La vida inocua
Me siento a mi propia vera.
De tanto tragar filos mis voces son apenas
silbidos inaudibles
proclamas de tardes y de vientos.
Las piedras me han servido de confidentes
Ignoro con cuál fin, pero velo.
No nombro infiernos ni convoco umbras:
los anticipo.
No deseo más que una mujer,
una lo suficientemente ciega
como para atreverse a permear sobre mí
sus perfumes,
una que olvide mi rostro, mi cuerpo y sus espinas,
una que no tase más que mi incienso
y me escrute sólo con la punta de los dedos.
Arsenal o cerebro, no sé:
hace tiempo que me deshice de eso.
Me flagelo si maldigo
o si blasfemo contra el silencio.
Repto; mezclo telarañas y moho,
examino cifras, restauro granos de arena
y me ufano únicamente de ser
orfebre de ningún escándalo.
Eso es todo;
en realidad ya no me queda mucho qué decir:
mudo tras las avalanchas,
caracol adrede,
soy abundante sólo en ecos.
Lento
Para mí no es la vida probable
ni el asombro ante ella;
yo carezco de apremios, de fulguraciones
y de incisiones desapercibidas.
Tampoco me llama el placer trotamundos
y aun menos la sabia fecundidad del nomadismo;
yo giro en torno a los crepúsculos
y mi único rugido es una catarata;
yo no soy prisas
ni las previsibles furias de una sangre a medio estrenar
sino la erosión y las mareas:
a mí me surca la calma
y mi sombra huele a parsimonia.
Así que, si el mundo está apresurado,
que se vaya, no importa:
ya pasará otro.
Y en ése me iré.
Balada inocua
Paso invulnerable y simplísimo,
ya invisible a fuerza de desnudeces,
árido de frescores.
He hurgado.
He sorbido cada golpe.
No soy libre, soy mundo:
me pueblo y me despueblo
a voluntad, solo.
Empiezo y termino en mí mismo
y aún así temo se me escape alguna herida
que vaya a parar a cualquier destino innumerable.
A partir de este momento me supongo muralla
y me repito;
me repaso, me compruebo.
Nada más juego con mi propio barro.
Hago silencio.
Me repliego.
Agonizante de puentes
no recibo inquisiciones
(o mejor: las ignoro)
anémico de anclas
me he hastiado de ataques
y me revuelvo en círculos concéntricos.
Así es mejor:
nadie trocará sus alaridos
por cuanto he descubierto.
De los Cantos de la vida inocua, textos que ganaron el segundo premio en el concurso de poesía estudiantil de la Universidad del Zulia (Maracaibo, Venezuela) en 1998. En 2001 fueron publicados en “Los espejos plurales”, una antología de estudiantes poetas compilada por el profesor José Gregorio Vílchez y publicada por La universidad del Zulia. En 2015 aparecieron en el sitio www.metaforologia.com, dirigido por la poetisa Ana Cecilia Blum.
© All rights reserved Alberto Quero
Alberto Quero Nació en Maracaibo, Venezuela. Narrador y poeta.
Es Licenciado en Letras, Magister en Literatura Venezolana y Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad del Zulia. Miembro de la Sociedad Iberoamericana de Escritores, Asociación Venezolana de Semiótica.
Ha publicado cinco cuentarios: Dorso (1997), Esfera (1999), Fogaje (2000), Giroscopio (2004) y Aeromancia, (2006). También ha publicado un poemario: Los que vinieron (2013)
Ha obtenido los siguientes premios: Mención de honor en la XII Bienal de Literatura “Eduardo Sifontes”(1997), Segundo premio en el concurso estudiantil de poesía de LUZ (1998), Primer premio en el concurso estudiantil de cuentos de La Universidad del Zulia (1999), Primer premio en el concurso de poesía de La Universidad del Zulia (2001), Premio “Andrés Mariño Palacio”, otorgado por la Gobernación del Estado Zulia a escritores noveles (2002), Primer premio en el concurso de poesía “Por una Venezuela literaria”, Editorial Negro Sobre Blanco (2013).
Textos suyos han sido recopilados en “Los espejos plurales” (Poesía, Universidad del Zulia, 2000) y en “Cuentos de monte y culebra” (Cuento. Universidad de Los Andes, 2004). Ha sido incluido en dos diccionarios de personalidades “Diccionario General del Zulia” (1999) y en “Quiénes escriben en Venezuela” (2005)