Fotos sonsacadas de la pieza More Sweetly Play the Dance. Autor William Kentridge
Este valor nos enaltece cuando es real. Posiblemente delimite una parte de nosotros como personas. En tiempos de Covid, la autoridad competente te sugiere que no abras tu vida al otro para evitar el contagio. No acercarse al prójimo, para escuchar su relato. No sea que el tuyo se vea modificado, no por lo inducido en el contenido, sino por el supuesto contacto físico que implica la escucha.
El resultado podría ser otro virus. Con un característico rayo en su esfera celular: el aislamiento.
La manada campa por las montañas o el llano. Deambula unida en busca de comida. Los pastos son su fin para sobrevivir. Los peces circulan en grupo en su tránsito por el océano. Las aves se miran entre sí antes de decidir cual será su presa. Vuelan en círculo. Y su ritual implica una conexión antes de resolver quién se acercar a la presa; se comunican. Una hilera de hormigas organiza su nido y bajo este mismo modelo lo hacen las abejas frente a su dulcificada vivienda.
Conclusión: Los seres necesitan al conjunto. A los homínidos, el grupo, lo dignifica como especie.
La familia es un ejemplo; distintos espejos donde apoyar el sentido vital del estar-aquí. Reflejos que permiten a unos crecer y, a otros, sentir que pertenecen a alguien que los necesita. El abrazo de la abuela a la nieta en su cumpleaños. La visita en domingo de los tíos después de la misa. El grito en el campo de fútbol cuando distintos padres se unen para aupar a su hijo bajo el fervor de su primer triunfo. La merienda de después. El jardín común: los vínculos.
Mientras la madre columpia a su pupilo, al lado está su amiga. Su contigua columpia a su progenitora y las dos mujeres, sin agarrarse para nada de las cuerdas se mecen conversando sobre sí mismas. Comparten lo existencial, simplemente hablando de un vestido rojo-satén o del fin de semana. Lo mismo ocurre cuando dos ancianos dialogan sobre sus memorias en el banco de un parque, mientras contemplan el desfile del gentío.
Alrededor de una mesa, sea en un bar o una cafetería, no sólo acontece el sabor de la cerveza, un buen merlot, el gin-tonic, o el té verde y su flamante olor. En esta órbita de amistades, el compartir, forma parte indispensable de la reunión. El intercambio de anécdotas de la semana, o el propio juicio sobre un acontecimiento, permite que tu yo conviva con un núcleo social indistintamente que haya acuerdo, o no, sobre lo hablado.
Hoy se huele de nuevo las restricciones sociales en Europa. El confinamiento en pleno otoño ya viene llegando. La curva asciende y se doblan las víctimas semana tras semana. Posiblemente, habrá una normativa que implique una hora concreta de salida o cierre bajo llave en tu apartamento. Una tarea específica a omitir durante ciertas horas del día: comprar víveres, pasear al perro, ir al hospital… Seguro que a los ancianos se les prohibirá su salida a la calle. Lo niños regresarán a sus casas y se cerrará la escuela de nuevo. El teletrabajo volverá a ser una norma impuesta, sí o sí. Y una vez más —si no es que haya desparecido alguna vez desde el inicio— hablaremos de cifras. De infectados. De vacunas. De defunciones…, de normas que nos alejarán del público.
El hedor a piel junto al sujeto que ahora está andando en solitario cubriéndose su boca para no lesionar tu figura empieza a ser un hecho. La distancia entre individuos en un banco de la avenida, otro lugar común.
Hay un deseo que está en mí: usar la palma de la mano para darte un empujón a tu espalda o a tus hombros y, al mirarnos, comprender que nada hay tan hermoso como aproximarnos sin más medidas de seguridad que el amor por la cercanía.
Lo humano…, así lo requiere.
© All rights reserved Eduard Reboll
Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)