Black Box Adriana Barraza. 3100NW, 72nd Ave. Suite 127, Miami, Fl.
Guión y Dirección: Neher Jaqueline Briceño.
Elenco: Adriana Barraza, Neher Jaqueline Briceño y Jorge Hernández.
Lorca y sus dos almas
Un altar central de madera y unos simples hierros embrutecidos imitando cualquier ventana, cementerio, o cárcel de Andalucía: abren un silencio negro. En el escenario aparece una mujer con una máscara veneciana danzando y envuelta desordenadamente en un sin fin de telas níveas. A los pocos segundos, un Federico García Lorca (Jorge Hernández) vestido con los mismos tonos, aparece descalzo e impoluto con un sombrero en su cabeza. Lleva dos abanicos transparentes y enormes en sus manos. Parece que llegue en una carroza desde el cielo, cuando se los coloca en sus caderas. Y una mariposa de jardín, cuando las hace surgir de sus hombros. Se fusionan las dos figuras en una ceremonia. Una cruz sepulcral de hierro les ampara… “Tus ojos están fríos” dice el bardo a lo largo de la obra. La muerte es blanca pero la historia del poeta… no.
Un repique de zapatos de una mujer de fisonomía gitana, permite un cambio de escena. A partir de ahí, dos metáforas humanas; dos personajes: Perpetua (Adriana Barraza) y Ansias (Neher Jacqueline Briceño). Dos mujeres enfrentadas bajo la concupiscencia del amor-odio, la envidia, la disputa y la desesperación. Un diálogo de aparentes soledades en busca de El Otro: “Quiero encontrarle. Me dio un nombre y un nombre es un nombre¨ dice Ansias.
Un juego dramático inteligente por parte de la autora del guión y directora Neher Jacqueline Briceño para hablar de los distintos registros trágicos –salen textos de Bodas de Sangre– de Lorca e incluso en fase de farsa o comedia cuando sustrae diálogos de la obra de Doña Rosita la soltera… y me imagino de sus textos poéticos e, incluso muy sutilmente, en alusión a su espectáculos de títeres cuando viajaba con su teatro ambulante La Barraca en tiempos de la República Española.
El flamenco está presente en toda la obra, así como su principal instrumento: la guitarra (Jorge Hernández) o sonidos provenientes de la percusión manual o gutural. Si bien, yo hubiera suprimido la parodia a una supuesta juerga flamenca entre los tres, quizás para no banalizar el fundamento y profundidad que tiene el cante jondo en España. Al final, la obra acaba con la magnífica voz rota de Camarón.
Existen también guiños hermosos a Falla, que lo conoció en Granada. Y a la propia Cuba, cuando se desplaza desde Nueva York en 1930 a la Habana: “Me gustaría ser una isla” dice Ansias. Más adelante, aparece una escena poética haciendo alusión a una corrida de toros por parte de Lorca. Y otra bien trágica, y excelentemente conseguida, cuando se narra la detención de los que van a fusilar -él es uno- y saltan del camión sin saber el porqué: “Quiero dormir un rato pero no quiero que sepan que he muerto” dice el poeta. La Guerra Civil Española está presente.
Los mitos del mundo lorquiano –el duelo, el caballo, el gitano, la muerte- son bien tangibles. También sus mujeres y su sensibilidad como creador. Quizás se hubiera podido hacer alguna pequeña alusión a Luis Buñuel o a Dalí de la Residencia de los Estudiantes, o incluso a su obra cumbre para mí como es Poeta en Nueva York (A lo mejor se hizo. No lo capté. Y me tengo que tragar estas palabras: sorry).
Muy acertado a mi entender el título bajo el suspiro femenino de ¡…ay, clavel!. No se olviden del simbolismo de esta flor en rojo de unidad y pasión popular, en contraste al símbolo burgués de la rosa en aquellos tiempos de pobreza y diferencias abismales entre trabajadores y terratenientes de la España de la década de los 30.
La escenografía (Pedro Balmaseda-Jorge Noa) y la luz (Carlos Repilado) espectacular por su sobriedad y resultados escénicos. Útil en todo momento en las acciones de los personajes. Con variedad de espacios para ser interpretados y con una monumentalidad bien equilibrada y nada aparatosa que, sinceramente, me hizo sentir muy cerca del texto y de donde sucedía la escena.
¿Y de la interpretación qué hay qué decir?. Nada. No hay que decir nada.
¿Qué voy a decir de tres maestros qué no se haya dicho? ¿Qué voy a decir de este “triunvirato” que gobierna el alma de un solo personaje llamado Federico García Lorca? Vayan y comprueben la potencia de sus voces, la lírica y el tono en sus diálogos… Vean como traducen la desolación, el miedo, la locura, o los sinsabores en escena. Observen como su trabajo de coordinación corporal (Rosario Suárez) o sus coreografías van al segundo. Juzguen su voz cuando entonan cantos de dolor u hondura. Fíjense como transmutan la experiencia del color negro, rojo o el blanco del vestuario a sus personajes y, después, los aclaman o los silban; es su decisión. Yo me levanté, sin culpabilidad ninguna, con un aplauso cerrado. ER
Nota…*¡Maldito Arnaldo Pipke (Producción)! Esta vez no te pude encontrar nada en el cual fueras responsable. Debería estar ciego. Pero me acordé de ti cuando Lorca dice antes de morir “Tengo la boca seca”. Esta vez me hubiera dejado comprar por ti… por una botellita de agua ja ja ja.