Manotea para ahuyentarla. Te pusiste el sueter, duérmete ya, ¿con quién chateas?, ¿estás de malas? Volteáme a ver a los ojos. Siempre es lo mismo contigo, córrele que se nos hace tarde. Maura arranca el coche, se pasa el alto del semáforo, recibe insultos de los conductores vecinos y acelera más. Te van a poner una multa. Diez para las siete, las puertas del colegio están a punto de cerrarse. Felipe azota la puerta sobre el último Te quiero de su madre. Por la mañana, entre clases y amigos, las horas transitan entre la risa y el tedio. Al llegar a casa, la voz chillona de su madre otra vez le zumba en el oído. Qué hiciste, entregaste los deberes, comiste en el recreo, qué pensaron tus amigos sobre el partido del Barça. Ahora hasta de futbol quiere hablar. Está seguro de que cuando él se va a la escuela, ella repasa las alineaciones y se informa de los técnicos y los campeonatos. Ridícula , su madre, hablando de deportes.
Ya sabes que odio la sopa de espinaca. Ella no responde con el cuento de las vitaminas y el crecimiento. Comen en silencio, Maura ya ni siquiera le dice que deje el celular. Repasa posibles conversaciones. Aborda el tema del futbol, ¿qué tal el pase de Neymar a Messi? hasta obtener media sonrisa. Media sonrisa, levanta la mano para ponerla sobre la espalda larga de su niño, una ola de ternura la ha invadido. Lo mira, tan flaco y torpe, medio segundo de complicidad. Uuuuhhh tienes arrugas en el cuello La sonrisa no acaba de formarse. La mano regresa a su lugar. Maura, ancla la mirada en el plato de sopa. Estás sorbiendo, mama, qué asco. No contesta. Felipe aprovecha el silencio en que ha lanzado a su madre. Y terminando la tarea, voy a casa de Julio un rato.
Felipe pasa la tarde en casa del vecino. Maura pasa las hojas a los álbumes del bebé, debió haber llenado la casa de niños. Llora sobre cartas del Día de las Madres y huellas de manitas en barro. Llora sobre delantales del kinder, dibujos familiares, letras a Santa Claus, rizos dorados y dientes de leche en cajitas de colores. Por la noche cuando su marido regresa, la encuentra en medio de fotos y chambritas tejidas. Habría que tirar ya todo eso, le dice. Maura no dice nada, guarda todo y sin que él la vea, se limpia las lágrimas. Va al baño y se arregla el pelo, se pinta los labios, sacude la nostalgia. ¿Dónde está Felipe? Ahora regresa, ¿no se te antoja un whiskey mientras viene y cenamos? Raul pensaba que a Maura no le gustaba que él tomara entre semana. Un whiskey podría diluir las horas de tráfico y las malas caras del jefe. Hacía tanto tiempo que ella no lo miraba. El niño siempre en medio hasta que no hubo camino de regreso.
Felipe vuelve a casa veinte minutos después de su hora habitual de llegada. Sabe que le llamarán la atención y su padre empezará a hablar de las calificaciones de química, los deberes en casa y las supuestas faltas de respeto a mamá. Está harto. Mejor haría en nunca volver. Trabajar en un barco alrededor del mundo, fugarse a casa de un amigo, tocar la guitarra en el metro de Nueva York. Cuenta los años para su mayoría de edad. Ese día, no pedirá más permisos, dirá adios a los regaños, las preguntas y los vegetales. Entra sin hacer ruido y se dirige a la cocina. Le sorprende el silencio de sus padres. Minutos más tarde aparecen sonrientes, llenos de mimos, han pedido su pizza favorita para cenar. Miraditas cómplices que lo excluyen. Se siente tanta paz. Devora una rebanada de pizza, mientras su madre come ensalada y no le insiste en probarla. Felipe se ríe de los chistes que le mandan al celular, ni siquiera se quita los audífonos para cenar. Busca la mirada de sus padres pero esta noche nadie se dirige a él. Una delicia, el anonimato en casa. Ojalá sus padres siempre fueran invisibles. Ropa limpia, buena comida. Quizá hasta sea momento para pedir un celular nuevo.
Con el pasar de los meses, su madre se ha ido difuminando. Ya no debe manotear. No hay prisas para llegar a la escuela ni interrogatorios al regresar. Incluso a la hora de la comida, mientras toma la sopa de zanahoria, habla con ella de los avances de la Copa del Rey. Hubieras visto el pase de Messi, tres goles seguidos.
Mamá se toca el vientre, entrecierra los ojos y le devuelve una media sonrisa.
© All rights reserved Daniela Becerra
Daniela Becerra vive en la ciudad de México. Ha escrito en diversas publicaciones como El Financiero, Reforma, Elle, Harpers Bazaar, Amura, Lenguaraz y Ombligo entre otras. Fue editora del libro Alcanzando el vuelo. Responsabilidad social en la empresa editado por CEMEFI y Celanese. Su último trabajo fue como editora para un libro sobre las etnias del Estado de México. Actualmente prepara su primera serie de cuentos.
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