NSU Art Museum Fort Lauderdale
Legendary Works by Frida Kahlo, Diego Rivera, and Other Celebrated 20th Century Mexican Artists. February 26-May 31 2015
Si algo llama la atención a lo largo de la historia del arte, son las parejas de artistas que por circunstancias determinadas se han encontrado desde el amor, y han unido sus cerebros, su creatividad y -porque no decirlo también- su neurosis, sus envidias o su autodestrucción a lo largo de su existencia. Citar, como ejemplos, casos conocidos como el de Auguste Rodin y Camille Claudel, o el Pollock y Lee Krasner entre unos pocos. Pues bien, lo que nos muestra hoy en el NSU de Fort Lauderdale es quizás la pareja más enigmática y que más textos ha popularizado sobre sus relaciones bajo la pasión, la infidelidad de ambos, la revolución en México, la ideología marxista, la mentira o las verdades directas, el folclore en su país, las enfermedades que se derivaron de la rotura de la espina dorsal en Frida, las decenas de autorretratos y murales de ambos, la egolatría de Diego, los abortos y los fantasmas de sus suicidios en ella, los destierros a Detroit o Nueva York. En fin, sus grandes obras bajo la estética de una vida… llena de muchas vidas.
“La exhibición ofrece los principales trabajos de Kahlo y Rivera de la colección mundialmente conocida de Jacques y Natasha Gelman de la Ciudad de México y la colección de arte mexicano del siglo XX de Stanley y Pearl Goodman del NSU Museum of Art e incluyen a Leonora Carrington (1917-2011), Gunther Gerzso (1915-2000), José Clemente Orozco (1883-1949), Wolfgan Paalen (1905-1959), Alfredo Ramos Martínez (1917- 1946), David Siqueiros (1896-1974), Rufino Tamayo (1889-1991) y Remedios Varo (1908-1963” dice el texto introductorio a la presentacón.
Destacar del gran maestro Diego, una pieza nada muralista y llena de intimidad como Venderora de alcatrces 1943. Obra, entre muchas otras de este género, que hizo de la blancura de los lirios y el modo ceremonioso en que las mujeres las agrupan en sus manos, un ícono de sensibilidad para el autor. Otro lienzo que impone por su presencia es la estampa impertérrita de la dueña de esta colección, Retrato de Natascha Gelman 1943, recostada en un sofá. Las flores que le acompañan en su figura resaltan otro “lirio” inferior creado con la apertura de su falda y la unión de sus hermosas piernas. Una obra a la par modernista y “burguesa” por excelencia, y que Frida acabó de rematar haciéndole un retrato de su rostro durante el mismo año. La elegancia y la mirada etérea de la coleccionista, vista por la propia pareja, no esconden cierta frialdad y distancia en el tratamiento formal propia del momento histórico y del estilo de la época. A distinguir un par de “riveras” aparentemente poco notables, pero inquietantes. Uno es un lienzo llamado Los girasoles donde una pareja de niños enfrentados –visualmente hablando- se entretienen jugando. El niño con unas máscaras. Y la niña con una muñeca rota. Sentados en el mismo campo donde crecen estas plantas, estos personajes secundarios -los girasoles, las máscaras y dos muñecas- parecen que estén tan tristes como ellos… nadie sabe el porqué ni qué hacen en un espacio, más propio de una habitación de un hogar que de una escena campestre. El siguiente es un dibujo hecho a otra gran coleccionista, en este caso mexicana, musa en un principio y posteriormente amiga, aunque después se distanciaron; el propio Diego le obligó a devolver algunos bocetos . Se llama Dolores Olmedo Desnudo con cabello largo 1930. Un apunte vivo en la piel y a la vez sombrío en el rostro lleno de rizos largos en su cabellera que remarcan su juventud. Entre sus piernas un hermoso pubis a través de una mata de pelo salvajemente negra, muestra de un erotismo fresco y abierto.
De los siete autorretratos de Frida que se presentan, si bien está el tan reconocido y valorado Diego en mi pensamiento de 1943 donde la imagen de él aparece entre ceja y ceja, Autorretrato con monos de 1943 posiblemente sea donde la artista aparece más jovial y autocompasiva consigo misma. Los monos, con sus ojos determinantes y en alerta, acompañan a una Frida bella con sus rasgos masculinos a la vista. Reposada como un buen tequila, amorosa, y llena de simbolismo, nos recuerda que los monos son un símbolo de sabiduría en muchas culturas. Y por supuesto Autorretrato con cama (Yo y mi muñeca) de 1943 . Aquí, la placidez y el dolor al mismo tiempo, dependen de un objeto que la va a perseguir: el lecho donde va a pasar parte de su vida; que en el fondo, no es más que decir, parte de su vida artística. Esta muñeca, como sustituto de lo que hubiera podido significar -es decir, un ser engendrado por ella misma al cual nunca pudo por sus condiciones físicas- dará más dramatismo a la obra e ilustrará con mayor dignidad sus deseos no cumplidos. Frida no solo se dedicó a verse todo el día “ante el espejo” como Narciso como muchos piensan. Dentro de lo que Bretón llamó surrealismo -ella rechazó este término por no querer ser clasificada- hizo, entre otras, una pieza digna de ser denominada así, sin lugar a dudas, y que debido a su largo título, solo hay que ponerse ante ella y disfrutarla: Un abrazo de amor de El Universo, La Tierra (México), Diego, yo y el señor Xólotl 1949.
Acompañan a la exposición, un conjunto de obras de sus coetáneos en aquel momento, tan importantes y necesarios para entender lo que fue aquella época gloriosa y posrevolucionaria que ha dado tanta fama y difusión a este país. Leonora Carrigton con una enigmática y simbólica pieza llamada Artes 110, 1942 . Un lujurioso Minotauro, 1959, de Remedios Varo donde el animal legendario lleva una llave en sus manos. Una pieza exquisita investida de movimiento y sencillez formal, donde una mujer con un niño en brazos parece poseída por el viento: El vuelo 1964, de Siqueiros. Y un par de fotos, entre otras, que delimitan y resumen lo que son estos dos grandes monstruos del arte de este país. La que la fotógrafa suiza Lucienne Bloch le disparó en el Hotel Barbizon a Frida, y la que Leo Matiz le hizo a la pareja posando en su casa con una colección de platos de Talavera.
Para finalizar… regresar al principio. El día de la inauguración los benefactores y gente VIP dieron soporte a la muestra. Y con placer y fruición, ofrecieron un excelente cóctel bien amenizado con buenos vinos, comida oriunda y bailes del país para celebrar la apertura. Pues bien, en la misma entrada a la exposición hay un pequeño cuadro -no puesto al azar me imagino por la curadora Helga Prignitz-Poda- de José Clemente Orozco que nos da la bienvenida en inglés. Se llama Successful People 1945. Fíjense en el él cuando vayan. En el fondo, no podrán prescindir de la mirada y de lo que representó este importante movimiento llamado Modernismo, ligado a las luchas y conquistas sociales de un México en nueva construcción como país en aquella época. Apreciarán que el mensaje no es neutro.
Una exposición imprescindible para visitar y poder entender, no sólo lo mejor de aquella pareja de artistas enamorados a su manera que fueron Frida y Diego, sino para descubrir a través de estas obras expuestas qué pasó entre los años que originaron la Revolución hasta finales de los cuarenta, donde México dio lo mejor de sí en el arte contemporáneo. ER