Espero el milagro, no importa cuán fría sea la oscuridad, yo espero. Soy tan inmaterial como esas luces que titilan en la lejanía. El silencio es intocable, se acomoda a mi lado, soy el perro que lame. Simulo que ignoro el invierno, la delicadeza enfermiza que adquiere la ternura en ese rostro. No una madre, un punto de anulación. La madre- títere que adora a un necio réptil que se arrastra siempre tras de mí. La ciega inmadura madre que acuno en mi regazo. La débil que no tiene una vida, la esposa que siempre obedece, no a un esposo, sino a un hipócrita, el que añade palabras y unos ojos que pesan como relámpagos.
“Madre” puede ser un título, un referente para nombrar a quien te acompaña en ese largo cautiverio que es la vida, Y puede ser una perfecta desconocida con quien compartes algunos destellos de felicidad y algunos abrazos.
Aborrezco esta edad, la falta de independencia que me obliga a quedarme, esta debilidad de no poder defenderme, de no atreverme a poner una cuchilla en su cuello y dar un corte lento y profundo. Sí, soy mala, le arrancaría de un tajo esa filosa lengua con que ha viciado las palabras y chantajea. Esa lengua desabrida y asquerosa que me ronda, esa que acompaña un soplo repugnante y nauseabundo. Todos saben que soy la rebelde chiquilla que apunta directo al corazón y cuando habla dispara, una malagradecida mantenida.
Pero tomé unas pastillas, y esa debilidad le da a mi verdugo nuevas fuerzas. Hubiera preferido morir a darle el gusto de que me vea vencida, a tenerlo siempre espiándome, siempre detrás de mí con el mismo pretexto. Me sobran horas para lamentarme y me falta coraje para intentarlo de nuevo.
Me oculto detrás de las mil puertas y los mil cerrojos donde guardo este sueño: creceré, me haré fuerte, poderosa como Dios e intocable.
Sigue en su círculo la luz y sigo en perpetua vigilia. Nunca duermo, el sueño es una especie de abandono mayor. Nadie se entromete en esta libertad. Nadie puede borrar este ojo desde donde vigilo, ni estas ganas tremendas de desflorar la luz en su espasmo muerto.
Nadie se entromete en esta ausencia, ni Dios. Velo el drama, el ronroneo de esa noche que se encoje como un astro. Deambulo infinita en esa tentación de la llovizna, en ese halo impalpable del invierno, en ese olor y latido del barro húmedo que salpica mi cuerpo.
El cielo es un rectángulo, estoy en el incomplacida. Me resulta difícil soltar algo y que se vaya, me acompañan los miedos y la inseguridad, se visten de temblor y duda en esta celda donde prosigue la tortura que solo yo veo y padezco.
Es ésta soledad lo que nutre mi muerte, las mentiras cobardes y los silencios, los ojos de mi madre que miran estúpidamente extraviados. Ojos como las sílabas heladas de un paisaje que siempre falta, un paisaje que nunca recupero. Sobrevivo a la costumbre y sigo en la mímica obediente.
Desde el lado frío del silencio, ése, un extraño, osa tocarme con esas manos que odian, que tiran de mí y me arrastran hasta esta hibernación donde junto los trozos dispersos de la noche. Germina en su oscuridad una masa de serpientes bulliciosas mientras su vaho venenoso se esparce sobre mi cuerpo como una densa neblina. Siento las palabras aisladas, el gargajear irónico y desprendido de esa boca que odia y miente.
Una figura grotesca, el hombre-serpiente que se levanta de la oscuridad para engullir, lo que estrangula es esa oleada ácida que impone su presencia, ese olor a podrido saliendo de todas partes, mezclándose, desarmonizándome.
Le adivino esa satisfacción detrás de la máscara, el rostro real en sus ridículas contorsiones y espasmos. Le adivino las manos inmundas desarticuladas en tentáculos violentos. Todo en él hiede, todo.
La realidad es otro espejismo, drena un tiempo inmutable, una torpeza única que nos hace rodar hasta el pantano. Ese aire abierto lleva el mismo silencio pestilente de mi cuarto. El mismo ritmo nauseabundo de las noches que desfloran histéricas.
Desde este rincón espero, junto todas las sombras para hacerme invisible. No una niña, un ala desde donde vigilo las mansas esferas de la luz. Un ala para elevarme. Un ala y esta necesidad de huir. De encontrar una vida, otra.
Desde esta esquina puedo oler la oscuridad, las raíces que pudren en este invierno. Bajo la nieve el sol en su debilidad grotesca, una tregua. Otro sol que es verdugo, el que oculta los pájaros en su verdor silente, no hay música entonces, ningún sonido para acunarme. Otro día que empieza.
Cierro los ojos y espero, como espera el verano ese árbol del jardín en su mudez infinita. Sigo cansada y con un ansia mayor, la de poner una pausa, un punto final a todas las noches y a tantos desvelos. De poner una lápida sobre esos que tienen en común: la misma infidelidad, la misma muerte.
© All rights reserved Odalys Interián
Odalys Interián. Nació en la ciudad de La Habana. Poeta, narradora y crítica. Impartió en Cuba varios talleres de creación con niños, jóvenes y adultos. Poemas suyos aparecen en varias revistas y antologías dentro y fuera de Cuba, “Espacio Mínimo”, (Cuba 2008) y Nacieron en La Habana”, (Ecuador 2009). Tiene publicado, “Respiro Invariable” (Extramuros 2008). “Ese Mar que me vence” (Snow Fountain 2014) “Equilibrio Contrarios”, y en proceso de edición, “Atráeme Contigo” con el poeta mexicano Germán Rizo. Ganadora del concurso La Nota Latina, en la categoría cuento (2013). Más allá, obtuvo reconocimiento en el prestigioso Concurso Internacional de poesía Facundo Cabral (2013). Ha publicado en la revista literaria Metaforología, y es columnista de la revista poetas y escritores Miami, (Universo poético). Instructora del Taller de Creación Poética del Centro de Instrucción para la Literatura y el Arte, y miembro destacado de AIPEH Miami (Asociación Internacional de Poetas y Escritores Hispanos). Tiene además varios libros inéditos de poesía y cuentos