Escribir en medio de la crisis
La crisis económica mundial, que comenzó en noviembre de 2008, no dejó de sacudir las estructuras tanto de los países desarrollados como las de los eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo”. No solamente no se alivió, sino que sus efectos recrudecieron y el panorama poco halagador no ofrece señales de mejorar en el futuro inmediato. Eventos de estas características globales afectan -y lo sufrimos directa o indirectamente- todas las áreas de la actividad humana. Ni la investigación tecnológica ni la actividad económica, el nivel de vida general, la esperanza de mejorar la existencia, la cuota de felicidad o esperanzas posibles han permanecido en igual nivel desde la fecha mencionada, reduciendo nuestras expectativas, según el caso, a una escala que va desde la conservación de lo que tenemos hasta el básico deseo de simplemente sobrevivir.
Porque sin tremendismos, sabiéndolo o no, hoy por hoy todos somos sobrevivientes.
En este panorama de afectación global, por supuesto la cultura -y en todas sus facetas- ha sufrido las consecuencias del fenómeno. Ningún área cultural fue invulnerable a la crisis, yendo desde lo macro a lo individual. Los ejemplos abundan: Italia, país que figura entre los más ricos en cuanto a patrimonio histórico y cultural de todo Occidente, recortó al 50% su presupuesto de mantenimiento de edificios y monumentos públicos, con la consecuencia de que numerosos ejemplos de valor edilicio fundado en la cultura y la historia se están deteriorando ahora mismo, mientras yo escribo estas reflexiones y usted las lee. Monumentos, edificios y otras joyas del pasado que, llegados a cierto nivel de desgaste, caen en un estado ya irreparable y aquello que el hombre legó a su posteridad hace mil o dos mil años tiene entonces un único destino: volver a ser las piedras sueltas y el polvo que lo originó.
La destrucción del presente
El anterior, desde luego, es apenas un ejemplo creo que bastante contundente. Pero está referido al pasado y podemos hablar también, en lo específicamente cultural, de cómo se arruinan por la crisis global las cosas del pasado más reciente o las que son propias del inmediato presente. En este sentido, bien podemos referirnos a otras decisiones, otros recortes económicos, otros ceses del imprescindible aporte al futuro de la cultura, una línea que también se trunca para no reponerse nunca más. Hablo de los crudos recortes a la publicación y la difusión de los medios literarios que atraviesa todo Occidente desde que comenzó la crisis en 2008.
En los así llamados países desarrollados, fue y es vital para que subsista la prensa literaria el aporte público y privado, aquel que posibilita que un medio se imprima y salga a la calle haciendo perdurar las creaciones de los autores ya consagrados y dando a conocer las nuevas voces, esas que prolongan en el tiempo esa para muchos extraña actividad que es la literatura.
¿Cuántas revistas y periódicos literarios han cerrado para siempre sus ediciones, desde noviembre de 2008, hablando solamente de Occidente? Nadie lo sabe con exactitud, pues a las publicaciones bien conocidas -que también sufrieron en el proceso- deberíamos sumar aquellas que no computa ningún registro exacto número tras número. Esta carcoma silenciosa, que no ocupa los titulares de los grandes periódicos -y no se crea que estos gozan hoy de tan buena salud como hace unos años- abarca tanto la desaparición de revistas, semanarios, mensuarios, publicaciones semestrales, anuales y bianuales tradicionales y bien conocidas, de buena tirada, como el final de aquellos medios más modestos e irregularmente periódicos que, sin haber contado nunca con subsidios ni apoyos económicos de ninguna índole, eran el fruto del aporte y el entusiasmo de sus novatos editores. Editores que en sus vidas personales debieron optar entre seguir publicando esa revista o ese simple impreso que salían a distribuir cuando podían o subvenir sus otras necesidades, las más básicas y elementales. Editores novatos y entusiastas que se vieron forzados a optar por lo que no querían, pues las crisis no suelen dar opciones ni alternativas, solamente ofrecen imperativos, y la que nos agobia no escapó a esa regla.
Para quienes acostumbramos enviar nuestros trabajos a diferentes medios, en todo el mundo, estos efectos de la crisis global resultan harto evidentes y el e-mail o la carta brindando excusas -innecesarias y corteses, desde luego- por no seguir editando la revista en formato papel se ha multiplicado de un modo alarmante desde hace más de un lustro.
Desde luego, las editoriales de poemarios, libros de relatos y novelas, también fueron afectadas -y cómo- por el rigor de esta época, la nuestra. España, por ejemplo, es uno claro de cómo el entusiasmo y el poco capital no logran derrotar a la crisis económica a fuerza de heroísmo solamente. Una amiga escritora, española ella, me confió hace un tiempo que en su país cada seis meses cierran una porción de editoriales independientes y otra porción abre sus puertas. Desde luego que esta marea y contramarea editorial no le hace bien a nadie, porque la inestabilidad no puede beneficiar desde ningún punto de vista ni a editores ni autores. Mucho menos a los lectores.
Para quien no acostumbre reflexionar demasiado sobre las innumerables pistas y los indicios con los que incesantemente nos bombardea la actualidad, esto puede ser más o menos lamentable (nadie se alegrará por ello), mas posiblemente se le escapen las consecuencias futuras del proceso crítico que trascurre a nuestro alrededor. En lo literario, implica que muchas obras en ciernes no van a llegar a sus lectores o que, al menos, sufrirán un gran retardo para hacerlo, con la secuela previsible de que manuscritos y más manuscritos esperarán, como la Bella Durmiente del cuento, a que llegue alguien a despertarlos. Algunos, muchos, seguirán en coma para siempre, en las profundidades de un disco rígido o en la oscuridad interior de un cajón de escritorio.
Otros manuscritos, muchos, deberán abrirse camino como puedan en un panorama mucho más “competitivo” que el de una época muy reciente, con la consecuente pérdida de chances de publicación ante obras que, por ser más del gusto general, por asignárseles justa o injustamente mejores perspectivas para un retorno de inversión, o simplemente porque debido a causas indeterminadas fueron gratas para alguien con poder de decisión, alcancen la impresión en papel o la presencia electrónica. Porque argumentar que en auxilio de nosotros, los autores, editores y lectores afectados por la crisis, acudió providencialmente el desarrollo tecnológico de las últimas décadas, es un verdad parcial, una argumentación que no se sostiene en claro equilibrio sobre la cuerda tensa de la realidad.
Los medios electrónicos no son gratuitos, ni siquiera los sostenidos por aficionados plenos de buena voluntad y medianos o destacados conocimientos de lo tecno. Nada hay que no se pague -con dinero o con tiempo o con ambas cosas- y pagar con tiempo o con dinero en medio de una crisis es más caro que hacerlo en tiempos de estabilidad. Más dinero que estamos obligados a consagrar a otros menesteres; un mayor tiempo, del que debemos disponer para los mismos fines. En todo caso, límites para nuestro entusiasmo, fronteras a superar si lo que se desea es lograr que un medio, electrónico o físico, salga hacia sus lectores regularmente, perdurablemente. Dos adverbios fundamentales en la actividad de referencia. Ineludibles.
Las complicaciones y exigencias que traen aparejados proyectos editoriales de mayor alcance, semiprofesionales o profesionales, creo que no es necesario que las detallemos aquí, pues quien lea estas reflexiones las conoce de modo directo o indirecto o bien puede perfectamente imaginárselas.
Dos grandes males: “el huevo y la gallina”
En este paisaje que no es otro que el contemporáneo, como también sucedió en épocas más prósperas, la obra literaria sufre de dos grandes males. No estamos hablando de lo que les sucede a las ediciones masivas, cada vez más reservadas a “productos” y menos a realizaciones de las características esperadas de una obra de letras. No hablamos de los resultados -en papel o formato electrónico- de los cálculos de las oficinas de marketing, que salen a la plaza confortablemente protegidos por carísimas operaciones de prensa, tan prodigiosas en inversión y alcances que son capaces hasta de convertir a un mediocre desconocido en un mediocre famoso de la noche a la mañana, como si la varita de un mago adolescente lo hubiese tocado “providencialmente” o un “alquimista experto en medios” hubiese obrado según sus reconocida astucia, al menos hasta que deje de vender lo esperado, cuando llegará entonces el turno de otro engendro similar, quizá hasta más perfeccionado.
Nuestro tema central trata de dos grandes males que afectan a las obras literarias porque no cuentan con esa cobertura mediática y porque el circuito comercial de peso pesado tiene otros intereses muy distintos. Estamos hablando de la dificultades para la distribución de obras literarias propiamente dichas y estamos refiriéndonos también a los problemas de su difusión, de cómo se las arreglan esas obras para hacerle conocer, al potencial lector, primeramente que ya están disponibles y de qué va lo que contienen. Estamos hablando de distribución comercial y prensa, que son dos problemas distintos y relacionados. Bien relacionados, aunque no sepamos muy bien, inicialmente, qué fue primero, si el huevo o la gallina.
Veamos: Una obra cuya aparición no es comentada en ninguna parte no trasciende la esfera inmediata de los allegados al autor, al editor o a la librería donde providencialmente esa obra esté expuesta. O sea que el lector posible se va a enterar por cercanía física de que esa obra apareció: conoce a quien la escribió, conoce a quien la editó o desconociéndolos por completo, pasó por la librería y algo, entre los mil o veinte mil títulos que tratan de captar su atención, le atrajo: la cubierta, el título, la ubicación del libro en el escaparate o dentro del local comercial. Que la casualidad opere aquí a sus más completas anchas es la causa de que tantas obras de real valor sean olímpicamente ignoradas a cada hora, ahora mismo y mañana también. Este es un problema de prensa y difusión.
El problema de la distribución, otro y complementario, estriba en que suponiendo que autor y editor se ponen de acuerdo para movilizar todos sus esfuerzos, sus capitales y sus posibilidades en pro de dar a conocer la aparición y las características de la obra, ello tampoco, por sí solo, garantiza que ésta vaya a llegar a manos del lector posible. Es que aquí se presenta un problema simple de logística, uno de los más simples de todos, quizás el más obvio y fácil de comprender: nadie puede hacerse de un libro, aunque así lo quiera, si el libro no está allí donde va a buscarlo. El libro debe estar allí donde lo van a buscar y en el caso de los formatos físicos, eso se traduce en la necesidad perentoria de una buena empresa distribuidora, lo que no está al alcance de todos los autores ni de todos los editores.
¿Se dirá que este problema logístico no existe para el formato electrónico, que se puede adquirir -y a precio más accesible que el formato físico- desde cualquier punto del planeta? Primeramente, debemos darle la razón a quien así argumente, mas volvemos al problema o mal literario anterior, el de la prensa y difusión. Nadie busca algo si no se entera de que ya existe. Ni Google ni Yahoo! ni ningún otro servidor proveen de una herramienta de búsqueda informática que piense por nosotros. Tenemos que decirle al buscador qué buscamos. Todo parece simple, obvio, pero combinado produce efectos bien de lamentar en medio de una crisis económica.
Booktubers: La lección de los chicos
El tema de la distribución adecuada de libros en formato físico parece tener como única solución real la intervención de una empresa especializada en logística, aunque siga dependiendo para tener éxito del otro dilema, el de cómo dar aviso de que la obra apareció, es buena por tal o cual característica y resulta cosa conveniente leerla, o sea, un problema de prensa y difusión. Prensa y difusión de la que habitualmente carecen los lanzamientos editoriales independientes o, en caso de contar con este servicio, resulta acotado y limitado a ciertas áreas.
En medio de panoramas a veces muy complejos y que parecen irresolubles, en ocasiones surgen soluciones o estrategias que permiten resolver los problemas concretos o al menos paliar sus daños reales. En ciertas oportunidades, lo único que se necesita es hacer una adaptación de algo que ya existe; en otras, se debe contar con algo completamente novedoso, hay que crear algo nuevo.
En los últimos años y en el campo de la literatura juvenil, inicialmente, surgió un fenómeno inédito. Jóvenes y entusiastas lectores, que son o no estudiantes de letras y/o noveles autores ellos mismos, comenzaron a dejar en Youtube sus impresiones de lectura en audio e imagen; ellos comentan los libros que más les gustan, contribuyendo así a su difusión. También lo hacen en sus blogs.
No sólo en el mundo anglosajón, de donde parece que provino la novedad, está presente el fenómeno: se “viralizó” -importante neologismo reciente- rápidamente y hoy prácticamente en todos los idiomas tenemos jóvenes lectores que nos ilustran sobre sus preferencias literarias. Que nos guste o no lo que ellos leen y comentan es un asunto aparte, del mismo modo que nos puede gustar o no lo que está leyendo la señorita que se sentó frente a nosotros en el tren o el ómnibus. O lo que le gusta leer a otro colega con veinte títulos publicados.
Lo importante, en el tema que nos ocupa, es que aquello que estos jóvenes (de entre 16 y 25 años, por lo general) llevaron adelante, impulsó efectivamente la difusión de títulos y autores, haciéndolos conocidos, orientando a otros lectores… y atrayendo la atención de los grandes grupos editoriales, demostración cabal de que “la cosa funciona y funciona en serio”. Pocas demostraciones son más concretas que ésta, cuando los grupos empresariales que tienen acceso privilegiado a los medios de comunicación para colocar sus productos orientan la proa hacia estos jóvenes difusores de la letra impresa y la electrónica, mimándolos con regulares envíos de mercadería. Los booktubers (así se los llama) influyen en la difusión y en las ventas con un peso considerable.
De este lado del asunto literario, tomando de lo espontáneo de la realidad este ejemplo para mejorarlo de acuerdo con nuestros propios intereses, cabe preguntarse qué sucedería si aquellos que escribimos y publicamos obras literarias cuando así podemos hacerlo, le agregamos a nuestro trabajo uno más: el de comentar libros de otros colegas no solamente como una labor de tipo solidario para con ellos (algo muy meritorio, qué duda cabe de ello), sino entendiendo que una acción conjunta, aunque no sea inicialmente masiva, no puede menos que tener por resultado beneficios para todos.
En concreto, tomemos en cuenta que ningún autor está solo, encerrado en un molino abandonado o sepultado en vida dentro de un sótano, sin ninguna comunicación con el exterior. Cada autor, de hecho y por derecho, se halla en contacto con otros y esos otros tienen blogs, editan revistas, publican reseñas, comentarios y críticas de libros. ¿Qué sucedería si cada uno de nosotros tomara de todos los libros que le envían por correo, de todos los que le obsequian otros autores, aquellos que le han gustado más y le consagrara veinte o treinta líneas en alguno de los medios a los que tiene acceso, impresos o electrónicos? ¿Qué tendría lugar si subimos a Youtube, en buen número, críticas de libros que nos gustan, tal como lo hacen los booktubers?¿Qué sucede si hacemos algunos, unos cuantos, después muchos, algo así cada mes, dedicándole una hora o dos de nuestro precioso tiempo a otro autor? Estamos hablando de ocuparnos brevemente de -solamente- 12 libros al año. Pues la progresión sería geométrica, un amplio rizoma abriéndose en todas direcciones, “viralizándose”. Sería una auténtica cadena de difusión que, paulatinamente, se volvería global… como la crisis que ahora lo complica todo, pero que no es definitiva ni invencible, como sí lo es el olvido.
Quien esto escribe desde hace años se dedica a comentar libros de otros autores, nacionales y extranjeros, y ayudando así a quitarle poder a uno de los males que aquejan a nuestras letras. Desde luego que felizmente yo no soy el único, pero todavía somos pocos para lo que todos necesitamos. Entonces, ¿por qué no todos o buena parte de nosotros, no empezamos a hacer aquello que todos necesitamos?
Le lección de los booktubers no es para dejarla caer en saco roto. Demostró ser un método efectivo. Adaptemos ese método comprobado a nuestras necesidades y resolvamos así uno de nuestros problemas.
Escribir 30 líneas sobre el libro de otro, hacerlas publicar en alguna parte del mundo (preferiblemente acompañadas por la imagen de la cubierta del libro y mencionando cuál es la editorial) o grabando 1 minuto de crítica y subiéndolo a Youtube, estaremos haciendo mucho más por la literatura -la real- que preocupándonos sin acertar a hallar una solución. Si el cambio es algo que queremos, comencemos por cambiar nosotros y lo que tenemos alrededor.
Otros van a hacerlo después, nosotros hagámoslo ahora.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.