Me place traerles lo que para mí ha sido un enriquecedor intercambio de ideas con un valioso miembro del exilio histórico cubano en Miami. Cuando me toca hablar de don Orlando Rossardi, me quito el sombrero con sumo respeto. La mía es una deferencia dual. No logro separar la figura del hombre de carne y hueso que muy temprano supo romper las ataduras de un totalitarismo caduco y estéril, de la imagen del Poeta con P mayúscula que aquí comparte con nosotros su brillante trayectoria. Las evaluaciones de su obra abundan por los muchos rincones del globo, siendo una de las más certeras y jugosas, la escrita por el crítico José Prats Sorial, y que abre el más reciente de sus cuadernos, Obra Selecta, publicada por Advana Vieja, en el 2019. Es una antología que recomiendo con entusiasmo e invito a adquirirla. Mientras tanto, concentrémonos en las revelaciones que imparte mi encuentro fenomenológico con este paradigma de la historia y literatura cubanas.
Con esta breve reflexión como tema al proyecto que me ocupa, agradezco profundamente su disponibilidad y le planteo la primera pregunta. Entre otros elementos idiosincrásicos, usted comparte las circunstancias históricas de un número considerable de intelectuales que lograron salir de Cuba en los inicios del presente régimen. Obviamente, era muy joven cuando dejó la isla que lo vio nacer ¿Cómo describiría usted sus años mozos?
Crecí en una especie de pueblo, y digo especie porque está tan metido en la gran ciudad de La Habana, que bien podría ser un barrio más de ella. Me refiero a Regla, que exhibe para darse importancia, el santuario que da cobijo a la Virgen de ese nombre, la misma que se encuentra en Chipiona, España. Bien, diré algo luego, un poco, de ese espacio y del otro, la ciudad y el pueblo, la isla y la península que forman parte de esos años que van construyendo las paredes de la casa poética que luego apuntalarán el techo con que se cubre buena parte de mi trabajo.
Comprendo perfectamente los fundamentos de sus palabras ¿Podría compartir algunas de las circunstancias que finalmente motivaron su salida?
Bueno, maltratado luego, ante los tristes acontecimientos que vivía Cuba desde el principio en que se posesionaran las coloridas y barbudas tropas que descendían de la Sierra. Por entonces, me entregué a ese júbilo mencionado, subí y bajé muchas veces a La Cabaña, a pie o en “jeep”, para enfrentarme al trabajito asignado, tomando huellas y datos a «presos políticos» que luego pasarían, sin mucha defensa, por los “paredones”. De esas caras aterrorizadas todas, inocentes muchas. Rostros que miraban al vacío buscando un escape a lo que les venía encima cualquiera de esas noches en que tronaban los fusiles, una y otra vez, hasta que una gota de mañana se colaba por los antiguos barrotes.
Mientras, me pides que recuerde cosas como las que vi desde la barandilla del vapor Covadonga, rumbo a España, un día de septiembre de 1960, en que dejaba atrás familia y revolución reciente, vivita y coleando, por los nudos de mi pensamiento que se hacían cada vez más fuertes al correr de esos días. Y esos días fueron aquellos de la revolución ya mencionada. Entró, ahora me parece, de golpe, separando al joven del hombre nuevo, no ese que inventaba Guevara, sino el mío, que salía por un costado de ese tinglado histórico que me iba haciendo a medida que entraban los sucesos de cada hora; porque todo parecía correr por esos días con una prisa increíble, difícil de asimilar.
Mas tarde, clases en la universidad donde me despertaba por completo de ese entusiasmo y me puse, con otros, a colaborar con un periodiquillo con buenas verdades de la situación, que distribuimos por los pasillos y las esquinas de la Plaza Cadenas. Y también acudir con otros compañeros como «el gordo» Salvat y Alberto Muller a protestar las flores que traía Mikoyan al parque Martí para ofrecerlas al apóstol y así, hasta ese día en que nos echaron, con mucho aspaviento, entre gritos y metralletas, a la calle por ser “niños bitongos” que pagaban los americanos y definitivamente contrarrevolucionarios.
Pues sepa que todo esto me suena muy familiar: recuerdo bien aquella demostración, y el rostro francamente desagradable de aquel personaje ruso; además, puedo palpar que ya a temprana edad usted y sus coetáneos, que no fueron pocos, sufrieron los embates de la censura y los estigmas que nos acompañan por el resto de nuestras vidas.
Allí viene lo que te mencioné antes, unos días después, cuando un grupo, entre los que me encontraba yo, logró embarcar en el vapor Covadonga de la Trasatlántica Española, con parada en Nueva York y luego La Coruña. Mi primer libro, El diámetro y lo estero, publicado en Madrid, por la escritora Concha Lagos, unos meses después de acomodarme en varias pensiones de la capital, (junto al pintor Ramón Dorrego y al filólogo Humberto López Morales, parte del grupo mencionado con anterioridad), recoge poemas escritos en la travesía y otros terminados en Cuba. Hasta este momento me movía entre escena como actor que pretendía serlo y lo dicho, poeta con algunos poemas aparecidos en los cuadernos Cántico, publicados por mí y mi buen amigo René Ariza, y otras publicaciones extranjeras que nos canjeábamos con tremendo disfrute. Por esas tempranas fechas ya tenían problemas otros escritores de mi generación como los que poco después presentarían las Ediciones El Puente, bajo la tutela de José Mario Rodríguez en compañía de un grupo de buenos poetas jóvenes. A René, el pobre, le tocaron momentos muy difíciles hasta su salida de Cuba y de cuales supe más tarde en España. Otros muchos tendrían encuentros terribles con la dictadura castrista y a los que hago mención en mi antología La última poesía cubana, publicada en Madrid en 1973, diez años después de haber editado Humberto López Morales, en Cádiz, su libro Poesía cubana contemporánea, un ensayo de antología, primera antología en adentrarse en ese tema y que me destaca al final del cuaderno, como el poeta más joven que aparecía en esas páginas.
Por cierto, aquel libro es parte de mi biblioteca personal. Todo esto me anima a formular la siguiente pregunta: ¿Qué experiencias habituales relacionadas con la educación en el hogar e instrucción escolar marcaron sus años de juventud en Cuba? ¿Hubo alguna intención tempranera de aventurarse en el oficio de escritor?
Mis experiencias escolares no cuentan con respecto a mi vocación literaria, exceptuando mis lecturas de los clásicos españoles, modernos y antiguos. En los Escolapios de Guanabacoa ya los buenos profesores me mostraban las páginas de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús y, claro, tuve una especie de etapa de poesía mística, especialmente durante mis pocos años de seminarista, en el seminario El Buen Pastor de Arroyo Arenas. Estos libros los alternaba con lecturas de poetas modernos y contemporáneos españoles primero y luego, hispanoamericanos y del patio, sin orden ni concierto. Como me gustaba y, claro, aún me gusta la poesía, todo lo que caía en mis manos lo devoraba. Por lo pronto, llegado ese momento, mi padre se preocupaba de que concluyera mis estudios universitarios que se vieron cortados, no por mis deseos, sino por las tristes circunstancias de aquella toma izquierdista de las aulas de la Universidad de La Habana.
Estimo que durante esos días de finales de los cincuenta y principios de los setenta se cimenta mi gusto por la poesía española contemporánea, primero en la figura cumbre del Nobel Juan Ramón Jiménez a quien quise estudiar profundamente en una tesis doctoral en la Universidad de Texas, guiada por mi profesor y amigo Ricardo Gullón, quien, queriéndolo o no, me hizo cambiar de dirección y me llevó a meterme en el extraordinario mundo del poeta colombiano León de Greiff; de ambos tengo artículos que han salido en revistas literarias en Hispanoamérica, España y los Estados Unidos y un libro León de Greiff: una poética de vanguardia, base de la tesis doctoral que apuntaba antes.
Entonces, supongo que en realidad no hubo un estímulo de parte de sus padres en aquellos momentos en que sorpresivamente le cortan de cuajo parte de lo que hubiese sido un aprendizaje escolástico o la familiaridad con algún miembro de la familia matrimoniado con el universo de la poesía.
Pero bueno, tengo que regresar a los años “mozos”, creo, ya que me he despachado de un tirón a espacios posteriores. Repito que nunca tuve incentivos en mi casa ni en la escuela; incentivos que no fueran los creados por mí. A mi padre le hubiera hecho ilusión en seguirle los pasos en la medicina, pero poco a poco se adaptó a la circunstancia y me dejo crecer entre libros de historia y de literatura. Tal es el acomodo que de su creación es el pseudónimo con el que siempre he firmado la mayoría de mis libros: Rossardi, por aquello de juntar Ro de Rodríguez y sardi de Sardiñas, nombre que le parecía más adecuado al mundo de la literatura que el simple Rodríguez. Le dejé jugar el juego y hoy en día ya es parte de mi todo vital.
Sin duda: su nombre se escucha mucho en los focos intelectuales de la península. Estoy muy consciente de que por siglos el uso de la palabra «generación» quizás ha sido abusivo, pero basándome en su acercamiento a la poesía y terrenos a ella aledaños, me inclino a preguntarle, si dentro de la evolución que registró la literatura en la isla debo ubicarlo a usted como miembro de una o dos generaciones de poetas. En caso de que así fuere, ¿cuáles serían sus razones como poeta y escritor?
Por lo pronto debo decirte que, para mí, en nuestra literatura cubana de los últimos setenta años no encaja el concepto generación. Creo que la revolución trajo también la desaparición de ese concepto y su adaptación a la realidad del momento. La desbandada de los artistas, aquellos que no habían llegado a cierta edad, y sobre todo los que salían de la isla, no venían luciendo ninguna “casaca generacional” y solo cabría llamarles con el genérico de “exiliados”. En mi caso se me coloca, a veces, dentro del grupo del 50 aunque mi producción se salga de esos parámetros, así como la de muchos de mis compañeros exiliados. Claro que esas publicaciones van a caer a finales de los cincuenta y ya comenzado los sesenta. También es cierto que algunos de los integrantes de “generaciones” anteriores formarán fila con las nuevas plumas exiliadas, contemos con los grandes nombres en la poesía, de Gastón Baquero, Eugenio Florit y los más jóvenes Manuel Díaz Martínez, Matías Montes Huidobro, Ángel Cuadra, Pura del Prado, Julio Matas, Rita Geada, entre otros muchos más. Insisto en que el exilio rompe un tanto los moldes generacionales que usamos para ayudar a entender ciertos espacios temáticos, sobre todo, a los que nos hemos acostumbrado. Los poetas del exilio se asoman a distintas ventanas para observar distintos paisajes y van a componer sus obras con los préstamos de autores de diversos países y bajo el influjo de distintos parajes. No obstante, en su mayoría, aparece la “cubanía” por aquí y por allá, en sus temas, en sus menciones a nuestra historia o a nuestras circunstancias políticas y raciales, y hasta en su geografía y clima.
FIN PARTE I
© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez.
Héctor Manuel Gutiérrez ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido con poemas, ensayos, cuentos y prosa poética para Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Eka Magazine, Insularis Magazine y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky. Ha sido reportero independiente para los servicios de “Enfoque Nacional”, “Panorama Hispano,” “Latin American News Service” y “Latino USA” en la cadena difusora Radio Pública Nacional [NPR]. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Es miembro de National Collegiate Hispanic Honor Society [Sigma Delta Pi], Modern Language Association [MLA], y Florida Foreign Language Association [FFLA]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros CUARENTENAS, Authorhouse, marzo de 2011, CUARENTENAS: SEGUNDA EDICIÓN, agosto de 2015, CUANDO EL VIENTO ES AMIGO, iUniverse, abril del 2019, DOSSIER HOMENAJE A LILLIAM MORO, Editorial Dos Islas, 2020 y DE AUTORÍA: ENSAYOS AL REVERSO, Editorial Dos Islas, 2022. Les da los toques finales a dos próximos libros, ENCUENTROS A LA CARTA: ENTREVISTAS EN CIERNES y LA UTOPÍA INTERIOR, estudio analítico de la ensayística de Ernesto Sábato.