Para Lourdes Guerrero Lacayo
“El trayecto, no el destino, es la fuente de asombro”
Lorena McKennit, La Máscara y el Espejo.
En el hotel du Lys, 23 Rué Serpente, Paris, Francia no era su boquilla lo que se congeló en el jardín, sino la inconstancia que les servía bien. El resto, adornado con festones y rosas de seda, era un monumento a amoríos pasajeros, y risas aburridas. Los gatos no se podían domar, no había suecos para montar. Sólo su sonrisa expectante, que preguntaba eternamente “¿Por cuánto tiempo más?”
En el hotel Endri, rs. Vaso Pasha 227, Tirana, Albania, se dio cuenta de que al principio el corazón gobierna la cabeza. No le importaba mucho el no verlo, pero si no verlo sino solamente de vez en cuando. No le importaba que él no contestara sus llamadas. Por muchas noches larguísimas lloró hasta el amanecer esperando en vano que el teléfono sonara. Antes de la salida del sol, se levantaría sin mucha prisa, tomaría una ducha, embellecerse para él, dejar al hijo en el kinder, llegar a la oficina del Partido. Durante el almuerzo sostendrían conversaciones nimias. Después del trabajo cuando a él le fuera posible, pasaría por su apartamento. Trataría de penetrar el corazón y la mente de ese hombre silencioso, amado, solitario, en vano. Ella, cansada de sentirse aislada, se abriría a él como en la naturaleza el agua a la sal. El, cansado de ser abierto, se acercará a ella con la naturalidad del polvo y del aire.
En el hotel Carpeti, str Matei Millo 16, Bucarest, Rumania, ella descubrió que en la leyenda de Drácula, la reencarnación del amor de su esposa lo estaba matando con el fin de que alcanzara la salvación eterna. No era el destino de las dos almas viajar juntas y ser salvadas en pareja. Cada alma tendría que alcanzar su salvación por sí sola. Desde este punto de vista, concluyó ella, las almas gemelas no existen en la eternidad (las almas son sin tiempo) pero sí en asociaciones breves escogidas en el plano temporal. Así que al final, ella viajaría a la infinita mar sola. Aprendió que en la eternidad los conceptos de soledad y de separación, no se aplican al alma liberada del cuerpo. Su alma estaba interconectada a todas las otras, y las otras estaban conectadas a la Mente Cósmica.
En su viaje de regreso de Sebastopol a Odessa, cruzó el Mar Negro. De pie a orillas de la borda, viendo hacia el azul oscuro de las aguas y hacia la empañada línea de la costa en el horizonte, abrió su bolso lentamente, sacó un paquete de Virginia Slims, tomó un cigarrillo con sus dedos expertos y lo encendió con la mano izquierda. Inhaló profundamente como intentando atrapar las incontables memorias que vinieran a suplantar la realidad, el mosaico de los felices momentos que se fueron hacía muchos años.
Pero fue en el parque Kadriog en la ciudad vieja de Tallin, Estonia, donde se convenció- de mente y corazón- que tenerlo a él incompleto era más doloroso que no tenerlo del todo. Decidió arrancarse uno por uno los poemas que le leyó en la cama, las postales que recibió desde lugares desconocidos, las memorias que flotaban en su mente, las flores puntuales de cada cumpleaños, las noches eternas en que abrazaba la nada, los punzantes mensajes no retornados, las llamadas telefónicas sin contestar, la demencia al hacer el amor, las copas de Pasareasca Alba tomadas en la terraza, los tibios baños juntos, las odiosas imparables lágrimas. Todo.
Lo que haya pasado ayer podría haber pasado hace veinte años, o durante su acostumbrado sueño diurno. Pero sus brillantes ojos azules no han cambiado, ni la pasión de sus palabras. Cuando le peguntaron, que hora era, dijo: “Nadie hubiera creído que este líquido que todavía corre dentro de mí, en alguna parte, es el mismo líquido que en cierto tiempo vertió en otros lugares, con el mismo nombre. Supongo que nadie camina por el mismo pasaje dos veces”. Todo: Las llameantes danzas en el salón, los regalos sin abrir del día de la madre, las navidades no realizadas, hasta que cesó de necesitarlo.
La caja ardió por varios minutos. Las llamas, rojas como el color de las toldas en el mercado central de Riga, amarillas como el sol saliente en Vilnus, Lituania, iluminaron el patio trasero con grandes sombras danzantes. El humo se hizo espeso como las paredes de los castillos viejos en la parte baja de Dubrovnik, Croacia. Y luego a las cenizas, grises como los cielos de Oslo en invierno, las barrió la clara lluvia y los vientos boreales.
© All rights reserved Danilo López Román
Danilo López Román. Nació en Managua el 20 de mayo de 1954. Se graduó de arquitecto en la Universidad Nacional de Nicaragua. Durante la década de los 70, perteneció al grupo literario y activista Gradas.
En 1985, se trasladó a Miami, Florida.
Ha publicado poesía y critica literaria en muchas revistas literarias, portales cibernéticos y periódicos de Nicaragua y Estados Unidos de América, en inglés y en español.
Entre sus traducciones del español al inglés, cabe mencionar “El paraíso recobrado” de Carlos Martínez Rivas (Miami, 1998).