1.
Tengo tos. Bueno, primero pensé que era tos, pero luego me fui a ver en el espejo del baño, abrí grande la boca… y vi que había un puercoespín en mi garganta. Ayer no lo tenía, así que supongo que hizo su nido durante la noche. Y claro, lo que me pica son sus púas. Al menos hubiera tenido la decencia de rasurarse antes de entrar.
Lo malo es que no paga renta. Y que es muy inquieto. Lo siento correr de un lado para otro, todo el tiempo. Ya me lo imagino: alfombrando, poniendo cuadros en la pared circular y carnosita, tocando el arpa en mis cuerdas vocales. De repente me duele la cabeza. En esas ocasiones estoy segura de que el puercoespín está colgándose de una sinapsis para hacer sus propias llamadas telefónicas (de gratis, por supuesto) y decirle a sus cuates: “Hey, no saben qué casita tan cómoda encontré. ¿No quieren venir a visitarme?”.
Podría llamar a un cazador de puercoespines para sacarlo, matarlo y hacer carnitas y chicharrón espinoso. Pero… siempre viene el pero… me imagino sus ojitos brillantes y su carita de yo no fui: “No había ningún letrero de prohibido colonizar esta garganta”, dirá. Y tendría razón, nunca legislé al respecto.
A fin de cuentas, es un roedor simpático. Y si se va, puede causarme problemas: ¿qué tal que la siguiente noche me coloniza la garganta un elefante, una ballena, o una civilización extraterrestre?
2.
Han pasado varios días desde que dejé –por lástima o caridad o quién sabe por qué– que el tal puercoespín se quedara a vivir en mi garganta. Total, sólo picaba un poquito cada vez que respiro, y con eso de la contaminación, pues creo que no lo hago tan seguido.
Pero hoy en la mañana descubrí con horror que mi puercoespín invitó a vivir con él a una colonia de alces suecos (cada quien sus amistades; respeto las de mi inquilino, pero, ¿no sería mejor que los mandara a un hotel en vez de amontonarlos en mi garganta?).
El resultado es muy incómodo: tengo más tos, las pezuñas de los invitados me hacen cosquillas y se oyen extraños ruidos cada que pasa el aire por mis bronquios. Debe ser el mugido de los alces.
Para colmo, alguien le pasó la idea al puercoespín de que si mi gaznate ya era casa-habitación, bien podía convertirse en multifamiliar. Me enteré cuando vi un anuncio en el periódico:
Ce rrentan departamentos hamueblados o sin hamueblar en vonita garganta mui cómoda. Hinformes con P. Espín.
Así me enteré de dos cosas: primero, de que mi okupa se llama P. Espín (me imagino que la P es de Pepe) y, segundo, de que el señor P. Espín tiene una pésima ortografía.
3.
Hoy en la mañana salí a comprar leche y pan y me encontré con mi vecino, que es médico. Me dijo que debería ir a visitarlo porque traigo una infección en las vías respiratorias.
Le dije que sí, que iré en estos días, pero la verdad es que sólo le di por su lado: no tengo una infección, lo que hay adentro de mi garganta es un complejo habitacional o un hotel para animales exploradores, no estoy segura. En todo caso, lo de la infección es una explicación ilógica. Y muy aburrida. Pero ni modo de decírselo a mi vecino el doctor: no quiero que se ofenda.
Tampoco puedo discutir mucho: apenas tengo voz. Creo que tendré que aprender a hablar a señas para tener una seria discusión con este puercoespín. Acerca de sus invitados, sus inquilinos, sus fiestas hasta las cuatro de la madrugada.
Y de una vez, acerca del coche rojo lleno de vacas australianas con cámara fotográfica y lentes oscuros que se acaba de estacionar a un ladito de mi boca.
4.
Hoy me desperté a las siete de la mañana porque sentí una mirada penetrante. Abrí los ojos y me encontré con que junto a mi cama estaba parado un hombre alto, bigotón, muy, muy gordo. Traía puesto un overol y tenía una caja de herramientas en la mano izquierda. En la derecha tenía una llave stillson.
—¡Oiga! ¿Qué hace aquí? —le pregunté, indignada.
—Pos vine a hacer mi trabajo. Me llamó el señor Espinosa, reportando un grifo que gotea.
—¿¿¿Qué???
—Así que con su compermiso…
Y acercó su llave stillson a mi nariz.
—¡Óigame usted…! ¡Eso no es un grifo, es mi nariz! ¡Gotea porque tengo gripa!
Sé que apenas hace unos días me burlé de mi vecino el médico y su idea de que todo era una enfermedad de las vías respiratorias; pero fue lo único que se me ocurrió decirle al plomero gigante (al menos a mí me parecía gigante) para evitar que me cerrara la nariz con una llave stillson. Discutimos un rato y al final tuve que pagarle 200 pesos.
Me regresé a la cama y acá sigo. La garganta todavía lastima y, efectivamente, tengo una fuga que puede resultar molesta para mis inquilinos gargantales. Pero insisto, ese P. Espín se está pasando: ¡hace un rato me llamó por teléfono un decorador de interiores que tenía órdenes de ponerme papel tapiz en las amígdalas!
5.
Estoy triste. Ya no está el señor P. Espín. Todavía ayer tuvo una fiesta con karaoke, muy animada, que me dejó dormir solo a ratitos. Pero hoy… ¡nada! Ni cosquilleo en la garganta, ni tos, ni mugidos. Silencio total.
Me dan ganas de llorar. Porque luego de las molestias iniciales, de veras traté de ser una buena anfitriona: incluso prendía la tele en el canal de la vida salvaje y me quedaba frente a ella, con la boca bien abierta, para que todos los huéspedes pudieran ver los documentales. Y eso que luego de un rato de estar así, con la boca como si estuviera diciendo “ah” en el consultorio del dentista, es muy incómodo: se seca la lengua y duelen las mandíbulas.
Pero ¡ay! Supongo que el señor Espín y sus amigos son del tipo exquisito y no les gustó que hubiera comerciales en el canal de la vida salvaje, porque hoy que desperté, ya no estaban ahí. Ni el puercoespín ni los alces ni las vacas con sus lentes oscuros. Ni la camioneta roja. Ni el goteo nasal.
Estaba solamente yo, con un poco de calor y un ligerísimo dolor de cabeza, pero eso era todo: no dejó una nota de despedida, ni pagó la cuenta de mantenimiento.
Ya sé, debería sentirme aliviada; pero en realidad estoy un poco triste, como nostálgica, como si algo me faltara.
Estoy pensando en esperar a que oscurezca, ponerme mi traje de ninja (lo hice yo misma, con bolsas de basura y cinta de aislar) e ir al zoológico. A raptar un puercoespín, claro.
Raquel Castro. nació y vive en la ciudad de México; es guionista y narradora. Su novela Ojos llenos de sombra recibió el Premio Gran Angular
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