Lo que cuentan los muros
En el Palacio de Abrantes titilan las velas, suenan acordes, navega el embrujo, se dicen poemas y entre nosotros la noche. Singladuras arcanas de romance, Alicia y Lisandro un orbe no escrito y convulso, somos y son en un mismo edicto por un segundo.
“Una tormenta de aire
buscando sólo tus ojos
juego de fuego que abrasa
Sientes”
‘Conocerse es el relámpago’ de ‘La liturgia del olvido’- Pedro Enríquez
Dormía la ciudad
tras la puerta, el alma de las cosas
era un tiempo de escarcha;
ápices afilados de madera y grafito
en las horas del sílice y el yeso
recuerdan una historia sobre lienzos de aire.
Era noche
entre yelmos, solitud del instante,
estrépitos en soledad
donde los hombres son laberinto.
Las paredes son los huesos del tiempo,
memorias del tuétano que duele y arropa.
Escalones sin calofríos, en la luz
llevan los zaguanes a esféricas historias
silenciosas, arcanas; las panoplias
son la guardia de la sala.
Una boca de guitarra,
un bronce cálido,
las manos en acordes,
una soleá.
La brisa de un canto elevado de palmeras
rompe el fuego y los silencios,
rojo y púrpura, ecos de las velas,
quejío gris de viejas armaduras, templadas
cuerdas de corazón, nocturno
compás de un fuego secreto de amantes,
tiempo en el huso de las notas
que vienen a morir en los oídos presos,
noctámbula armonía de los tactos
abrasados en verticales días.
Sudor de mampostería, estruendo de amores
proscritos por fanática entraña, de los fuegos
cae al vacío la cera
titilante en un baile custodiado, la mano
de ese acorde silencioso es abismo de universos.
En la sombra
humores de cuarzo y estuco, barro
encendido en el fuego, un poema
rompiente en las molduras y los techos, reverbera
el sigilo de los besos, un relámpago tranquilo
cae en árabes tonadas, un rayo
le responde desde el yelmo habitado, el requiebro
se hace eterno en acústicas semblanzas de esta noche.
Y los muros, hoy paredes
enfoscadas de aguijones silenciosos, alas rotas
en bramido lapidado de un dolor
con vergüenza de los siglos.
Chimenea desolada sin hogueras
custodiada por los yelmos descarnados,
hoy cobijas a los hombres
en sus ruidos, en sus huellas, en sus pasos.
Y los muros de ese cosmos donde el duende
viajero entre sombras e ilusiones
de colores que sin luces toman vida
es un liquen imborrable
en conciencia de ese alma de las cosas.
Ya no existen los cuentos de hadas
En el salto de la comba era el juego inconsciente
sobre el ritmo en inercias de mecánicas
que la infancia solo entiende.
En sus ojos lucen risas
por carreras tras las clases,
escondites y meriendas
y deberes inquietantes.
Y los días son volubles,
tras reclamos de la madre, en el baño,
en un ocaso de agua, al calor de la lumbre.
Y la noche era el patio
y los ruidos de los aires
en los ojos de la casa;
y la cena con los padres
a la hora que las luces
titilaban tras la tarde
era un tiempo de familia
de jolgorio, de verdades
y era el postre esa fiesta
que esperaba aquel infante
por haber sido aquel niño
en sus juegos y en sus lances;
y después las buenas noches
en el éxodo de infantes
antesala de los cuentos
entre sábanas cordiales
a la espera de los sueños
tras molinos y gigantes,
en palabras sosegadas
la paciencia de una madre
que no espera nada a cambio
solo el sueño de su infante
por tranquilas fantasías
y aventuras incontables.
Y en las vueltas de la noche,
¿qué fue de los molinos y los gigantes?,
¿qué fue de Barataria y de Sanchos y Quijotes?
En los ojos de la duda
en reposos de la prisa
soledad y solitud
en silencios inquietantes,
¿que fue de las palabras, los hechos, las verdades?
¿que fue de los héroes y de sus colores?
¿qué fue de aquel niño ‘andante’?
En el salto del resorte de la esfera de los doce
tomó vida la asidua cantinela
y los sueños fueron sueños,
solo sueños,
más acá de las razones,
más allá del vacío en la frontera
donde ya no sabe, de aquel niño y sus sueños, el hombre.
Ahora el salto es del catre
en el juego de los días,
en inercias responsables
que olvidaron ya la risa
en los miedos y abrazos
de una madre y los sueños.
Ya no encuentra escondites
ni aquel agua en su armonía
en los cuentos que no existen
porque ya no existen hadas.
El camino fue difuso
en los vahos donde el niño
se dejara a las hadas
y a la magia de sus días
junto al cofre de los sueños.
Un desván hace la cuenta
de los días, de los años
del olvido de aquel niño
de sí mismo, de la senda
de sus sueños y quimeras.
Y el vacío bajo el cuerpo
es el molde en la mecánica
del adulto enredado
en un tiempo que no existe.
Y, ese hombre en la nostalgia va y levanta la mirada,
y en el viso de sus párpados caídos
va y encuentra una lágrima,
sobre ella
una risa ya olvidada
va a lomos del salino descalabro
en el humo de siluetas de las hadas en un niño.
© All rights reserved Francisco Beltrán Sánchez
Francisco Beltrán Sánchez es Profesor de Enseñanzas Medias –Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Granada-, trabaja en el CDP Juan XXIII – Chana de Granada. Así mismo se esfuerza en ejercer de escritor y poeta en la compresión del tiempo y el espacio. En esa misma comprensión promueve eventos culturales como la “Velada poética, de canción de autor y flamenco ‘El Embrujo del agua’” en la Casa Museo Federico García Lorca de Valderrubio o “Tiempo de Encuentro” Tertulia-Velada cultural en la Casa Museo Federico García Lorca de Fuente Vaqueros.
Obra literaria/creativa: ‘Hilvanes del agua’–poemario- (Editorial Nazarí), ‘Sueños dispersos’ –narrativa/cuentos- (Editorial Nazarí), varias publicaciones de poemas en poemarios colectivos y en la revista la Cafetera de la UGR, publicación de artículos en revistas de corte social y sindical, Blog de poesía PoetaRotundo (http://poetarotundo.blogspot.com.es/ ), Blog de opinión Paco Beltrán Sánchez (https://pacobeltran.wordpress.com/ )