A todo desencanto le llega su hermosura, lo sabemos bien los que nos sentamos a ver dónde acaba la mirada, allá, en la frontera del párpado cerrado, o el horizonte. Por eso el silencio se parece al futuro: no existen, excepto en la poesía y en las imaginaciones privilegiadas como la que despliega Frank Báez en su colección Este es el futuro que estábamos esperando (Seix Barral, 2017). Entre la candidez y la irreverencia, el sostén de la creación es el merodeo de Báez por el mundo, por donde va desnudando metáforas. Qué le vamos a hacer, ¿no?, si ya el pudor no vale nuestro sonrojar en oro.
Premio Nacional Salomé Ureña 2009 y seleccionado al Bogotá 39 en 2017, Frank Báez hace una poesía cuyos materiales poéticos son tanto las marcas de vivir en una aldea global (sin chuparse el meñique) como lo son las barricadas hipsters desde el caribe postindustrial. O, dicho en una sola palabra, awesome. Lo que tiene entre manos es, paradójicamente, inasible. Este es el futuro que estabas esperando también recoge poemas de Anoche soñé que era un DJ, Llegó el fin del mundo a mi barrio, La Marilyn Monroe de Santo Domingo y Jarrón, que se postulan en el libro como regiones extrañas de un mismo territorio en movimiento.
Frank Báez –un cosmos, Santo Domingo el hijo– es un viandante por la forma del poema, y así lo marca el paso de su escritura en poemas como “Milky Way”, «Chicago» o «La industria cinematográfica dominicana», trabajos que discursan en síncopas en un fraseo cadencioso, como un proverbial jangueo en Washington Heights un sábado a los dos de la madrugada.
Del libro se desprenden muchos Báez como quien entra a una casa de espejos y se ve a sí mismo multiplicado en imágenes. Entonces no es Frank Báez – turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando-, sino toda su generación mirándose como si fuera él. «Querido Walt,» escribe en «Una epístola para Walt Whitman», «te escribo para contarte/ cómo tu barba ha inspirado a mi generación/ más que tu poesía».
Whitman, sabemos, se celebraba a sí mismo, y lo que él asumía, debíamos asumirlo todos, como hizo Martí, y Neruda, y Lorca, y Ginsberg (a quien parodia en «Maullido»: «No he visto las mejores mentes/ de mi generación ni me interesa»). Probablemente sea uno de los poetas más importantes del siglo XIX y de siempre, pero en el poema de Báez se limita a ser un ícono hipster, algo así como un delirio warholico producido para reproducción y consumo. En efecto, en «Una epístola para Walt Whitman» todo el mundo lleva barba y el poema gira hacia lo que pudiese ser poesía de ciencia especulativa cuando culmina diciendo: «…quizás esa vex tuviste una visión profética/ y alcanzaste a verlos todos ahí arriba/ con sus barabs paseándose en el puente de Brooklyn/ que por cierto también era parte de la visión/ ya que en esos días el puente tampoco existía».
Awesome.
Igual solo se trata de que la poesía siempre es una ciencia especulativa y que el lenguaje de Frank Báez trae el cordón umbilical enredado en el cuello, y ahí se ha tenido que quedar, sin el corte que lo separe de su origen cultural, pero tampoco de Joyce, Joe Pesci, Marlo Brando, Orson Welles, Audrey Hepburn y otros que pasean por sus versos. No nos equivoquemos: «Tu verdadero nombre es Santo Domingo/ pero respondes cuando te llaman/ New York Chiquito», dice en el poema «4» de «Llegó el fin del mundo a mi barrio».
La vida nunca fue Kansas, Toto, y las zapatillas inmortalizadas en su «Elegía a mis tenis» nunca fueron rojas ni estuvieron encantadas.
En su lengua, cada átomo de su sangre, hechos con esta tierra, con este aire que viene, como la brisa del Mediterráneo, «con los brazos tendidos/ como si la hubiesen enviado de la agencia de turismo» («Alejandría»).
Frank Báez es cosa seria. Se aparta de las escuelas y de las sectas. Las deja atrás. Acaso, alguna vez le sirvieron. «Mi primera publicación fue a los dieciocho años» inicia «Suplemento cultural», «… sin leer el poema, un puñado de poetas me acusaron de plagio/…Me prohibieron la entrada a los talleres literarios». Frank Báez no olvida. Es puerto para el bien y para el mal cuando habla sin cuidarse de riesgos. Naturaleza sin freno. Energía vital. Camina con la tierra en la creciente noche.
Los poemas de Este es el futuro que estabas esperando gozan de un distintivo registro formal que, de manera casi artesanal, va torneando las fortalezas del verso. En su morral, Báez lleva la imagen poética entre sinécdoques, metáforas, personificaciones y símiles que se ponen a la disposición de la anécdota que se nos cuenta como un juglar entre platos y mixers. Hay una fábula donde un DJ y un poeta caen en un pozo… pero es mejor leer el libro.
Nada es en vano para el poeta. «Lo mejor es cuando/ le pones seguro a la puerta/ y solo están tú y el poema/ y no tienes más remedio que preguntarte/ si eres tan bueno como te dijeron el otro día/ o tan malo como dicen siempre» («Poema»). El desafío sobre su cabeza. La burla mordaz. «El poeta es a la poesía lo que las tuberías son al agua», dice en «En Damen». Son mohosas las costas de la memoria hacinada. Los poemas se estiran y tocan la barba de Frank Báez. Los poemas somos nosotros, el Caribe imaginado, Frank Báez es un Walt Whitman.
Y todo cuánto es de él, es también mío. O de nosotros.
Lo importante es lo que resta. Y los hilos que unen las estrellas.
© All rights reserved Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.
twitter: @elidiolatorre