“Lector es el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada… no hay ningún ánimo en el lector de sacarse de lo que está leyendo…. nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo.”
Pedro Salinas
El lector buscado, “ese buen salvaje”
De un modo similar a lo que sucede con buen número de los espectadores de teatro independiente, quienes son generalmente actores, los lectores de poesía son en su mayoría poetas ellos mismos. Es decir, se trata de lectores cultivados, quienes desde diferentes niveles y según sus diversas capacidades, ya saben cómo acceder a los textos altamente especializados que conforman el género. Poseen ya las destrezas -y también las mañas y las desventajas- propias de una formación antes adquirida y hasta cristalizada: la lectura literaria es una preferencia y un placer, un hábito guiado por la voluntad, una inclinación por tales y cuales estilos, obras y autores y dependerá de la amplitud de criterios y, fundamentalmente, de las ganas de hacerlo o no que tenga el lector, que este se aventure más allá de los estilos que ya conoce y prefiere.
Aquí nos referimos y desde aquí buscamos al lector “salvaje”, término no peyorativo y que abarca a aquellos que carecen de la formación adecuada para valorar las calidades literarias de un poema, pero que por curiosidad natural o por cualquier otro factor objetivo o subjetivo vencen en ocasiones la inercia y la indiferencia generalizada ante el poema y se aventuran a averiguar “qué cosa es esa de la poesía”. Estamos hablando, potencialmente, de la mayoría de las personas, nada más ni nada menos, porque conociendo esos factores atractivos será más fácil llegar al mayor número posible de lectores salvajes.
La clave es el placer
La inclinación por la lectura de poesía no es algo que se pueda enseñar; al menos, no resulta así con los lectores salvajes adultos. Forzar una didáctica es prácticamente imposible: organizar cursos de lectura de poesía dirigidos a gente que no tuvo nunca antes contacto con el género es una propuesta poco atractiva, pues implica someterse a una disciplina y una organización con deberes y prácticas reglamentadas, cosa que un adulto afronta solo si tiene un interés personal o una necesidad perentoria de aceptar (ej. un curso de capacitación laboral). La didáctica sería un paso posterior, en realidad y en principio una oferta, a realizarse una vez que el interés por la lectura de poesía haya sido efectivamente despertado. En el inicio de la relación de alguien con la lectura o la contemplación de arte, el gran mediador y la llave del asunto es el placer que despierte el libro que se lea, el poema que se escuche o la pintura que se admire.
¿Cuántos de todos esos que andan por la calle…?
Contra la suposición habitual, los lectores salvajes de poesía no son tan pocos ni tan raros de encontrar. Puedo citar al menos dos experiencias personales al respecto. La primera tuvo lugar en un sitio a priori tan lejano de los acostumbrados ámbitos la poesía como el zoológico de La Plata, en la Provincia de Buenos Aires, Argentina, hacia 2006. Un editor extranjero acababa de publicarme un poemario y de inquirir cómo iba a difundirse el volumen en la Argentina, preguntándome quién era mi agente literario y quién mi agente de prensa (!!). Con bastante asombro ante sus preguntas y también con palpable zozobra, le respondí que en mi caso particular, similar al de los poetas argentinos en general, no contaba ni con uno ni con el otro… El editor me preguntó entonces qué estaba esperando para contratar un agente de prensa y que su empresa me enviaría los honorarios de este por tres meses. Obedecí ciegamente y el hombre de prensa contratado, entre otras originales medidas, adoptó la de organizar la presentación de mi libro en un zoológico, tomando en cuenta que el volumen se refería abundantemente a animales… Francamente yo no tenía la menor idea acerca de cómo podía resultar una presentación de índole tan novedosa, pero me dispuse a tomar parte activa en el asunto. Pero… ¿qué podía importarle mi librito a alguien que un domingo pasea a solas o acompañado, tal vez por toda su familia, entre la jaula del león y el estanque de los hipopótamos? Para colmo de males, el día elegido amaneció nublado y a las 15, la “hora señalada” para la presentación al aire libre, comenzó a llover.
Mi sorpresa fue grande cuando llegué al sitio del acto cultural -a un lado los flamencos, al centro los poetas, del otro lado los lobos canadienses- y me encontré con unas 60 u 80 personas esperando para ver “qué es eso de la poesía”; pero mayor fue mi asombro cuando, al caer la lluvia, observé que no se desbandaban, sino que seguían allí. Y no se fue más que una decena, cuando la precipitación arreció.
Esperando a ver qué hacíamos, si suspendíamos o no el encuentro, me dediqué a observar a las personas reunidas y hasta me animé a hacerles algunas preguntas, de modo individual. En su mayoría no eran definitivamente lectores “cultivados”, salvo en dos casos ciertamente casuales. El resto era gente que paseaba con su familia por el zoológico, atraída por la presentación de un libro de poesía, mientras seguía lloviendo… Mi creativo agente de prensa sonreía de oreja a oreja, con marcada expresión de “yo te lo dije”. Finalmente la lluvia cedió y comenzamos con la presentación, no sin que el hombre de prensa, con satisfecho orgullo, me mostrara varios de los carteles que había hecho colocar en sitios estratégicos de ese gran predio, anunciando un encuentro con la poesía argentina libre y gratuito, a las 15 horas de ese día, junto a la jaula de los lobos. Conclusión primera: si la gente se entera, la gente va.
Poesía, pasión de multitudes
La segunda experiencia tuvo lugar hace un par de años, cuando me invitaron a cerrar, junto con mi querido y admirado poeta, Leopoldo “Teuco” Castilla, el Festival Internacional de Poesía de la Provincia de Córdoba, en Argentina. Por motivos laborales tuve que tomarme el avión en Buenos Aires la misma mañana del día de cierre del festival y me perdí todas las jornadas previas de ese gran encuentro, pero una vez en Córdoba supe que a la jornada inaugural habían acudido… ¡700 personas! y cada sesión diaria reunía a no menos de 200… Efectivamente, algo más de dos centenares de espectadores tuvo el cierre del festival, concretado en el patio del Cabildo, una hermosa edificación del siglo XVII, de estilo colonial español. Y como pude conversar con algunos de los presentes y además informarme gracias a los entusiasmados e infatigables organizadores, comprobé que al menos el 50% de los presentes eran personas no relacionadas con el género de modo directo ni indirecto, que habían acudido -como las del zoológico platense- para ver “qué es eso de la poesía”. Es verdad que Córdoba es la capital de la poesía argentina; es cierto que tiene una actividad cultural importantísima; están comprobados la eficiencia y el cuidado que ponen los organizadores de cada encuentro cultural, pero si no existiera latente un interés de la gente “que no es poeta” por saber y disfrutar de la poesía, no se podría reunir a 700 espectadores para abrir un festival del género ni mantener un flujo constante de 200 personas para cada acto del programa. Conclusión segunda y repetida: nuevamente, si la gente se entera, la gente va.
Más conclusiones: Incrementar primero el número y después la calidad de los lectores de poesía
La lectura de poesía es fundamentalmente un acto de la voluntad, del interés y la curiosidad personales, como ya dijimos. El lector de poesía no lee para informarse de una técnica, aprobar una materia universitaria o saber qué sucede en el mundo. Lee por placer, porque aquello que lee le agrada, aunque no se lo hayan presentado antes, y si le agrada lo suficiente buscará un material de lectura que le provea similares sensaciones y, con el tiempo, se convertirá en un lector de poesía cultivado, independientemente de que desee o no, a su vez, escribirla él también. Como el conocedor de las bellas artes -otra disciplina de las que exigen una preparación previa para disfrutar plenamente de sus posibilidades- el lector de poesía cultivado dispone de elementos de juicio y tiene experiencias que son suficientes como para ampliar sus capacidades perceptivas de las bondades del género.
El lector salvaje no dispone de esos elementos todavía, pero como el contemplador también “salvaje” de pintura -yo soy uno de estos últimos- se guía por ese indefinible sentido que le indica que “esto me gusta” y “aquello no me gusta”, sin saber muy bien por qué. Este factor misterioso es el placer. También actúa la identificación, porque los buenos y efectivos poemas se refieren a asuntos que el lector siente que comparte con el autor. Atención: en la lectura poética lo que el lector siente es que él está compartiendo algo con el poema y no al revés. Algo que tienen en común.
Buscar nuevos lectores para la poesía significa darle al poema una oportunidad de ser compartido por aquellos que, de no mediar esa acción poética -un recital ante espectadores no habituales, la organización de presentaciones de poemarios en escuelas, sindicatos, asociaciones barriales, etc.- raramente lograrían encontrarse con la poesía. El lector cultivado no precisa ninguna ayuda para ello: o ya nos conoce o va a conocernos en algún momento. Podemos contar con él y él contará siempre con nosotros, tarde o temprano.
Esta salida al exterior del poema es una acción centrífuga, como en el caso del zoológico de La Plata, cuando lectores salvajes se encuentran con la poesía que viene hacia ellos, los “acecha” en un paseo público.
Pero también es necesario implementar una acción centrípeta, la del ejemplo cordobés, con familias de potenciales lectores salvajes que son invitadas a concurrir a un encuentro cultural, merced a una adecuada publicidad y una minuciosa organización, de la que dan el gran ejemplo nuestros colegas del festival local, año tras año.
Si adecuadamente enteramos a los lectores salvajes de que vamos a leer poesía y despertamos su curiosidad, habremos ganado más y más lectores para el género. Lectores salvajes que están allí, y que solamente deben ser adecuadamente convocados, para que paulatinamente la poesía tenga mayores chances de alcanzar la difusión y la masividad que invariablemente se merece. Luego cierta parte de los lectores salvajes se convertirán en cultivados, por decisión propia y merced a su personal, decisivo interés.
© All rights reserved Luis Benítez
Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay