El poeta, narrador, ensayista y periodista Antonio Requeni nació en Buenos Aires, en 1930. Parte de su infancia transcurrió en Valencia, España. Tras su retorno a Buenos Aires y ya cursando la enseñanza media —cuando el futuro poeta se apasionaba leyendo las obras de los clásicos de la poesía española del Siglo de Oro— tuvo por profesor al poeta argentino José González Carbalho (1899-1958), autor que dejaría una marcada impronta en sus versos iniciales y que prologaría el primer poemario de Requeni, Luz de sueño, de 1951, a la que se agregó la influencia destacada de Enrique Banchs (1888-1968), entre otros.
A sus veintiocho años se sumó a la redacción del diario La Prensa, de Buenos Aires, donde ejerció tareas hasta su jubilación en 1994. Participó así de una época dorada del periodismo local, en un medio donde importantes escritores de la Argentina y extranjeros colaboraban con sus artículos, entre ellos sus connacionales Jorge Luis Borges (1899-1986), Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), Arturo Capdevila (1889-1967), el mismo Banchs (quien comenzó como ascensorista del diario, me recordó en una oportunidad Antonio Requeni) y Luis Franco (1898-1988), más el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959), el colombiano Germán Arciniegas (1900-1999), el español Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967) y el francés André Maurois (Émile Salomon Wilhelm Herzog, 1885-1967). En contacto con otros poetas de su misma generación que comenzaban ya a perfilar sus versos y frecuentando la bohemia de época, Antonio Requeni iría estructurando un estilo propio, marcadamente personal, que en ocasiones fue definido como afín al sencillismo, aquel movimiento que rompió en su momento con los preceptos del modernismo y sus acostumbradas ornamentaciones, para rescatar la expresión más llana y directa, inclusive coloquial.
Sin embargo, del mismo modo que el sencillismo no puede ser entendido como un movimiento literario con todas las de la ley, ya que no ofrece un manifiesto de ortodoxia y sus cultores de comienzos del siglo pasado no adscribían a un credo reconocido y compartido, la obra de Antonio Requeni ofrece aristas que la diferencian de esa tendencia. Es verdad que su discurso poético es abierto y llano, elude los núcleos de sentido y las manifestaciones que implicarían un ejercicio de hermenéutica para su interpretación, así como, en todo momento, el nexo comunicacional que establece con su lector es directo y sin tropiezos posibles. Pero en su corpus textual atiende Requeni a una exactitud y una precisión muy marcadas por metáforas y alusiones que elevan los versos a dimensiones emotivas de mayor complejidad que la expresión simple de sentimientos y sensaciones, conectando el sentido primario a una gama de referencias muy mayor, a un abanico de asociaciones sensoriales y conceptuales que van más allá de la mera referencia a sucesos, situaciones o circunstancias de las que el recurso narrativo empleado en una poética permite avizorar.
Ello es así porque el trabajo de Requeni en materia de poesía se inscribe definitivamente en la matriz de la lírica más tradicional del género, continuando de tal manera el mismo sendero que recorrieron en los cuatrocientos años de historia del género local sus antecesores. Esa lírica nacional que en fechas más recientes parece haber abandonado la sección más nueva del discurso poético local, encuentra en Antonio Requeni un referente de relevancia, siendo que, además, el autor no opera sobre el discurso lírico al modo de los románticos, donde toda lírica emana del yo escritural, sino que el autor de Manifestación de bienes e Inventario (señaladamente en las obras antedichas) hace surgir la proyección lírica desde las mismas cosas, hechos concretos o simbólicos, circunstancias y ambientaciones que evoca. Su singularidad estriba, en gran medida, en esta suerte de concretización del tono lírico en imágenes palpables, siendo Requeni un experto creador de climas y atmósferas definidos sobriamente con el empleo de unos pocos versos, un rasgo muy destacable de su maestría, para dirigirse luego al remate dotado de una precisión remarcada y certera.
Para no sobreabundar, señalemos este procedimiento tan bien logrado por Requeni en los primeros diez versos de uno de sus poemas más conocidos y que ya constituye un clásico de la poesía argentina, Los amantes del Parque Lezama: “Llegan entre las hojas del otoño. / Se deslizan, irrumpen, atraviesan / la memoria del aire, las estatuas, / las aguas frías del estanque, el Tiempo. / Nadie los ve, nadie los oye. Vuelven / al escenario de su amor efímero. / Buscan rastros, señales, cicatrices / -un guijarro sepulto, una ramita-. / Las lluvias han borrado sus pisadas / y ya nada ni nadie los recuerda.” Para rematar luego: “No volverán, no volveréis a verlos, / porque los dos han muerto, / ya no existen, / son otros”.
Un autor reconocido y reconocible
Muchas fueron las distinciones recibidas por Antonio Requeni, desde su temprana edad autoral, aunque como es bien conocido jamás bregó mayormente por desarrollar una suerte de “carrera” detrás de honores y prestigios; por el contrario, es proverbial su modestia, la sencillez de su trato y su interés fundamental y excluyente por las obras en sí —las propias y las ajenas— por fuera de cualquier otra preocupación extraliteraria. Pese a ello, su talento no pasó inadvertido desde los comienzos mismos de su dilatada trayectoria, demostrando que las cualidades de un autor, para ser reconocidas por la crítica y el público lector, no necesitan que este se involucre en otra cosa que en escribirlas con la honestidad y la capacidad creativa que tanto distinguen a Antonio Requeni.
Así, con solo veintitrés años, al publicarse en 1953 su poemario inicial, Camino de canciones, este recibió la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. En 1965, su cuarta colección de poemas, Umbral del horizonte, accedió al Premio “Alfredo Bufano”, otorgado por el Consejo del Escritor, y en ese mismo año, al dar a conocer otra de sus creaciones poéticas –una de las más celebradas y conocidas del autor-, Manifestación de bienes, se le distinguió con el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
Uno de los volúmenes de referencia obligada en cuanto a la poesía nacional es la Antología consultada de la joven poesía argentina (Compañía General Fabril Editora S.A., Buenos Aires, 1968, 238 pp). Con prólogo de Héctor Yanover (1929-2003), el volumen incluye a 8 poetas -por entonces menores de cuarenta años y elegidos mediante una encuesta pública- que serían parte medular del género en nuestro país. Entre ellos se cuenta Antonio Requeni, en compañía de Rodolfo Alonso (1934-2021), Juan Gelman (1930-2014), Alejandra Pizarnik (1936-1972), Horacio Salas (1938-2020), Alfredo Veiravé (1928-1991), Oscar Hermes Villordo (1928-1994) y María Elena Walsh (1930-2011).
En 1974, por el poemario Inventario, recibió el Premio Pluma de Plata del Centro Argentino del PEN Club Internacional, y en 1980 el Premio al Mejor Poema Extranjero en el Certamen Internacional de Poesía Sicilia ’80, de la Associazione Siciliana per le Lettere e le Arti (Palermo, Italia).
En 1984 se le otorgó el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y dos años después los versos reunidos en Línea de sombra le granjearon el Primer Premio Municipal de Poesía. Recibió el Premio Laurel de Plata a la Personalidad del Año en la categoría Poesía, del Rotary Club de Buenos Aires, en 1989, al tiempo que fue condecorado por el gobierno de la República de Italia con el grado de Cavalliere Ufficiale, un año antes de acceder al Premio Esteban Echeverría, de la asociación literaria Gente de Letras. También sus obras en prosa han sido ampliamente reconocidas: Los viajes y los días (1969): Premio del Fondo Nacional de las Artes; El pirata Malapata (1974): Tercer Premio Nacional de Literatura Infantil; Cronicón de las peñas de Buenos Aires (1984): Premio Konex y Premio Municipal de Ensayos “Ricardo Rojas”.
En 1998 pasó a ser miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Asimismo es miembro correspondiente de la Academia Argentina de Periodismo y de la Real Academia Española.
Obras de Antonio Requeni
Poesía
Luz de sueño (1951)
Camino de canciones (1953)
El alba en las manos (1954)
La soledad y el canto (1956)
Umbral del horizonte (1960)
Manifestación de bienes (1965)
Inventario (1974)
Línea de sombra (1986)
Poemas 1951-1991 (1992)
Antología poética (1996)
El vaso de agua (1997).
Antonio Requeni (selección y prólogo de Ángel Mazzei, 1977)
Prosa:
Los viajes y los días (crónica de viaje, 1960)
El Pirata Malapata (cuentos para niños, 1974)
Cronicón de las peñas de Buenos Aires (1985)
La vida novelesca del Perito Moreno (1990).
Israel, entre lo cotidiano y lo sobrenatural (1992)
Breve crónica de la Avenida de Mayo (1994)
Travesías, diálogos con Olga Orozco y Gloria Alcorta (1997)
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Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay