Mi padre ha sido siempre muy saludable. Así que cuando recibí una llamada del hospital diciéndome que había tenido un ataque cardiaco causado por una condición congénita, sentí inmensa sorpresa además de dolor y ansiedad. Cuando llegué al hospital, mi padre continuaba en la sala de cuidados intensivos. Mi hermana Claudia ya estaba allí, y me contó que papá había logrado abrir la puerta de la casa antes de desplomarse en el jardín, así que la vecina de al lado lo había visto y había llamado a una ambulancia. La vecina vino con él y se quedó hasta que Claudia llegó. La enfermera nos permitió entrar a su habitación, donde permanecía sedado e inconsciente. Por lo menos pudimos tomarle de la mano. Se la estrujé ligeramente, sin respuesta. Me consolé con sentir calor de vida en ella.
Yaciendo inane sobre la cama, su cabello un poco gris y un poco largo desarreglado, su piel soleada empalidecida, se parecía muy poco al padre que había tenido hasta el fin de semana anterior, cuando regresaba de jugar un partido de tenis con un amigo. Dedicado a su trabajo como director de un museo arqueológico, siempre ocupado, siempre en movimiento, un consumado corredor, un viajero frecuente. Como padre, se dio tiempo para llevarnos al parque, de tiendas, a clases de natación (Claudia era la más veloz), a la biblioteca, a fiestas y para ir a las reuniones de la escuela.
El cirujano nos explicó que nuestro padre debía ser sometido a una angioplastía, cirugía cardiaca de emergencia, pero aun así sus posibilidades de recuperación eran pocas, dada la extensión de la lesión. Dimos nuestro consentimiento reticentemente.
Claudia y yo nos sentamos a esperar en la sala de descanso. De cuando en cuando aparecían en el televisor propagandas del programa de noticias de la mañana, con mi hermana, en un vestido naranja y una sonrisa envolvente, recomendando islas para vacacionar en el Caribe mientras ladeaba la cabeza, moviendo su melena castaña hasta cubrirle un hombro. Mi hermana me preguntó si quería que me trajera un café o algo de comer. Cuando le respondí que no, gracias, se sentó a mi lado, me tomó de la mano y me abrazó. Como hermana mayor, Claudia cree que debe protegerme, confortarme. En fin… estaba demasiado adolorida para recordarle que solo tenemos un año de diferencia. Fui generosa y la dejé que me consolara. Sabía que era su manera de distraerse del dolor que ella también sentía.
Un par de horas después vino el médico a la sala de espera a decirnos que nuestro padre había tenido un nuevo ataque, masivo, que no pudo sobrevivir.
Escenas de nuestra infancia rodaron por mis mejillas, salobres. Aunque mi hermana y yo siempre hemos sido rivales en nuestro intento de ganar la atención y el cariño de papá, en ese momento me sentí más unida que nunca a ella. Claudia y yo crecimos compitiendo, quién era más rápida en la bicicleta, quién sacaba mejores notas, quién traía el mejor novio a la casa, quién conseguía el mejor trabajo, etcétera y etcétera. Nuestra madre murió cuando yo tenía apenas cinco años, así que el amor paterno fue aún más importante para nosotras. No me acuerdo mucho de la época en que mami falleció, pero sé que me hice la promesa de que no iba a perder a mi padre, nunca.
El funeral fue corto y emotivo. Asistieron tíos y primos, nuestros compañeros de trabajo, el novio de Claudia, mi ex, los amigos de papá. La verdad es que no habíamos conversado con nuestro padre sobre el tema, así que las decisiones sobre su último acto público recayeron completamente en nosotras. Yo me había preparado para una batalla con mi hermana sobre la organización del funeral, sobre todo acerca de qué hacer con el cuerpo. Para mi sorpresa, Claudia estuvo de acuerdo inmediatamente con mi propuesta. Aceptó que nuestro padre sea incinerado, y que compartiéramos las cenizas. En la visita que hicimos para organizar el funeral, el director de la funeraria nos mostró un catálogo con diferentes modelos de urnas. No tenía idea de que había tantas opciones. Nos decidimos por urnas de porcelana blanca. Cada una de nosotras recibiría una urna de litro y medio de capacidad, suficiente para contener la mitad de las cenizas de un adulto. Me aseguré con el director de que el cuerpo no sería embalsamado: no quería contaminarlo con químicos, y que extrajeran todos los metales, que no eran muchos: dos calces en las muelas. Exigí que fuera cremado individualmente, en una cámara no compartida con otros cuerpos. Las cenizas que íbamos a recibir serían solo las de nuestro padre, su esencia corpórea purificada por el fuego. Eso era muy importante para mí porque aún en medio del dolor y la sorpresa, yo ya tenía definidos mis planes.
Conozco bien a mi hermana y estoy segura de que esta vez le he ganado, porque ella no tiene estómago para hacer lo que yo hago. Después de todo, ella es una presentadora de televisión y yo soy una paleontóloga. Cada domingo me preparo mi receta proteica favorita: banana, fresas, espirulina, proteína de chía, hielo picado, con una pizca de las cenizas de papá; licúo todo por tres minutos y luego lo bebo mientras leo las noticias (nunca las veo por televisión). Esta comunión que tengo con mi padre, mi hermana no la entendería. Sé que él está conmigo ahora más que nunca, y que no lo voy a perder.
A veces siento su presencia, su voz. Lourdes, mira estas calificaciones, te tienes que esforzar más. Una pizca de cenizas este domingo. Lourdes, no seas perezosa, tú puedes correr más rápido. Dos pizcas de cenizas el siguiente domingo. ¿Dónde encuentras a esos novios que traes a la casa? Tres pizcas de cenizas el subsiguiente domingo. Como padre decía, la mejor forma de zamparse un elefante es en pedacitos. Necesito que esta receta me inmunice contra esas memorias; rescoldos que quiero apagar con las cenizas.
© All rights reserved Lucía Orellana Damacela
Lucía Orellana Damacela es escritora e investigadora social. Lucía ha publicado dos poemarios en inglés: “Sea of Rocks,” publicado por Unsolicited Press, y “Life Lines” publicado por The Talbot-Heindl Experience. Sus trabajos de prosa y poesía se encuentran en revistas y antologías en más de 12 países, incluyendo Tin House Online, Frontera, Cha, The Acentos Review. Lucía nació en Guayaquil y reside en las cercanías de New York City.
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