La obra
Dos etapas diferenciables signan la producción poética de Héctor Viel Temperley, iniciada en 1956, a los veintiséis años de edad, con la publicación de Poemas con caballos. La primera abarca hasta la edición de Humanae vita mia, producida trece años más tarde e incluye el contenido de El nadador, de 1967. Se trata de una fase donde las evocaciones y los sentidos religiosos de índole cristiana comienzan a ser reelaborados por el poeta argentino de un modo particularísimo que signará toda su poética posterior, al tiempo que combinados con un vitalismo extremo donde la apelación a los escenarios rurales propios de su infancia, el universo de las sensaciones propias del contacto con la naturaleza y el pathos interior (en proporciones distintas según el título del que se trate) crean y recrean constantemente un universo personal que se transmite al lector de manera vibrante y definitiva, fácilmente reconocible en el contexto del género y en la Argentina. Como bien señala Cristina Piña, en su texto Héctor Viel Temperley: de la invisibilidad a la categoría de «poeta de culto» (1): considero que hay diversos aspectos en su obra que la vuelven especialmente difícil de asimilar para el contexto de la época, tanto por su contenido religioso y místico como por sus aspectos estéticos y su tratamiento del cuerpo y la sexualidad, la suma de los cuales lo convierten en un ‘nómade extraterritorial’, según lo he calificado siguiendo a la vez la denominación de Deleuze (1979) y de George Steiner (1971). Un extraterritorial de la mística, un extraterritorial de la poesía, un extraterritorial del mercado que, va formando rizoma con campos tan alejados como la mística castellana del siglo XVI -San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila-, el surrealismo -tanto francés como argentino, sobre todo en la figura de su amigo Enrique Molina-, la tradición sobre todo surrealista de la poesía erótica, la poesía campestre argentina -ante todo la tradición nacionalista de la Generación del 40 argentina- y, ya en el campo extrapoético y textual, con la disciplina del deporte- sobre todo la natación. En lo que se relaciona con la mística, parto de una reflexión de Cristóbal Cuevas (1980) sobre lo que determina los singulares logros estéticos de la mística de Santa Teresa y San Juan de la Cruz dentro del ámbito hispánico. Para el estudioso: ‘[…] su ideario se ajustaba mejor que ningún otro al espíritu de los tiempos’ (Cuevas, 1980, p. 492). Si consideramos desde esta perspectiva la poesía de Viel Temperley, nos tropezamos con una ambigüedad que constituye el primero de los obstáculos para su recepción por parte del público y la crítica contemporáneos. Tanto como en la cultura del siglo XX se ha revalorizado el cuerpo y se ha legalizado su representación, al igual que la del erotismo en general, en la literatura y el arte, la religión católica ha mantenido su tradicional actitud de desvalorización del cuerpo. Si a ello sumamos que en el Cristianismo el camino hacia la unión mística se apoya precisamente en una ascética -que entraña el rechazo del cuerpo, el anonadamiento de la subjetividad y la purgación de lo sensorial para permitir el encuentro pasivo con Dios- la exaltación del cuerpo presente en la poesía de Viel, su transformación de dicha ascética en ‘entrenamiento atlético’ o ‘deporte de Dios’ (Milone, 2003) -encarnados en la natación o el ejercicio rítmico de hachar- implica un cambio radical que parece llevarnos al terreno opuesto. Y si digo ‘parece’ es porque tal ruptura para nada entraña que Viel adopte esa otra forma de mística contemporánea no religiosa representada por ‘la experiencia interior’ de Georges Bataille (1943), donde lo que se experimenta no es la presencia sino la ausencia de Dios, según lo señala acertadamente Gabriela Milone (2003, p. 15-21). Y ese rasgo que, por un lado, lo hace más accesible para quienes no se interesan por la mística pero se sienten atraídos por la sensualidad de su poesía, implica un factor de incomodidad para los ortodoxos, que a menudo quedan desconcertados ante ella. Es decir, que no acomoda del todo en ningún lado. En rigor, la mística de Viel es una mística ‘encarnada’ en el sentido de que, yendo más allá de las tradicionales metáforas amorosas utilizadas para la representación de la unión del alma con Dios que inaugura el Cantar de los cantares y retoma San Juan de la Cruz, en su poesía hay una fuerte presencia de la sensualidad y la sexualidad, de esa “carne” desestimada como impura por la ortodoxia cristiana”.
La segunda etapa de la producción de Héctor Viel Temperley lo muestra liberado de algunos moldes adoptados en la fase anterior, y cultor de un discurso definitivamente más amplio y rico en imágenes, indicios e invitaciones polisémicas, al tiempo que el fuerte registro autorreferencial y biográfico —siempre como alusión a la condición humana compartida— se exacerba y toma su lugar lo mejor de su elaboración poética, particularmente en Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986). Según destaca Biviana Hernández O., en Poéticas de la reescritura: Héctor Viel Temperley y Leónidas Lamborghini (2): El último libro publicado en vida de Héctor Viel Temperley, un año antes de su muerte en 1987, fue Hospital Británico (1986), un poema-largo o en prosa4 que reúne una selección de fragmentos provenientes de la crónica personal del dolor y la enfermedad que el escritor padeciera en el Hospital Británico de Buenos Aires producto de un tumor cerebral. Hecho que opera como el ‘biografema mínimo’ que activa la composición de Hospital Británico conforme una operación de montaje (acoplamiento y yuxtaposición de fragmentos poéticos de sus libros anteriores)5, pero que desborda la textualidad -la operación misma del montaje- hacia los límites de la experiencia de vida. Me detengo aquí en la noción de “experiencia”, entendida no más como un punto de partida biográfico del poema, cuanto como resultado de un proceso de mediación entre el texto y aquello que lo excede en el más amplio sentido de lo extra-textual. Siguiendo, en esta comprensión, la lectura de Leonor Arfuch (2002), quien sostiene que el espacio biográfico se define como un espacio intermedio, “a veces como mediación entre público y privado; otras, como indecibilidad” (p. 27). Un espacio donde el valor biográfico del relato se define como el elemento mediador entre la vida y la obra del escritor, en circunstancias que ordena, administra y organiza el continuum de la vida y su narración. El espacio biográfico es, por tanto, una forma de comprensión, visión y expresión de la propia vida que se hace extensivo al conjunto de “formas significantes donde la vida, como cronotopo, tiene importancia (…) El concepto tiene (…) una doble valencia: la de involucrar un orden narrativo, que es, al mismo tiempo, una orientación ética” (Arfuch, 2002, p. 57). Para la confección de Hospital Británico, Viel Temperley decidió seleccionar una serie de fragmentos de sus libros anteriores y mezclarlos, superpuestos e imbricados, con las “esquirlas” de la crónica correspondiente a la etapa de la enfermedad y la convalecencia en el hospital. El poeta usó el término esquirlas para reforzar la idea de lo corpóreo, ‘de la profundidad en la que puede clavarse un verso como si fuese una astilla, el trozo de una madera, una espina que se extirpa o con la que se aprende a vivir -y a escribir’ (Esses, párr. 3). Tratándose de un trabajo de recorte, acoplamiento y ensamblaje, donde el texto, por momentos, es extraído de otros anteriores, modificando su sentido en un nuevo conjunto (aunque no es forzoso que así sea) mediante la práctica del montaje. En nota a la edición argentina de su poesía completa en 2004, se lee: ‘Corresponden al mes de marzo de 1986, los únicos textos de Hospital británico que no van acompañados por su fecha de redacción. Los pertenecientes a los años de 1985 y 1984, ven la luz por primera vez en este libro, mientras lo de 1982, 1978, 1976 y 1969 fueron publicados por el autor en Crawl, Legión extranjera, Carta de marear y Humanae vitae mia’ (p. 373). De allí que como relectura y reescritura de su propia obra, Hospital Británico pueda leerse como una puesta al día de sus textos anteriores -principalmente, de los que siguen a Carta de marear, 1976-, haciéndolo parte de una obra programática, pensada y construida como un único libro, donde el conjunto (¿la obra total?) construye obsesivamente una subjetividad alrededor de un personaje y un relato”.
El autor
Héctor Benjamín Viel Temperley, tales sus nombres completos, nació en Buenos Aires el 21 de mayo de 1933, ciudad donde falleció el 26 de junio de 1987 a consecuencia de un cáncer pulmonar que terminó por hacerle sufrir una metástasis cerebral.
Autor originalísimo, conjugó en su obra, quizá breve pero contundente, el misticismo cristiano —por momentos, de ribetes surrealistas— con un vitalismo trascendente que le granjeó la amistad y el respeto, amén de reiterados esfuerzos por la difusión de su poesía, de Enrique Molina, Francisco Madariaga, Edgar Bayley y Enrique Fogwill, entre otros, quienes lo conocían y nombraban como Etomín, su alias familiar.
Su entrega a la poesía comenzó tempranamente: a los quince años, cuando realizaba sus estudios secundarios en el colegio Champagnat, de la capital porteña, principió a intentar sus primeros versos.
Al dejar las aulas colaboró muy brevemente en el diario Crónica, una labor que dejaría de lado para consagrarse a la publicidad, profesión que por aquel entonces —en la década de los ’50— no poseía ni la importancia ni la magnitud lucrativa que alcanzaría en épocas posteriores.
De hecho, en esta etapa de su vida, Viel Temperley aprovechaba cualquier oportunidad para pasar temporadas en una propiedad campestre de su familia, situada en Dolores, Provincia de Buenos Aires —a casi trescientos kilómetros de la capital argentina—, donde más tarde incluso desempeñaría tareas rurales.
La escenografía y los núcleos de sentido provenientes de ese contacto con la ruralidad, que mantuvo el poeta desde su niñez, impregnarán fuertemente su obra poética posterior.
Con apenas veintitrés años, en 1956 contraerá enlace matrimonial con Maruca Mathé, con quien tendrá siete hijos: Juan Cruz, María Victoria, María Clara, María Verónica, María Soledad, Juan Bautista y Facundo.
También, en ese año, Viel Temperley publicará su primer poemario, Poemas con caballos, que le granjeará la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Como muchos de sus títulos posteriores, este inicial lo pagaría de su propio bolsillo.
La trayectoria como publicista de nuestro autor se desarrollaría formando parte del elenco estable de creativos de diferentes firmas nacionales e internacionales, hasta que en 1965 estableció una propia, «Viel Temperley Publicidad», con oficinas en la Avenida Córdoba.
Recién en 1967 aparece su segundo poemario, titulado El nadador, a once años de su primera entrega.
En 1969 se separó de su esposa —algo definitivamente no usual para las convenciones de aquellos tiempos— y su existencia dio un vuelco fundamental. Se recluyó en un diminuto departamento del barrio de Retiro, Carlos Pellegrini casi esquina Santa Fe, en la zona norte de Buenos Aires, donde solía pasar horas y hasta días escribiendo y desechando buena parte de lo escrito. Es el año en que publica Humanae vitae mia.
A pesar de su labor empresaria —Viel Temperley Publicidad tuvo importantes clientes en su nómina, entre ellos la compañía Ford Motor Argentina— no por eso el poeta dejó de ser fiel a la bohemia literaria de aquel entonces, una característica que lo acompañó hasta el final. Tras algunos años de presencia en la plaza, la empresa fundada por él terminó en la quiebra y el resultado fue una deuda onerosa que se llevó en poco tiempo cuanto había logrado obtener con su labor publicitaria. Su situación financiera se tornó particularmente difícil.
Ya por entonces Viel Temperley era bien conocido en el ámbito poético porteño, en tiempos de una gran efervescencia creativa del género. Sin embargo y a pesar de las frecuentes invitaciones y sugerencias de los colegas y amigos del autor, este se negaba a participar de encuentros literarios y lecturas, actitud muy poco común y que extendió a otra elección muy personal: jamás se interesó por presentar en público ninguno de los nueve poemarios que publicó.
En 1971, cerca de pisar los cuarenta años, conoció a quien sería su compañera por todo el resto de su vida, Luisa Hansen. Publica su poemario Plaza Batallón 40 y dos años después Febrero 72-Febrero 73; en 1976, Carta de marear, y en 1978 Legión extranjera.
Tras la quiebra de su agencia de publicidad, Viel Temperley dejó definitivamente esa profesión y en tiempos económicamente difíciles logró mantenerse muy ajustadamente gracias al alquiler de unos terrenos heredados de su madre. Lo exiguo de sus entradas solo le permitían el pago del alquiler del pequeño departamento donde vivía y el de las ediciones de autor que daba a prensas, hasta que, en 1982, urgido de publicar su nuevo poemario Crawl, decidió fundar un sello propio, al que bautizó Par-Avi-Cygno.
Ya con diagnóstico comprobado de cáncer pulmonar —era el poeta un fumador empedernido— comienza para nuestro autor, en esta etapa que terminará siendo la última de su vida, una larga serie de exámenes médicos y repetidos tratamientos a cargo de especialistas oncólogos, medidas que sin embargo no logran evitar que se generaran metástasis que derivaron en un tumor cerebral. Como consecuencia, es internado en el Hospital Británico de Buenos Aires en 1985, en estado de avanzado deterioro. Pero la operación quirúrgica a la que fue sometido logró con éxito extirparle el tumor y así el poeta pudo volver a su departamento del barrio de Retiro, donde en los meses siguientes creó una de sus obras más conocidas y celebradas, la que lleva precisamente el título de Hospital Británico, publicada bajo su propio sello editorial al año siguiente.
Sin embargo, una nueva metástasis cerebral habría de ocasionar una segunda internación, esta vez en el sanatorio San José, de Buenos Aires, donde fue a fallecer el jueves 26 de junio de 1987.
Con posterioridad a su desaparición se han renovado una y otra vez las reediciones de sus obras, y de igual manera los estudios y las monografías a ella dedicados. El canon que en vida se mostró tan esquivo con Etomín, tuvo que rendirse finalmente ante la evidencia de que el suyo es un nombre insoslayable de la poesía argentina del siglo XX.
NOTAS
(1) Fractal, Rev. Psicol. vol. 26 no.spe Rio de Janeiro 2014.
http://dx.doi.org/10.1590/1984-0292/1329.
(2) https://revistas.uptc.edu.co/index.php/la_palabra/article/view/4000/5139
Obras de Héctor Viel Temperley
Poemas con caballos (1956)
El nadador (1967)
Humanae vitae mia (1969)
Plaza Batallón 40 (1971)
Febrero 72-Febrero 73 (1973)
Carta de marear (1976)
Legión extranjera (1978)
Crawl (1982)
Hospital Británico (1986)
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Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay