Acabo de terminar La Parte Inventada la última novela de Rodrigo Fresán (absolutamente magnífica, léala-léala ya) y, como siempre pasa con sus historias, todo está invadido por una reflexión constante sobre la lectura y su poder avasallador. Los comentarios son geniales pero no sin su dejo de brutalidad. Fresán se queja, por ejemplo, de que hoy los best sellers no sirvan como trampolín o plataforma para zambullirse en profundidades más hondas; según él, la gente que lee ese tipo de literatura se queda dando vueltas por siempre, en un loop de lecturas fáciles. O, en sus palabras: “Ahí sí hay crisis. Crisis grave. En los best-sellers.” Para luego agregar: “La mayoría de los best-sellers de hoy sólo conducen – como máquinas rotas o completamente funcionales en su solipsismo – a otros best-sellers.”.
Sí, probablemente está en lo cierto. Pero también, pero con Galileo, “y sin embargo leen”.
Mi abuelo era lector de best sellers. Su idea de la felicidad era perderse en una novela de esas bien gordas y llenas de intriga de John Grisham. No dudo de que, si estuviera vivo hoy, sería el principal comprador de libros de Dan Brown. Y, es más, se los gozaría. No sé si a mi abuelo le gustaría el Kindle, quizás sí, para poder llevarse varias novelas en sus viajes, o tal vez no, porque había algo de placer en ver cómo ese libro inmenso se iba doblando, llenando de cicatrices a medida que avanzaba en su lectura.
Ya he contado esta anécdota en otras ocasiones, pero este lector de best sellers empapeló mi infancia de lado a lado con muchos-muchos libros. Iba a librerías de viejo y me compraba todo: Julio Verne, Emilio Salgari, y, un día, Mujercitas. Sé que es cliché, pero ahí encontré mi libro gordo para ir llevando bajo el brazo, ahí la heroína, Jo, (mi heroína, la que yo había escogido de entre las hermanas March) quería ser escritora (nada de viajar al fondo de la tierra ni enfrentarse con animales salvajes) y eso estaba bien, era suficiente, era todo lo que (me) importaba.
Hay que leerlo todo. Porque leer es elegir, aprender pero también, pero sobre todo, es enamorarse. Desestimar ciertos libros por fáciles, ensalzando sólo las virtudes de los clásicos, deja a mucho lector a medio camino, avergonzado de sus gustos, paralizado e incapaz de dar un nuevo paso. Hay que leerlo todo. Como recomendar el amor, o enamorarse (porque hace bien, porque es una experiencia increíble… y siempre he pensado que una buena frase para recomendar la lectura es “no sabes lo que te estás perdiendo”) sin por ello seleccionar al pretendiente o potencial pareja para una persona. La lectura como obsesión personal, como deseo puro.
Recomendar libros, sí, pero al final dejar que cada quien lea lo que quiera. Tal vez, como dice Fresán, esos libros no servirán de trampolines para llevar a aguas más profundas – mi abuelo nunca pasó de Grisham a Tolstoi o Proust-, pero tal vez sí servirán de trampolín para otros: para que una niña de cinco años se empecinara en empezar a leer antes de tiempo y así poder tener, ella también, uno de esos libros gordos como compañía (y que hoy lee de a un libro diario, y no puede imaginar su vida sin libros). Porque la lectura es contagiosa y felicidad pura, y para eso no hay instrucciones.
© All rights reserved María José Navia
María José Navia (Santiago, 1982) es una escritora chilena. Publicó su primera novela SANT (Incubarte Editores) el año 2010 y el libro de cuentos (formato E-book) Las Variaciones Dorothy (Sub-Urbano Ediciones) el 2013. Sus cuentos han aparecido en diversas antologías (Lenguas (JC Saez, 2005), Junta de Vecinas (Algaida, 2011). CL Fronteras de Chile (Universidad Alberto Hurtado, 2012). El año 2011 su relato “Online” resultó ganador del Premio del Público del Concurso Cosecha Eñe (España); el año 2012 su cuento #Mudanzas fue uno de los 10 finalistas del Concurso de Cuentos Revista Paula (Chile). Actualmente estudia un Doctorado en Literatura y Estudios Culturales en Georgetown University y termina su segunda novela.
Escribe regularmente en su blog de microrreseñas www.ticketdecambio.wordpress.com
twitter: @mjnavia