I
El profesor escribe un correo advirtiendo, con mal humor, que no todos vivimos igual durante la pandemia, que hay pobres muriendo hacinados en las calles de varias ciudades europeas. No profesor, no todos vivimos igual durante la pandemia, dice el correo que no le escribo para no herir sensibilidades, ni lucir demasiado dolida con su exhortación a pensar en los otros. El profesor no conoce la calle donde vive mi familia en La Habana, ni ha visto crecer los baches que yo traigo en mis recuerdos. El profesor no imagina que es un barrio construido en 1910, al que cada vecino ha hecho las modificaciones que ha podido, cuando ha podido, sembrando balcones en casas de un piso, rodeadas de tuberías mal puestas, donde a veces falta el agua y otras veces hay agua, pero se contaminó con el desagüe roto. No todos vivimos igual durante la pandemia, pero no necesitaba el correo que el profesor me manda desde su casa en la playa para recordarlo.
He dejado muchos correos sin responder estas semanas. Algunos muy egoístas. Algunos superficiales. No profesor, tampoco es lo mismo vivir la pandemia en compañía de la familia, del amor, que vivirla sola y tener que secarse las lágrimas de la desesperanza y tomar, todos los días, la decisión de seguir adelante porque es lo que toca, lo que haría tu abuela si estuviera en tu lugar, lo que hace tu madre todos los días desafiando al temporal del silencio. Pero esta pandemia no se trata de mí, por eso no le respondo al profe su correo impertinente, ni le hablo de mi familia y del barrio viejo. Esta pandemia se trata de todos, profesor, no solo de usted, y así pretendo vivirla.
La profesora, sin embargo, me llama por teléfono al menos una vez a la semana. Me pregunta si pude pagar la renta, si podré pagarla el próximo mes. Me recuerda que debo comer bien y, para cambiar el tema, me cuenta de su madre y cómo sigue haciendo los quehaceres de la casa, mientras una vecina la ayuda con las compras. Hablamos de política, arreglamos juntas el mundo. Aunque ella sabe más del mundo y de todo, me escucha con el mismo asombro siempre. Me comenta lo que dijeron sus alumnos de licenciatura con la misma admiración por ellos con la que cita a Simone de Beauvoir.
Dicen las que los países que mejor han manejado la pandemia tienen primeras ministras o presidentas, todas lideresas, mujeres. Lo creo. La profesora no sólo me llama a mí una vez a la semana. Ella llama por teléfono a muchas personas, a todo el que puede dedicarle algunos minutos. También me ha dicho que está bien tener esperanzas. Y yo le creo.
II
“Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good-evening, ladies & gentlemen. Tropicana, the most fabulous night-club in the WORLD… presenta…. presents”. Las primeras páginas de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, me llevan al patio de mi abuela Silvia en Marianao. Corro con mis primas, descubro nuevas calles, me orino esa noche en la cama y escucho a mi tía rezongar a la mañana siguiente, mientras recoge las sábanas del catre que me prestó.
En estos días, que los vivos zumban a toda hora en el teléfono, he pensado mucho en mis muertos. Mariana, la abuela negra que quería verme nacer blanca; Máximo y Juan, abuelos de distinta sangre y estirpe, que me dan la mano y me llevan a la vega de tabaco, al sembrado perdido, al bohío en la cima de Las Delicias, a la Tropicana de otro siglo.
Yo te digo que no está mal que tengas nostalgia de La Habana. No está mal que extrañes el sol sobre el malecón, ni los atardeceres de cualquier ciudad donde hayas vivido. Yo te digo que no está mal pensar en lo que hubiera sido, al menos por un rato. Yo me digo que no está mal hablar con mis muertos, sentir nostalgia. Te lo digo a ti, pero solo para decírmelo también a mí. No está mal sentirse mal, desesperado, no entender qué pasa o hacia dónde va el mundo después de esto. Yo te confieso que se me acaban las palabras para consolar a los otros, para consolarme a mí misma. Y me pregunto si estaré viva o seré la muerta en la memoria de alguien más, de una nieta que me piensa en su futuro de incertidumbres mientras le dice a otra persona: no está mal sentir nostalgia, no está mal.
III
¿Qué es el juego de la ruleta rusa? Se toma un revolver cargado con una sola bala. Se lo pone uno en la sien. Se dispara, esperando que la única bala no sea percutida, ni le vuele la tapa de los sesos a quien dispara. La ruleta rusa no es rusa. Es una metáfora de la vida y, al final, como la vida, posee una macabra inclinación hacia la esperanza: Si el revólver es de cinco balas, la posibilidad de salir ilesos es de 4 a 1. Como la vida, cuando cada decisión parece un halar el gatillo, un pararse al borde del precipicio y esperar que se esté asumiendo el riesgo de lo posible. Digamos que, cuantitativamente, la ruleta rusa es una apuesta por la esperanza. Hasta en los peores momentos creemos que saldremos ilesos. Y si no, al menos habremos disfrutado de tres segundos de intensa nostalgia por la vida que no fue.
Se sabe que las nostalgias migran, que un día se extraña a la soledad y al otro día se extraña a los amigos. Las nostalgias migrantes, las nostalgias naranjas, las nostalgias del mar. Yo lo sé, porque mis nostalgias también son migrantes. A veces se me deshacen en la boca, a veces logran traducirse en una canción. Buika canta: el amor es simple y a las simples cosas, las devora el viento. Y mi nostalgia se esfuma y, por algunos segundos, me siento libre. Y me digo: ten la libertad de sentirte como quieras en estos días de frustraciones y desigualdades, ten la libertad de pensar en tus muertos y llorar y bailar y leer y tomar té y no hacer nada. Ten la libertad de tener esperanzas cuando se pueda. Ten, al menos, esa libertad.
© All rights reserved Dainerys Machado Vento
Dainerys Machado Vento (La Habana, 1986). Es escritora, periodista e investigadora literaria. Se decidió a incursionar en la ficción después de haber ejercido el periodismo durante años, tanto en Cuba como en México. Actualmente estudia su doctorado en Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Miami. En 2017, un cuento suyo fue incluido en el proyecto Arraigo/Desarraigo. Antología de Literatura Americana, y, en 2019, fue una de las trece autoras invitadas a formar parte de Ellas cuentan. Antología de Crime Fiction por latinoamericanas en EEUU. Crónicas y cuentos suyos han sido publicados en Yahoo, Nagari, Suburbano, La Gaceta de Cuba, entre otros. Las noventa Habanas, publicado por katakana editores en 2019 es su primer libro de ficción.