La primera vez que oigo este término yo comía un sandwich de jamón sentado en la butaca de un cine junto a mi padre. Tenía 7 años. Charlot (Charles Chaplin) y una cuadrilla de hombres diabólicos se abofeteaban de la manera más divertida. ¿Lugar?: una celda abarrotada junto a un guardián en la puerta con un porra en su mano. Todos, con trajes a rayas en blanco y negro y una gorra con el mismo diseño adherida al rostro.
“¿Por qué llevan esta bola tan grande atada a los pies…papá?”. Le pregunté “Para que no se escapen y hagan daño a la gente con sus fechorías” me contestó mientras no paraban sus carcajadas ante la presencia de aquel cine mudo.
En mi pubertad, aparece un sinónimo del término en los cómics; se llama “prisión”. El Capitán Trueno, El Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín…. Allí los recluidos, lo están bajo la razón de la ley. Los héroes encierran a los malhechores, pero también descubres que encarcelan a los buenos. Los malos siempre están a galeras o en presidio al final de la historia. No cumplen el código que les exige su territorio.
“Los que roban y matan…los meten entre rejas” me decía de pequeño mi abuelo que vivió la Guerra Civil Española . De mayor cambiaría la semiótica y daría otro significado a estas palabras cuando comentábamos las imágenes de las protestas de los afroamericanos reivindicando sus derechos civiles en EE.UU. o la revuelta estudiantil del mayo del 68 en París: “Meten entre rejas a muchos justos por reclamar sus derechos… y fuera, hay cientos de criminales de guante blanco”.
En el patio de la escuela se había corrido la voz entre los amigos. “El papá de Ángel salió en las noticias de Radio Nacional. Dicen que sacó un revolver y le puso el cañón en la sien al director de una sucursal. Fue en el banco Hispanoamericano. Qué pena, se va a pasar la vida en La Modelo.”
Cárcel Modelo de Barcelona
Así era el nombre de nuestra penitenciaria más renombrada en la ciudad de Barcelona. El término se instaura porque a partir del panóptico central, toda conducta y omisión del reglamento se controlaba desde allí. Este espacio, quería mostrase como un ejemplo a seguir en la vigilancia y reinserción del condenado en el año que se instauró, 1904. También tuvieron fama: el Centro de Wad Ras, el de Carabanchel y Yeserías en Madrid, o el Penal de Burgos durante la dictadura. Todo para justificar que…
En el año 1976 me llaman al servicio militar. Cuerpo elegido: La Armanda. Lugar y destino final: El Arsenal de El Ferrol, Galicia. Allí descubro una cosa. Demasiada gente afín a mis ideas políticas, es decir, personas contrarias al “caudillo”, el general Francisco Franco que regentó España desde 1939 hasta la su muerte en 1975. No era casualidad que casi todos estuviéramos allí apelotonados.
En aquel tiempo de transición política, las cárceles eran refugio no sólo de los disidentes políticos sino de una población reclusa, entre otra, muy ligada a la delincuencia por motivos relacionados con la droga. Y para ser más específicos, a una muy en particular: la heroína. Cientos de ellos, había hecho revueltas en las cárceles de España. Una ley de amnistía se estaba cocinando para los que luchaban contra el régimen del general y para los “comunes” (así se llaman a los que tienen causas de criminalidad propia, no sujetas a temas políticos en mi país) no había más que desesperanza y quietud ante sus condenas. Muy al contrario a lo que sucedía en su interior. Los motines aparecieron en los telenoticias. Y mayoritariamente ubicados en la techumbre de algún centro, los reos sacaban pancartas pidiendo el mismo trato de favor como víctimas del propio régimen. Yo me había unido a defender sus peticiones y derechos como ciudadano. Entendí que muchos de los llamados “criminales”, eran producto de aquel régimen fascista que solo procuraba la discriminación y la marginalidad de sus ciudadanos que no comulgaban con sus ideas. Total, que ocurrió lo siguiente…
28 de diciembre de 1976 .
Estación de trenes de El Ferroll. 5.35pm de la tarde.
– ¿Es usted el soldado 1079, el que trabaja en la secretaría del Arsenal como amanuense?
– No, señor
– ¿Se llama Ud. Eduardo Reboll Gascón?- Me dijo un policía militar cuando bajaba del carruaje del tren con mi petate a cuestas.
– No señor. Debe de haber una confusión aquí. Yo soy Agustín Villa Rocamayor número 0758 y trabajo en la Biblioteca Naval de El Ferrol.
– Acompáñeme entonces. Tenemos que verificar quién es. No concuerda con los datos que me ha proporcionado el Servicio de Inteligencia Naval.
– Sin duda. Yo le demostraré quién soy y aclararemos la confusión. La verdad es que no entiendo nada. Soy un servidor a la Patria y me imagino que el suplanta mi identidad… debe ser un traidor a España.
El teatro, no me sirvió más que el tiempo que dura aquel diálogo más propio de una obra de Darío Fo que de un hecho real.
El sueño de evadir la detención y huir a Francia durante la misma jornada, se había desmoronado con mi falsa identidad. Durante mi viaje urbano por El Ferrol en un Jeep oficial, reflexioné y deduje que lo mejor sería decir la verdad; y así lo hice.
Motines de la COPEL en distintas prisiones españolas.
Al cabo de una hora, entraba directo en la Prisión Naval de Caranza. Motivo: llevaba propaganda clandestina sobre la COPEL(Coordinadora de Presos En Lucha) de Barcelona. Dentro de ella, se encontraban todos mis compañeros de un piso que compartíamos como marineros en la localidad. Entre ellos, Jordi Petit, fundador del FAGC, el iniciador del movimiento de reivindicación gay en Catalunya en los años 70.
Después de cachearme hasta el orifico anal y darme mi uniforme gris “de faena”, me trasladan esposado desde la oficina de interrogatorios hasta una celda de aislamiento durante tres días. Allí percibo la emoción de lo oscuro. El silbido divertido de las ratas. Y el honor estúpido de pensar que era “alguien” como los miles de encerrados en contra de aquel régimen autoritario.
Un detalle gráfico, el reo anterior había escrito en la pared :“Yo estuve en esta cámara tres veces y me fui. Tú también te irás tan pronto como yo… Aguanta”.
Un detalle afectivo. Hacia la noche, alguien me pasa comida por una abertura que había debajo la puerta del calabozo: “Profesor ¿Usted también aquí? Soy yo… El Negro”. El susodicho era alumno mío en mis clases de alfabetización que un servidor impartía en el cuartel antes de ser detenido. “Profe. Nunca pensé que usted estaría aquí con nosotros”. Aquel interno, que de ningún modo entendía porqué para leer era necesario juntar una consonante y una vocal, acabó su monólogo de esta manera tan humana: “Le he puesto un poquito más de carne y una manzana verde. Tranquilo. Aquí estamos todos los buenos como usted. Así es la vida ja ja ja”.
Al oír la palabra “los buenos” se reafirmaron mis pensamientos en aquella pocilga. La razón por la cual yo me había involucrado en ayudar a los que se amotinaban en las cárceles españolas por sus condiciones humanas, era la causa por la cual ahora yo me encontraba recluido: es decir, recibía…prisión; por condenar el estado de las prisiones.
Sería un hipócrita sino reconociera que, a pesar de las circunstancias infrahumanas, fui bienaventurado en aquel lugar. Seis meses alternando la cocina de la institución con la limpieza de los almacenes. Escribiendo cartas de amor a las novias de tres analfabetos o ayudando a organizar los libros en la biblioteca bajo la paz y el silencio. Allí descubrí el Borges poeta de Fervor de Buenos Aires y el cuentista de Ficciones . A Walt Whitman con el Canto a mí mismo o El Lobo Estepario de Hermann Hesse. Cada mañana, andaba por el patio como lo hacía Sócrates en Atenas: conversando de forma peripatética con sus “discípulos”. Y por el contrario, durante al noche, fungía a la inversa el mismo papel con los más veteranos de la penitenciaria en una celda común: los maestros vitales eran ellos; yo su oidor más atento.
Un día, en el verano de 1977, cientos de voces en el exterior de la prisión gritan al unísono: “¡Libertad, Amnistía!”. En octubre del mismo año, el rey Juan Carlos I, promulga la orden de excarcelación de todos los presos políticos; el resto…siguen sujetando los barrotes con sus manos.
Tres recuerdos del último día: la inmensidad desproporcionada de la puerta de salida segundos antes de abrirse. La llamada en una cabina telefónica a mi novia de aquel momento, María José: “Amor mío; ya soy libre”. Y El Negro despidiéndose de mí, mientras me decía a viva voz desde la ventana de su celda: “No os olvidéis de nosotros. Recuerda…todos los buenos estamos aquí”·
A lo largo de mi existencia, cuando mi desorientación vital ha buscado refugio para comprender la realidad, y ésta se encasilla o no cambia, a veces surge en algún sueño repetitivo: mi propio yo imaginario en una penitenciaria junto al mar. A continuación, aparezco en una mazmorra con varios libros de literatura encima de la mesa y una máquina de escribir Underwood. Tecleo, y me siento con la propia soledad que conlleva la reclusión, sin importarme el porqué ocupo aquel espacio.
Corrigiendo esta fantasía diré que, a lo sumo, el significado de sentirse como en una cárcel es personal e intransferible. Independientemente de la aleación del hierro de los barrotes, el atuendo carcelario, o la cantidad de luz que penetre en la piel… la sombra de tu propio encierro la originas tú; no el lugar.
Nota final: Este artículo tiene un origen. Durante mi estancia veraniega en Barcelona, se anunció después de 40 años pidiendo su demolición: el cierre de la Prisión Modelo de Barcelona. Abierto al público, este centro penitenciario ocupa hoy, un lugar en la memoria histórica de los barceloneses.
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