Conocer a un escritor al que admiras es un arma de doble filo. El temor a que te defraude su aspecto, el timbre de voz o su manera de hablar siempre está presente en el momento justo que lo vas a ver.
Andrés Neuman era tal y como yo lo había imaginado: locuaz, amable y culto. Me cautivó la precisión con la que construye su discurso para expresar la opinión sobre cualquier tema.
El encuentro entre él y yo aconteció en la Casa América de Barcelona. Allí presentó su libro Barbarismos acompañado por la crítica de Jorge Carrión. No estábamos solos. Había un público discreto al que ignoré por completo.
Bariloche fue la primera novela que leí de Neuman y de la cual publiqué una reseña en Nagari. La última, Hablar Solos, me la regaló un señor al que confesé: “no es difícil enamorarse de Neuman en un abrir y cerrar de ojos”.
La novela narra las historias de tres miembros de una familia: Mario, padre y enfermo terminal; Elena, madre y cuidadora principal y Lito, hijo de ambos.
Cada uno de los personajes describe en primera persona las vivencias relacionadas con la enfermedad, la muerte, el sexo, el amor y la aventura a partir de un monologo interior pleno de matices.
Elena, es el personaje central y el mejor “ armado”, a mi entender, de la novela. Una mujer que inicia una aventura de sexo y pasión con Ezequiel, médico de su marido. Su diario personal refleja las distintas situaciones que vive como amante, esposa abnegada, lectora compulsiva, madre y cuidadora de un moribundo.
El hecho de que mantenga una relación pasional sádico-masoquista que le provoca culpa y placer, es tan natural como la muerte de su marido; me explico. Elena goza y sufre porque ambos sentimientos se perciben con más intensidad en situaciones de muertes agónicas.
Intuyo que, Andrés Neuman, ha experimentado o conoce qué se siente cuando acompañas a un moribundo que es un ser querido. La necesidad de escapar de la asfixia o del deterioro humano, provoca un deseo extraño de vivir intensamente.
Las relaciones sexuales de Elena, su culpabilidad y el amor post-morten por su marido se reflejan en una frase preciosa del libro:
“Me asusto cuando a veces, momentáneamente, te olvido. Entonces corro a escribir. No tendrás queja. Hasta olvidarte me recuerda a ti.”
Mario y Lito, padre e hijo narran el viaje que realizan juntos en una camioneta desde dos perspectivas distintas: el regalo de un padre a su hijo antes de fallecer y las emociones de un niño al vivir una aventura. Los dos personajes, bien dibujados, son el contrapunto “romántico” en una historia dura y real. La contundencia vital de Elena limita con la inocencia infantil de su hijo y la declaración amorosa que Mario deja grabada:
“Saber que voy a morirme me hace quererla más, he descubierto el amor al
enfermarme, es como si tuviera ciento veinte años, todavía soy joven, un joven de ciento veinte años, ¿y te digo algo?, no me merezco ese amor, porque antes de saber que iba a morirme no supe sentirlo.”
Acostumbro a leer las novelas ignorando el tema pero en esta ocasión les recomiendo que antes de leerla, reflexionen sobre sus experiencias de pérdida de seres amados, si las hubieran tenido. Intenten recordar los momentos de placer con los que quisieron escapar de la angustia y sentir que estaban vivos. Si son capaces de hallar alguno relacionado con su memoria visual, olfativa, táctil o gustativa seguro que vuelven a notar la misma sensación que tuvieron entonces.
Yo recuerdo todavía el sabor de un café exquisito que disfruté minutos antes de que falleciera mi padre. Lo tomé a petición suya: “mejor vas a la cafetería que aquí ya no hay nada que hacer”. A veces me preparo un café… y siento que él me sonríe.
Sé que leeré todo lo que ha publicado Andrés Neuman y es bastante probable que tenga dudas en torno al libro que elegiré como “el que más me ha gustado”. La calidad de un escritor o la atracción que ejerce sobre un lector, es una percepción subjetiva e inexplicable.
Mi encuentro con él (…fantasía de mujer) no hizo más que ratificar mi fidelidad lectora a un laureado por la crítica. Sin embargo sus premios no son en absoluto un incentivo para comprar sus libros; lo que realmente deseo cuando tengo una obra de él en mis manos, es descubrir en algún párrafo un texto con el que me identifico plenamente. Pensar por un momento que el autor “conoce lo que piensas o sientes” es una de los placeres perversos de los lectores anodinos.
Elena, personaje de Hablan Solos, lo expresa mejor que yo:
“Me pregunto si, quizá sin darnos cuenta, vamos buscando los libros que necesitamos leer. O si los propios libros, que son seres inteligentes, detectan a sus lectores y se hacen notar. En el fondo todo libro es el I Ching. Vas, lo abres y ahí está, ahí estás.”
Quizás algún día tenga el honor de mirar a Andrés Neuman a los ojos y decirle un sentido, “gracias” por redactar algunas veces lo que siento ó lo que me hubiese gustado sentir.
Un comentario frívolo… pero natural como la vida misma.
Ángels Martínez