La presentación de un libro es, para mí, una expresión cordial de simpatía, al margen de lo que queramos decir después de su contenido para animar a los posibles lectores a incursionar en él. Y hoy es la continuación de aquella simpatía inicial que marcó una tarde en que Héctor Manuel Gutiérrez se me acercó con su manuscrito inédito de Cuando el tiempo es amigo, como un escolar tímido pero ilusionado.
No deseo que esta presentación sea una exposición crítica de un libro, sino una sesión para compartir mi entusiasmo por este poeta. Creo que la única crítica válida es la opinión del individuo que ejerce de receptor, es decir, el lector. Una obra publicada es una “cosa” pública, y por eso mismo, susceptible de sufrir elogios o descalificaciones. Tiene el deber de aguantarlo todo porque se ha expuesto a una especie de ágora donde los participantes (los lectores) opinan a partir de una percepción individual donde se combinan el intelecto y la emoción.
Independientemente de los cánones estéticos y estilísticos, a partir de los cuales se tienen elementos que permiten emitir una opinión cualitativa, el lector tiene la última palabra al ejercer el juicio arbitrario, el imperio del “me gusta” o el “no me gusta”.
Pascal dijo que el corazón tiene razones que la razón no comprende, y ese es el caso de la crítica literaria. ¿Quién hubiera dicho que un Premio Nobel como Jacinto Benavente (y otros ejemplos) no permanecería, en la posteridad, a la altura de ese premio? ¿O cómo nunca le concedieron la misma honorable distinción al gran merecedor de ella que fue Jorge Luis Borges?
La crítica se ha convertido en un género literario, pero todo crítico sigue siendo un lector más y el bagaje de conocimientos de los que se sirve para emitir su juicio no lo despojan de su emoción individual.
Opinar es un ejercicio arriesgado, sobre todo porque es una reflexión particular que solo es validada por el paso del tiempo. ¿Qué lector ajeno al país o a la época del escritor necesita leer las notas aclaratorias a pie de página para poder gustar de una obra? Pensemos, por ejemplo, en Don Quijote, de Cervantes, o en Tres tristes tigres, de Cabrera Infante. ¿O cómo podríamos calificar una “novela de culto”? ¿Quién se atrevería a sentar cátedra sobre El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger?
Hoy les presento a un poeta sui géneris, sin etiquetas ni encasillamientos. Su libro es, para mí, la mirada asombrada del eterno niño que habita en el cuerpo de un adulto, y que continuamente se pregunta el porqué de ciertos sucesos de la realidad. Héctor Manuel Gutiérrez escribe para comprender, no para aleccionar; comparte sus criterios con el lector pero no intenta tener razón sino simplemente hacernos partícipes de sus experiencias, porque su poesía nace de la humildad.
Así, pues, voy a compartir con ustedes mis impresiones sobre este libro que su autor ha titulado Cuando el viento es amigo, título que ha traído a mi mente la famosa aventura de don Quijote contra los molinos de viento, aunque en este caso no se trata de una lucha contra enemigos imaginarios, o sea, las diferentes manifestaciones de la realidad que enfrenta el poeta, sino una actitud cargada de buena voluntad, de aquiescencia, como nos deja dicho en “Arte poética”: Sin renunciar del todo, debo asumir lo mundano, o sea, aceptar lo que no comprende y que la vida le dio por añadidura.
Esta intención de poner al descubierto, sustancialmente, cómo es su actitud ante la realidad, se manifiesta en sus poemas como conversaciones en alta voz con un interlocutor desconocido, que puede ser el lector, o bien el misterioso personaje al que se refería Antonio Machado cuando escribió: Converso con el hombre que siempre va conmigo / —quien habla solo espera hablar a Dios un día—.
Héctor Manuel, en otros logrados momentos, trata de conjugar los interrogantes discretamente inquisitivos con versos de sutil lirismo. Podemos advertir esa imprescindible magia en el poema “Se me abre el nombre”:
En aquellas cajas yacían, en doloroso desorden,
los sustantivos:
las dimensiones,
la presencia de la ausencia
el lado visual de las palabras,
los gestos de las sombras,
en fin… las otras cosas…
esas que solo tú nombras,
y en una de las esquinas, los silencios.
En sus composiciones encontramos también narraciones y descripciones; y aquí quiero resaltar como ejemplo de ello el poema “De viola y cuartetos”, donde compara este instrumento con otros de la misma familia de cuerdas.
Quiero también destacar aquellas composiciones de admiración y respeto hacia cercanos personajes, como en “Los ríos se llaman Delfín”, donde con sutileza y discreción penetra en el drama existencial de nuestro querido y gran poeta Delfín Prats, o en “De aquí y de allá”, dedicado a Facundo Cabral, y “Un tal César Vallejo”, para ese inmenso peruano que nació un día que Dios estuvo enfermo.
En su poemario incluye algunos poemas en prosa, como “Mi madre”, donde una simple frase escueta logra transmitirnos un dramatismo logrado sin ningún recurso retórico: Quiero imaginarme que mi madre todavía vive. O la pesadumbre inevitable que trae el paso del tiempo que se desliza entre los más comunes momentos cotidianos en el poema “Olor a viejo”, seguido del inevitable fin en “Sepulcro”. El moralismo contemporáneo en “La idiotez de la utilidad”, y en el poema final que da título al libro, “Cuando el viento es amigo”: Cuando el mismo dedo acusador se señala /y reconoce que el eterno, /inconciliable enemigo es uno mismo. Esta mención al viento amigo ya la anticipaba en el poema “Ahora o nunca”, en el cual da un paso más allá en la intimidad: marcado con estos versos: Anda, bésame. /Pero hazlo en la complicidad de la noche, /cuando el viento es amigo /y podemos tragarnos toda la oscuridad, y saco en conclusión de que es el aire conciliador de la luz del entendimiento y la armonía. Ni don Quijote ni Sancho, sino el equilibrio de los dos paradigmas.
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LILLIAM MORO NÚÑEZ (La Habana, 1946). Estudió en la Facultad de Letras y Arte de la Universidad de La Habana y en el Instituto Pedagógico Makarenko. En 1965 obtuvo el Primer Premio de Poesía con El extranjero en un concurso entre las universidades de la Isla. Fue profesora de Literatura y sus críticas literarias y poemas se publicaron en la prensa de la Isla.
En 1970 se marchó a España, donde ha vivido más de cuatro décadas. Actualmente reside en Miami, Florida, EE.UU.
Ha publicado los poemarios La cara de la guerra (Madrid, 1972), Poemas del 42 (Madrid, 1989), Cuaderno de La Habana (Madrid, 2005), Obra poética casi completa (Miami, 2013), Contracorriente, ganador del Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador” (Salamanca, 2017), El silencio y la furia (Miami, 2017), Tabla de salvación (Madrid, 2018) y Viaje hacia el horror (Madrid, 2018).
En la boca del lobo obtuvo el Premio de Novela “Villanueva del Pardillo” (Madrid, 2004), y fue tema de estudio durante dos cursos en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla.
También es autora de varias ediciones críticas de clásicos de la literatura española como El Quijote, de Miguel de Cervantes, y de artículos culturales y de crítica literaria. Su obra ha sido publicada, además, en numerosas antologías y revistas de diversos países.