto, después que medio país había sido desangrado, después de que nadie se ocupaba de ellos, abandonados en lo que era su casa, la hacienda Nápoles, los hipopótamos abandonaron la tranquilidad de su río y se fueron a pasear. Atravesaron ríos y montañas, pueblos, caseríos y ciudades en busca de un nuevo rincón en el cual guarecerse, en el cual alejarse de los humanos.
Siguieron una ruta desconocida.
Se escondieron bajo una sombra y descansaron alejados de la vista humana.
Tal vez pensaban que nadie se acordaría de ellos.
Tal vez pensaban que nadie los iría a buscar: su dueño había muerto abatido por las balas del bloque de búsqueda en una azotea de un barrio de clase media de Medellín,
¿Quién se iba a preocupar por ellos? ¿Quién los necesitaba?
Ellos no querían a nadie.
Eran felices.
Vivían solos y alejados de cualquier ser humano.
Pero la raza humana no perdona. Ni siquiera a los hipopótamos de un capo asesinado.
Había que buscarlos y atraparlos, traerlos de nueva cuenta hasta la hacienda abandonada, dejarlos morir ahí, si fuera posible.
Y los buscaron, por agua y tierra.
Se contrataron expertos cazadores,
Se armaron bloques de búsqueda,
Se recurrió a la ayuda de la CIA y el FBI,
Se utilizaron fotos satelitales,
Se armó a los campesinos y a los pescadores:
Los hipopótamos eran tan peligrosos como sus dueños, decían los noticiarios de las diez de la noche.
Había que atraparlos, vivos o muertos.
Detenerlos y enjuiciarlos, preguntarles cuál era su situación migratoria, cómo habían entrado al país, que papel jugaban en los negocios de su dueño. Tal vez ellos sabían de los tratos del capo con políticos y militares, tal vez ellos, los hipopótamos negros y gordos, conocían los secretos más sucios del país. Había que detenerlos, cazarlos, interrogarlos, torturarlos.
El primero de ellos cayó abatido en una redada en los límites del río Cauca y el Magdalena: se resistió al arresto, fue la versión oficial. Estaba armado y era peligroso.
El segundo estuvo escondido, a salto de mata, en pequeños riachuelos, en selvas y barrancas. Pero hasta ya lo encontraron. Tres tiros le dieron la policía. Murió defendiéndose, dijeron los oficiales que lo enfrentaron y lo redujeron.
© All rights reserved Javier Moro Hernández
Javier Moro Hernández Poeta, periodista y promotor cultural. Poesía suya ha aparecido en diversas antologías y en revistas como Tierra Adentro, El Perro, Cinosargo (Chile). Autor del libro de poesía “Mareas” (Abismos 2013) y de las plaquettes de poe´sia Los Hipopótamos de Pablo Escobar (de próxima aparición con Deleatur) y Los salvajes de ciudad Aka (En colaboración con Carlos Ramírez, Deleatur-Dos10, 2012). Fue coordinador del Recital de Poesía Chilango-Andaluz y del Gabinete Salvaje, Noches de poesía y Artes, desde el año 2010. Miembro del colectivo de poesía Los Salvajes de Ciudad Aka. Es colaborador de periódicos como La Jornada de Aguascalientes, y El Financiero y de sitios de Internet como Suplemento de Libros, Noiselab, BunkerPop.