Todos los días hacía el intento de fingir su fracaso. Todos los días llegaba al parque con un rumor de desdicha por debajo del maquillaje y la sonrisa quebrada. Leía a la sombra de las grandes ramas de los árboles de hule, cruzaba las piernas manteniendo verticalmente el libro entre las manos. Siempre pensé que no pasaba de los cuarenta años. Realmente muy joven, pero su desencanto la envejecía durante las tardes. Me saludaba inclinando la cabeza y luego seguía a su banca de cemento, el lugar que había elegido para sufrir esa pequeña muerte diaria.
Ignoro si alguna vez me observó mientras la miraba. En su cuerpo anidaba una ternura que, en otro tiempo, tuvo que significar coquetería, mientras que los labios, pese a las líneas que ya jugueteaban en la periferia de sus comisuras, contenían todo el rumor de sensualidad infantil que se subraya con los años y que no deja de ser la marca de las madrugadas en vela. En sus dedos, un anillo con una luna en cuarto creciente y una estrella, era la única insignia con que eran decorados. Posiblemente los ojos guardaban algún simbolismo secreto, pero muy pocas veces pude verlos porque se mantenían sobre las páginas. Eran negros, lo supe desde el principio, y eso me bastó para suponer una mirada gris y melancólica.
Se acostumbró a verme en el Parque Revolución. Yo llevaba una carpeta donde escribía intentos de novelas que nunca se completaron, versos que leí mal en un taller literario adonde asistía, sueños sin descaro ni apatías como los de ahora. En ese momento a mi vida aún no llegaba el desconsuelo. Por eso iniciamos el juego. Ahora lo sé.
Ella leía todas las tardes, armando la estrategia para no dejarme ver su derrota, que en sus pasos no se notara el llanto que se había anidado en su espalda, que sus zapatillas se negaran a reproducir el sonido de la soledad en que se habían convertido sus horas. Yo la miraba, en ocasiones de soslayo, en ocasiones directamente, tratando de agudizar mi conocimiento sobre ella y lo que ella vivía. En silencio trataba de hacerle saber que no era necesario fingir, que como yo, todos quienes la miraban se daban cuenta que traía algo desmoronado por dentro. Tal vez una promesa que nunca se realizó, tal vez una charla sangrante en algunas mañanas o tal vez la falta del tedio de la vida en pareja que es tan necesario como nocivo.
Al momento de marcharse iba dejando algo en el aire. Caminaba más lento aún que cuando había llegado. Mientras iba acercándose, ella era quien me miraba, pero entonces yo ocultaba los ojos. A los 17 años el miedo es la única forma de vida. Siempre intuí que quiso mirar lo que escribía todas esas tardes en que ella se negaba a someterse al desencanto de los años y yo no me cansaba de hacerle notar, con mi presencia, con mi contemplación indiscreta, con mis palabras en silencio, que todo era verdad, que ella no tendría días sin parque ni lectura, y que los deseos se le irían desgastando, cada tarde, sin prisa, pero también sin misericordia.
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XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.