Sus huellas se dibujaban en la arena húmeda. La playa, desierta a esas horas, intuía la angustia que latente comenzaba a manifestarse. Ella, impersonal y despiadada, ataviándose con su transparencia, se alista.
Llovía copiosamente, pero indiferente a todo, él la sentía correr desde la frente resbalando por el arco de la ceja, deteniéndose un segundo en su pestaña para luego seguir el recorrido inevitable según las leyes de gravedad, mientras ella se dejaba llevar por el impulso y bajaba divertida por su rostro, causándole esa idea magnificada de repulsión.
Cuando la sintió rodar sobre su bozo, cosquilleándole la piel, alargó la lengua para interceptar su paso, pero ella siguió deslizándose por el costado de su boca, acariciando la comisura de sus labios hasta llegar a la barbilla. Ese asco repentino le produjo una arcada. La convulsión hizo que su torso se inclinara hacia adelante violentamente. Ella vaciló en su mentón confundida, aferrándose a ese segundo decisivo entre la vida y la muerte, por fin, prosiguió por el cuello. Ese contacto ligero le produjo a él un agrado involuntario que trató de evitar. Ella seguía avanzando hacia su pecho y eso lo llenó de una ira furibunda. Comenzó a correr con velocidad, cuando sintió a la otra, que como la anterior comenzaba su ruta en la frente, después de haberse desprendido de su cabello. ¿O sería la misma – pensó, esa única e inquisitiva que resbalaba una y otra vez para probar su inmortalidad? Cuando llegó a la mejilla, trató de deshacerse de ella con el roce del hombro, pero ante el fallo, decidida y transgresora, prosiguió estoicamente su descenso.
Ese desagrado seguía latente, pero ahora se agregaba la idea de impotencia ante la situación, mientras ella, escurridiza y audaz se escabullía dentro de su ombligo provocándole otra arcada. Se tiró sobre la arena boca arriba. La lluvia ya no caía con tanta fuerza, cerró los ojos, respiró hondo, visualizó su redonda cicatriz anegada y sonrío. Por primera vez se reconoció asesino, se comparó con la maldita gota y su inmortalidad. Una sensación de poder llenó sus pulmones. No pensó en el fracaso hasta el momento en que incorporó su torso y con agonía volvió a padecer la repugnante sensación. La presintió airosa y desafiante, nuevamente inmortal, se le antojó obscena llegando sin pudor a su pelvis, deslizándose lasciva hacia su sexo, la sintió multiplicada, abarcándolo y lo que más horror le produjo fue el placer que se apoderaba de sus sentidos ladinamente y que no podía resistir. Quiso volver a experimentar el asco, pero el goce era mayor y se dejó llevar hasta ese espasmo que esta vez lo sacudía violentamente como antes lo había sacudido la arcada. Exhausto y derrotado en su lucha, la furia fue envolviéndolo como una espiral. Se sintió ultrajado. Lentamente y con movimientos torpes se levantó, la sintió deslizándose por su muslo izquierdo, aletargada, lujuriosa y con la misma parsimonia con la que ella seguía recorriendo su cuerpo, ejerciendo su poderío sobre él, fue adentrándose en el mar. La satisfacción de hacerle perder su autonomía le dio la fuerza para seguir. Sabía que si salía del agua ella volvería a ser inmortal. Siguió adentrándose en el mar.
Alejandra Ferrazza. Nació en Buenos Aires, Argentina. Cursó los primeros años de Arquitectura y Urbanismo en la UBA (Universidad de Buenos Aires.) Actualmente reside en Miami. Cofundadora de Proyecto Setra, Inc. (organización sin fines de lucro dedicada a promover el arte y la literatura) y de la revista Nagari (Arte y Literatura). Codirige un Taller Creativo mensual en la librería Books & Books de Coral Gables desde el año 2004. Fue elegida para formar parte de la selección poética “La ciudad de la unidad posible” que se presentó en la Feria Internacional del libro en Miami en el 2009.