Abrazado por una piel blanca que lucía dentro de una camisa de flores, el niño se dejó caer entre sus brazos. El sol de las diez y diez se deslizaba en el arcén como un líquido obsceno de luz y anhelo. En aquel interior, todo el deleite de dos meses sin poder apreciar el olor a colonia que la madre había depositado en su cuello para recibirlo. Sesenta y un días sin la temperatura de un ser a quien deseas como una muñeca real en tu niñez. Alrededor, la gente seguía paso a paso con las bolsas de la compra en mano y una sonrisa escondida bajo una tela en la boca.
Intentando respirar lo incomprendido, yo saqué mi celular para captar el diálogo corporal de aquel instante en blanco y negro. El albor de una abuela bajo la intención de amar a centímetros. Y el ébano en la dermis hermosa de su nieto sostenido entre sus brazos. Todo durante un tiempo y una obligada distancia social.
Con la artrosis, sobre la carretilla que ofrece su figura, empuja un carro espontáneamente, con dos ruedas sustraídas, a una moto abandonada en plena calle. Entre cuerdas apolilladas, filamentos y jarcias de marinero, emula poseer todo lo que tiene en su cubículo. Los hierros y la hojalata de las coca-colas en la parte derecha. La ropa usada y los zapatos de señora de segunda mano, al frente. Las cacerolas y un fogón a gas, junto a la dirección. Camino al parque, descansa en un banco urbano.
En el trasfondo de esta escena, su sustento: dos conteiners de basura, aún por abrir.
El mutismo que da el metal antes que la noche perpetua apague su albor. La luz que emana de una infinidad de neones escondidos bajo un plástico. El infinito hacia ninguna zona específica. Todo es una alfombra perpetua, sin más brillo que lo sórdido circulando ahora por el aire. En el túnel, la perspectiva tiene el horizonte de nadie y ningún Don Nadie recorre ahora la cinta eléctrica. Durante los días de normalidad y goce: el olor y la cercanía al otro, dan sentido a esta urbe mediterránea.
Todo lo que veis en este instante, es un escenario real, sin actor alguno que sostenga un libreto que diga: sigan viviendo, ya queda menos.
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Eduard Reboll Barcelona,(Catalunya)