Rodolfo Häsler, Lengua de lobo. Madrid: Hiperión, 2019.
Recuperar la “lengua de lobo/ la lengua feroz” es algo que ocurre en este libro para hablar de un conocimiento pasado que es herida y oscuridad. Hablamos del tiempo revisitado, pero no tanto del tiempo perdido, sino más bien de la imposibilidad de volver a los mismos lugares y de ser la misma persona. Pero también pulsar esos tiempos y esos espacios, a veces saborearlos de nuevo, a riesgo de que irrumpa un dolor o un daño, puede llevar a un renacimiento, a la escritura y la vida: el acto de acercarse a lo perdido, a través de lágrimas y sangre, puede generar una palabra nueva. Esa palabra no tendrá el acento irrecuperable de la gestación de la lengua interior a partir de varios idiomas que refiere el sujeto del poema, pero sí podrá ser un secreto de nuevo revelado, o un nuevo secreto que no se revelará jamás. Y ya que toda pérdida es un hundimiento, para seguir con vida después del hundimiento el enunciador vuelve y no vuelve al lugar donde hablaba las lenguas de su infancia porque “aunque vuelva, deja su acento atrás/ su marca de nacimiento/ de delicada habladuría” . ¿Puede la delicia de unos bombones del mismo chocolatier suisse de la infancia equilibrar una vida de pérdidas? Lo cierto es que el placer del chocolate suizo, magdalena de Proust a su manera, lleva de modo exquisito a la disolución, la enajenación y la perdición, pero también, de algún modo, domina la pérdida.
Tan importante como las breves percepciones de experiencias genésicas oscuras o luminosas es un previo acercamiento cauteloso que, hasta que llega al encuentro, produce ansiedad, dolor, espanto: es como beber “la sangre de los sueños congelados” El arte y la poesía son el eje vertebrador de las entradas en la memoria, y a veces se abocan a un despertar del sueño del arte convertido en figuraciones de la ansiedad y del insomnio, un arte que hiere como la espina del erizo, “una vida bárbara/ perdida en la amargura del
espejo” . La pérdida es el recuerdo de la búsqueda de ese alumbramiento que se enfrenta a la palabra perdida, a la palabra prohibida, a la palabra maldita, a la palabra miserable, a la palabra ilusoria: acercarse ya sea a la bestia, seducirla y atacarla, o a una inaccesible manzana de oro, para encontrar en cada caso el espanto o la imposible sanación. Tomar un hilo de oro para ovillar y zurcir o ver un cráneo de perro “cubierto de polvo/ entre el esplendor de los granados” ; vislumbrar “el enigma de los pomos de oro” o “una flor del revés/ en el plato de la cena” .
En este acercamiento al pasado que forma parte del presente se va creando un sujeto, no autobiográfico pero que sí establece un juego entre el sujeto ficcional y el autobiográfico: pequeño niño helvético con una densa historia familiar, feliz; el padre y la madre en una lejanía fecunda pero también los ancestros enfrentados al “espanto de la estirpe” ; superviviente supuestamente ocioso; extranjero visto como otro extranjero por los cosmopolitas en un Beirut de todas las etnias; escritor en las fronteras que se confronta con varios escritores y artistas, situados en el mismo lugar fronterizo que genera la palabra: Martínez Rivas, poeta de la obsesión; Erika Burkart, cuyos libros sugieren viajes irrealizables y países bajo el designio de lo incierto; y especialmente Ödön von Horváth, autor de las carencias, en las fronteras espaciales y de la lengua, sin país natal cierto, que vuelve para revelar el secreto de la palabra.
A lo largo del libro se visitan no sólo las personas, sino también los lugares originarios o genésicos – La Habana, Ginebra, Formentera…-, y por otro lado los lugares de la devastación, a veces lugares de la guerra muy reales y trágicos, o lugares de la desgracia y el espanto: Gaza, Sarajevo, Port-au-Prince… Algunos de estos poemas están entre los más impresionantes del libro, y son, como todos, también intensa y asordinadamente líricos. Pues hablan con la lengua de lobo que enfrenta lo traidor de la palabra y el recuerdo, pero también dicen que entre la sangre y el dolor se puede pasar la prueba y encontrar el lugar preciso e inaccesible “donde predicar/ la santa poesía” ; un lugar que nace de lo irresuelto y doloroso. Entrar en ello no es algo fácil, como se ve en un poema dedicado a Hildegard von Bingen: “Se trata de soportar/ la luz que parte la flor,/ producto de locura,/ pérdida del sentido, apártate, la sangre ahora se derrama/ y no conseguirás detenerla”.
© All rights reserved Helena Usandizaga
Helena Usandizaga Doctora en Semiótica en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universitat Autònoma de Barcelona. Es directora de Mitologías hoy. Revista de pensamiento, crítica y estudios literarios latinoamericanos.