En medio de un telón entrecortado bajo una luz verde un sinfín de maletas viejas se arrinconan al final del escenario. El cante jondo entra en escena, y un soldado ante un general franquista durante Guerra Civil española anuncia a un batallón de víctimas que van a ser ajusticiadas. Entre ellas una por el simple hecho de ser poeta “ Federico García Lorca. Una supuesta cuarentena concedida por sus verdugos antes de fenecer va a permitir al protagonista hablar de su pasado tortuoso y vivencial a lo largo de la obra.
A partir de aquí una narrativa nueva a la hora de abordar la energía del bardo. Un texto que evocará la dicha y la muerte en vida de Lorca: desde su niñez y sus canciones hasta el hogar, sus amores vedados (Dalí, Aladrén, Rapún..), sus amigos (Alberti, Buñuel…) su familia, su condición política -aunque se quiera omitir y esconder todo el mundo sabe que Lorca fue comunista le duela a quien le duela. Su apego al mar y a lo efímero. Sus viajes a través del planeta (Granada, Madrid, Barcelona, La Habana, Buenos Aires…Nueva York). Sus poemas (Romancero gitano “Verde que te quiero verde”….Poeta en Nueva York), su teatro (Yerma…) su fusilamiento desde un día sin luna y bajo la luz directa del faro de un camión.
Desde el punto de vista de la puesta en escena quiero felicitar –ahora sí, sin fisuras- este hermoso álbum de cromos existencial y necrológico que ha conceptualizado Nilo Cruz sobre el autor y su época. Destacar la trama y su manera polivalente de usar a los actores para hacer una caligrafía honesta y bien puntuada de versos, ecos, desdichas, datos evidentes, juicios. Con un énfasis sutil sobre el silencio, la luna, el río, el horror interior, la España mísera, el mediterráneo… los principales íconos de Federico. O simplemente las ganas enormes de inmortalidad del personaje que juegan como acicate y empuje del relato hacia el final. Este ideario junto a una escenografía deliberadamente infantil permite que los sueños se desarrollen en su propio hábitat y dan pie a que, el vestuario, juegue como un segundo lenguaje. Resaltar el papel de registro indirecto que adoptan las maletas junto a una elaborada luz que permite que nos traslademos a distintos espacios en segundos.
Ariel Teixidó pura y simplemente labra el personaje a golpes desde la primera escena; le da el brío y el dolor que requiere el texto. Todo el equipo secundario se convierte sin duda en calificativo de “principal”. Lorca no sería Lorca –valga el énfasis- sin los otros lorcas. Sin la feminidad y soltura dinámica y bríosa de Yani Martín. La niñez desde el apego y el miedo de Irene Benítez. Sin la esperanza “verde”de Omar Germenos como símbolo del amante. Sin el lorca dramaturgo y desde el blanco de Xavier Coronel. Sin la muerte, el duende y el luto, este lado oculto pero latente del poeta, que tan bien traza el bailaor Aaron Cobos. O este lorca ensangrentado no sería el mismo sin sus crueles antagonistas que hacen de Carlos Acosta un odioso y malévolo militar que junto al súbdito y divinamente loco guarda interpretado por Rosie Inguanzo – a destacar su excelente e hilarante personaje investido de Salvador Dalí- hacen de contrapunto esencial en el conflicto de la obra.
Lorca en un vestido verde es un teatro dentro del teatro donde habrá infinitos lorcas en un mismo espacio “No sabía que tuviera tantos yoes” dice el protagonista. Una sala específica para recordarle que aun pervive su figura a pesar que está muerto. Un espacio de sueños y recuerdos. De sufrimientos y lujuria daliniana bajo el surrealismo. Un encuentro con Cadaqués y la España vilipendiada por el fascismo…
“Que todos sepan que no he muerto…que todo es un sueño”. Fin. Nagari