Un piano entra en escena; una música de lounge se expande por toda la sala. Estamos en el restaurante Open Stage. Un persuasivo presentador (Esteban Villarreal) cercano al personaje de Joel Grey en la película Cabaret, va sumergiéndonos en el relato. Lleva la cara maquillada y unos guantes blancos. Va acercándose mesa por mesa a todos los comensales anunciando su misiva: “Señoras y Señores lo que van a ver esta noche es….”
Una pareja de mediana edad abre la puerta del establecimiento con solemnidad. Llega y se sienta en su lugar asignado: una mesa con mantel ligeramente elevada con un hermoso candelabro de plata y cuatro velas rojas. La mujer, Deborah (Yami Quintero), con un refinado vestido negro se devanea como una Salomé entre el público y ocupa el espacio escénico del comedor. Su marido Lucio (Edward Nutkiewicz) inicia una conversación con ella sobre su actual matrimonio en tono sarcástico: “lo nuestro no es amor cariño… es pereza”. Hacen tiempo y conversan mientras se sirven un champán; esperan a una nueva pareja para compartir la cena. Llegan los nuevos comensales. Una mirada delatora –posiblemente demasiado explícita, a mi entender, a estas alturas de la obra- entre la nueva mujer Channel (Sahyly Esponda), y Lucio dará a entender por donde irá el futuro conflicto; el marido, que le acompañaRichard (Diego Vegue Castell) , empezará a sospechar.
La cena está servida: de primer plato una ensalada de hipocresía bien aliñada, de segundo un bistec empanizado de decadencia y hastío entre los cuatro, y para finalizar, como postre, el descubrimiento de una infidelidad no precisamente dulce y por tanto sin guinda.
Según palabras del prolífico director chileno Osvaldo Strongoli, el teatro in situ nace en la India a mediados del siglo XIX como un experiencia vivencial y pretende que el set y el guión estén entrelazados en el espacio real donde se ubica la acción. El autor de este bien elaborado drama con sus toques de humor, el argentino Edward Nutkiewicz, actor también en la obra, ya había concebido otra historia bajo esta premisa, en este caso ligada al baño, El señor de las piscinas.
Si descontamos pequeños detalles referentes al sonido que afectaron la comprensión del texto en algunos momentos… el concepto, la dirección de actores, y el cierre y apertura escénica de Osvaldo merecieron su esfuerzo; así también el diseño de vestuario a cargo de la boliviana Rosita Hurtando. Yami Quintero cumplió elegantemente con su papel de diva, Sahyly Esponda fungió con su expresión bien sostenida de decepcionada y triste, un papel muy apropiado a su personaje de amante y Diego Vegue Castell interpretó con dignidad a un doctor-galán que se siente airado por la situación…Pero sería injusto no decir que este viejo e infiel profesor , Edward Nutkiewicz, tanto en escena como ante el público, llevó su seducción y sus tablas a puntos extremadamente vivenciales, no sólo frente a sus compañeros de reparto sino también ante los invitados que nos sentábamos allí. Sin duda, estamos ante un gran divo, en este caso, en busca de autor que diría Luigi Pirandello.
Un ejercicio bien hecho sin duda a repetir. Una convivencia laboral con gente de distintas nacionalidades hispanas que, imagino yo, no tiene precio. Experiencias como ésta en Miami, son las que ennoblecen la calidad del teatro en nuestro municipio y le dan voz internacional a nuestra comunidad. Pues bien… que sigan. ER