Cuarto 657. Primer piso
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados. A veces los presiono, amorosamente, con el dedo índice de mi mano derecha. Espero que abras sorprendido tus ojos, así veré cómo se dilatan tus pupilas al escuchar el ronroneo de las máquinas que te rodean. Y me alegraré, y te contaré aquel cuento del gato que aparecía y se esfumaba en un país imaginado.
Cuando estoy lejos, tus párpados me acompañan. Los descubro en las orejas de tu oso de felpa, en la corteza del pan y en las figuras atrapadas en los mosaicos de la regadera. Entonces se me atora en la garganta la certeza de que nunca se abrirán. Si estoy en casa, salgo; y si estoy afuera, entro. Busco en los árboles, en el rojo del semáforo, en el parabrisas de un coche, en la taza del escurridor y en el espejo de la sala, al gato sonriente que me indique dónde está la salida.
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados mientras imagino cómo era tu voz: tus gritos cuando te prohibía comer golosinas antes de la merienda, tus risotadas cuando los payasos del circo se apaleaban con bates de esponja, tus murmullos cuando describías al monstruo que acechaba bajo tu cama. Pero tu voz, conforme pasan los días, pertenece cada vez más al país imaginado. En el cuarto sólo se escucha el estúpido ronroneo de las máquinas.
Abro tus párpados con mis pulgares. Busco en tus globos oculares el camino para que logres regresar. Te llamo por tu nombre, Daniel, y en vano espero tu manoteo.
Tu cuerpo lacio, pequeño, no responde. Tus ojos se entornan hasta quedarse en blanco. Las máquinas guardan silencio. Ahora el ronroneo proviene del gato sonriente que se acurruca sobre tu almohada pulcra de hospital.
Cuarto 576. Segundo piso
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados. A veces los presiono, suavemente, con el dedo índice de mi mano derecha. Espero que abras sorprendido tus ojos, así veré cómo se dilatan tus pupilas al escuchar el ronroneo de las máquinas que te rodean. Y te tranquilizaré, y te contaré aquel cuento del gato que aparecía y se esfumaba en un país imaginado.
Cuando estoy lejos, tus párpados me siguen. Los descubro en los ovillos de tu tejido, en las cuentas del rosario y en las figuras atrapadas en los mosaicos de la regadera. Entonces se me atora en la garganta la incertidumbre de si algún día se abrirán. Si estoy en casa, salgo; y si estoy afuera, entro. Busco en los árboles, en el rojo del semáforo, en el parabrisas de un coche, en la taza del escurridor y en el espejo de la sala, al gato sonriente que me indique dónde está la salida.
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados mientras imagino cómo era tu voz: tus gritos cuando alguien derramaba algo colorido sobre la alfombra blanca, tus risotadas cuando los niños no atinaban a darle a la piñata, tus murmullos cuando el cura elevaba al Santísimo sobre el altar. Pero tu voz, conforme pasan los días, pertenece cada vez más al país imaginado. En el cuarto sólo se escucha el ronroneo monótono de las máquinas.
Abro tus párpados con mis pulgares. Busco en tus globos oculares el camino para que encuentres la paz. Te llamo por tu nombre, Margarita, y en vano espero tu manoteo.
Tu cuerpo lacio, marchito, no responde. Tus ojos se entornan hasta quedarse en blanco. Las máquinas guardan silencio. Ahora el ronroneo proviene del gato sonriente que se acurruca sobre tu almohada pulcra de hospital.
Cuarto 756. Tercer piso
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados. A veces los presiono con el dedo índice de mi mano izquierda. Espero que abras sorprendido tus ojos, así veré cómo se dilatan tus pupilas al escuchar el ronroneo de las máquinas que te rodean. Y me resignaré, y me acordaré de aquel cuento del gato que aparecía y se esfumaba en un país imaginado.
Cuando estoy lejos, tus párpados me persiguen. Los descubro en los pliegues de nuestra cama, en los ojales de tu camisa y en las figuras atrapadas en los mosaicos de la regadera. Entonces se me atora en la garganta la certeza de que algún día se abrirán. Si estoy en casa, salgo; y si estoy afuera, entro. Busco en los árboles, en el rojo del semáforo, en el parabrisas de un coche, en la taza del escurridor y en el espejo de la sala, al gato sonriente que me indique dónde está la salida.
Cuando estoy a tu lado, observo tus párpados mientras imagino cómo era tu voz: tus gritos cuando regresabas ebrio de tus parrandas, tus risotadas cuando atemorizabas a los hijos con un coscorrón, tus murmullos cuando me decías que te avergonzaba ante tu familia. Pero tu voz, conforme pasan los días, pertenece cada vez más al país imaginado. En el cuarto sólo se escucha el ronroneo apacible de las máquinas.
Abro tus párpados con mis pulgares. Busco en tus globos oculares el camino para que no regreses jamás. Te llamo por tu nombre, Fernando, y en vano espero tu manoteo.
Tu cuerpo lacio, robusto, no responde. Tus ojos se entornan hasta quedarse en blanco. Las máquinas guardan silencio. Ahora el ronroneo proviene del gato sonriente que se acurruca sobre tu almohada pulcra de hospital.
Anfiteatro. Sótano
Primer Piso: Álvarez, Daniel. Sexo: masculino. Edad: 5 años 3 meses. Causas de defunción: debido a traumatismo múltiple como consecuencia de accidente vial. El fallecido presentaba estado comatoso desde hacía tres meses.
Segundo Piso: Mújica, Margarita. Sexo: femenino. Edad: 81 años 10 meses. Causas de defunción: debido a metástasis pulmonar. La fallecida presentó cáncer en el colón un año atrás.
Tercer piso: De los Monteros, Fernando. Sexo: masculino. Edad: 39 años 1 mes. Causas de defunción: a consecuencia de coma hiperosmolar hiperglicémico diabético. El fallecido fue diagnosticado con diabetes mellitus 3 años atrás.
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Erika Mergruen (Ciudad de México, 1967). Ha publicado poesía, cuento y novela. Sus últimos libros son El último espejo (Posdata editores, 2013) y La casa que está en todas partes (Suburbano Ediciones, 2013). Ofrece lecturas de autores diversos en su sitioosiazul.com.mx y puedes encontrarla en su twitter @mergruen