LOS DESEOS UTÓPICOS LLEGAN A SER MÁS ABSURDOS
Tras la muerte de una persona amada.
Llegado el fin de la historia personal
Con un adiós de ojos vidriosos, se ha cumplido,
dice una presencia polar. El frío
se yuxtapone al calor menguante
de lo humano. El frío,
y su opuesto
polar. Hubo hace tiempo
una época temprana
de patines de cuatro ruedas, una acera
de Filadelfia, cuándo la imaginación se correspondía
con un futuro. He aquí la atormentada
aritmética del uno menos uno.El cero
en uno oculta al otro. Así
lo parece, al menos. Una sucesión de fichas de dominó
en blanco convertida en espectáculo
que observamos un instante
(el pestillo de la puerta se atranca y luego cede)
mientras nos comemos una nube de algodón de azúcar.
Elegía. Mary Jo Bang
El hijo de Mary Jo Bang, poeta, murió por sobredosis.
El hijo de Piedad Bonnett, escritora y poeta, se suicidó.
Las dos mujeres narran el dolor por la muerte de un hijo con el desgarro enmudecido de la literatura en mayúsculas. La lectura de los poemas de Mary Jo Bang y la novela de Piedad Bonnett no está indicada para las almas frágiles, ni tampoco para los que sienten pánico ante la muerte de un ser querido.
Si tienen la tentación de leerlas, recuerden un momento de su vida en el que hayan sentido el navajazo doloroso en su estómago por una pérdida humana.
Piedad Bonnett es una escritora colombiana . Hasta la fecha, ha publicado ocho libros de poesía, cinco novelas, cinco obras de teatro, varios ensayos y algunos cuentos. Ha recibido los premios: Mención de Honor en el concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz por su libro De círculo y de ceniza, el Premio Nacional de Poesía Instituto Colombiano de Cultura, 1994 por El hilo de los días, el XI Premio Casa de América de Poesía Americana, 2011 por su poemario Explicaciones no pedidas y el Premio de Poesía Poetas del Mundo Latino 2012. Ha sido nombrada Escritora del año Portal de Poesía Contemporánea 2013.
A finales de enero del 2014 compré el libro sin saber que despertaría amargos recuerdos. La memoria, a veces, nos condena a revivir lo que sepultamos y Piedad Bonnett se lanza al fondo de su infierno personal para recuperar la cordura.
El suicido de su hijo, aquejado de un trastorno mental, está narrado bajo el género de la novela breve en la que la palabra se ciñe al duelo sin tregua. La escritora no oculta el horror, la culpa y la sin razón que siente pero mantiene sin fisuras la lucidez por desenmascarar el tabú del suicidio de Daniel, su hijo.
Los capítulos en los que describe el sufrimiento que provoca la enfermedad mental en los que la padecen y entre sus familiares, me conmueven por la sobriedad y la pasión contenida de una madre que se aferra a la creación literaria… a un poema que escribió cuando Daniel era un niño. Como si hubiera sido un presagio:
“la ola entra alocada, dando tumbos,
“ …”
la ola con sus paréntesis vacío para siempre
que viene a recordarnos que vivir era esto,
que hacia ese lugar desde siempre veníamos.
A ese lugar acabo de llegar, a mis sesenta años recién cumplidos. Y Daniel es mi paréntesis vacío. “
La búsqueda de la razón última que condujo a Daniel a lanzarse por una ventana es una ardua tarea de confrontación entre el sentimiento posesivo de una madre y la exculpación del suicidio como un acto de liberación.
La novela finaliza con una oración materna escrita por una poeta que amortaja a su hijo con la túnica de las palabras:
Envío
Dani, Dani querido. Me preguntaste alguna vez si te ayudaría a llegar al final, Nunca lo dije en voz alta, pero lo pensé mil veces: sí, te ayudaría, si de ese modo evitaba tu enorme sufrimiento. Y mira, nada pude hacer. Ahora pues, he tratado de darle a tu vida, a tu muerte y a mi pena un sentido. Otros levantan monumentos, graban lápidas. Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme.
Piedad Bonnett habla en primera persona, pero también cita a otros escritores que sufrieron pérdidas irreparables. Gracias a ella he descubierto a la poeta americana Mary Jo Bang y a la “aséptica aparente” madame Annie Ernaux.
Annie Ernaux sucede a Piedad Bonnett en la próxima reseña y por extraño que parezca su libro, Pura Pasión, también se engarza en otro dolor cruel: el de la obsesión amorosa.
Ángels Martínez