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Febrero 2019

EPÍSTOLA DEL ASESINO. Luis Felipe Lomelí

 

Para Ana Cristina Monroy

 

 

Hola mi María. Cómo estás. Te escribo por si se te olvidó mi letra. Para saludarte. Aquí se encuentra una muchacha que quiere que redacte esta carta para un documental que anda grabando. Yo no sé de eso. Yo sé que te extraño.

 

Hola mi María. Cómo estás. Te escribo por si se te olvidó mi letra y para decirte que si no fuera por ti esto sería mucho más complicado. No lo hago por quejarme. Sino en agradecimiento. Tú sabes. Son puras las cosas, todas las cosas, para quienes son puros. Yo recuerdo mucho el día en que me estabas esperando luego de la cascarita. Venías de misa. Recuerdo que tenías la cara limpia como si acabaras de bañarte y me sonreíste a mí porque era a mí a quien esperabas. Yo te espero.

 

Hola mi María. Cómo te encuentras. Cómo está el barrio en el que crecimos juntos y sin vernos, porque tú vivías unas cuadras más arriba y si no hubiera sido porque tenías que pasar por las canchas de futbol al ir y volver de misa, no sé si hubieras reparado en mi presencia. Ni yo. Porque yo estaba en mis cosas. Tú sabes. El trabajo. Pero recuerdo muy bien la primera vez que pasaste y los muchachos de la porra comenzaron a silbar como siempre. No sé de dónde saqué los arrestos para callarlos. Más bien es de oquis preguntarlo. Porque en cuanto te vi supe que serías mi mujer y a mi mujer nadie le iba a estar gritando linduras. Mi María. Yo espero que entiendas esta letra tan fea porque tengo mucho que decirte. Aquí hay una muchacha que está filmando un documental y me está ayudando para que no salga tan patas de araña. Pero cuesta faena. Luego se quiebra la punta del lápiz y tengo que esperar a que me lo cambien o a que alguien lo afile. Entonces me parece que lo que escribo no es mío, que no es en verdad lo que tengo que decirte. Yo te extraño. Todos los días te pienso, mi María. Todos los días te sueño. Nadie me va a quitar tus ojos del recuerdo. Y no vayas a pensar que la muchacha que está aquí tiene malas intenciones. Ella dice que es cineasta independiente y que quiere que escriba esta carta. Nomás eso. Te lo juro.

 

Hola mi María. Cómo estás. Me pregunto por tu corazón y si algún día viste mi letra en algún recado. Porque si no la viste siquiera una vez es en balde que te pregunte si la recuerdas. Yo a ti te pienso. Cuantimás ahora que me confinaron a aislamiento para que esté más seguro. Porque nunca falta el que quiere cobrarse algo. O el que ya recibió un pago para ajustarse lo de otro. Así que aquí estoy. Tranquilo. Recordándote. Me traje la trenza que me diste. La he cubierto con un poco de papel para que no le caiga el polvo. Tú sabes. La cubro y la descubro. También me proporcionaron libros para que me entretenga y hago ejercicio. Porque hay cosas que permanecen y no todo se muere así nomás cuando faltan las aguas.

 

Hola mi María, María mía. La muchacha que está aquí para hacer el documental me ha traído un libro de un autor colombiano que también estaba enamorado de una mujer que lleva tu nombre. María, sin Teresa o Guadalupe, sin Rosario ni Asunción, María como tú y dice que el hombre le escribía cartas cuando ella se fue en un barco. La muchacha habla mucho. Muchísimo. Dice que está aquí porque quiere hacer un documental sobre mí pero la que se la pasa hablando todo el tiempo es ella misma. Me relata de su infancia y de sus padres. La ha tenido difícil. Tú sabes. Si la escucharas también te darías cuenta. Yo creo que por eso se dedica a buscar tragedias de otras gentes, porque ella aún no ha podido encontrarse. Me imagino que eso ha de ser como no dar con tu casa en el barrio, contigo.

 

María, hola. Te escribo para tener razón de ti. He comenzado a leer al colombiano y escribe harto rebuscado el hombre, como si fuera de otro tiempo. Yo también quisiera que de mi lápiz brotaran alas, flores y pajaritos. Pero yo soy simple. Tú sabes. Yo sólo me crucé en tu camino afuera de la cancha y te dije mi nombre. Y me quedé plantado ahí como si mi nombre bastara para decirte todo lo que traía por dentro. Todo esto que tenías que saber y que ahora sabes. Fue largo el silencio. Todos los de la porra ya no gritaban albures pero se seguían mirándonos. También los compañeros de mi equipo y del contrario quienes reclamaban que me hubieras sacado del partido tan de repente. Dije mi nombre. Te dije que estaba a tus órdenes. Fue tu madre la que mencionó lo de los refrescos y entonces fuimos.

 

Hola mi María, María mía. Ya no sé cuántas veces he comenzado a escribir esta carta ni sé por qué la muchacha que está haciendo el documental quiere que la escriba. Yo quiero que vuelvan a permitirme tu visita.

 

Hola mi María. Te cuento que la humedad se cuela por una de las paredes y he comenzado a rasparla para grabar tu rostro. Voy con tiento. Quiero que quede preciso. Me subo en el catre y coloco las palmas contra el muro. Cierro los ojos. Me bastan unos minutos previos y entonces oigo tu risa y tu risa es como si flotara en el aire. ¿Te acuerdas? ¿Cuando fuimos a la feria y subimos a la rueda de la fortuna? Ahí tomaste mi mano y dijiste que estar así era como te habías sentido desde que nos conocimos, como flotando en el aire a ojos cerrados. Luego veo clarito tu sonrisa y yo también sonrío. Me entra la paz que me falta cuando estoy pensando en otra cosa. Y apareces toda. Entonces abro los ojos. Comienzo a raspar poco a poquito. Una línea de tu ceja. De arriba para abajo. Y luego otra. De arriba para abajo. Escucho tu risa. Te lo juro. A veces tengo que detenerme y brinco del catre al piso para desenvolver la trenza que me diste y tocar tu cabello, respirar hondo. Porque creo que tu risa en verdad está presente y vas a saludarme de un momento a otro por la puerta. Me sosiego. Continúo. Ahora tengo que esperar a que la humedad avance y me crezcan las uñas que me he roto en la labor. Hay tiempo. Aquí puedo mantenerme puro. Porque esta condena se marchitará como se marchitan las flores que crecen sobre la hierba. Va quedando bien el retrato de tu rostro. Tú también tienes que ser fuerte, mi María. Pero yo sé que eres fuerte. No eres como la mujer amada por el autor colombiano a quien la tristeza le hizo caer en cama. Y morirse nomás de llanto. Nosotros somos fuertes porque así crecimos, porque la dureza la traemos desde chicos. Si no estaríamos muertos. Tú sabes. Pídele a mi Dios que te dé luz cuando las tinieblas oscurezcan tu camino. Pídele a mi Dios que erradique la penumbra en la hora más aciaga. Porque mi Dios es pleno y eterno. Porque no hay tiempo que pueda vencer Su paciencia. Mi María, yo me presenté ante ti a la salida de misa y pronuncié mi nombre. Y tu nombre me basta. Aquí estoy bien. Tranquilo. Hago ejercicio y leo los libros que me trae alguno de los guardias. También leeré el otro que me prometió la muchacha que está haciendo el documental y que dijo que traerá más tarde. O mañana. O el día que vuelva y siga contándome de esa infancia tan triste que tuvo a causa de sus padres. Yo no sé. Pero se oye tan desconsolada cuando empieza a hablar de ellos. Yo creo que por eso anda metiéndose en presidios. Le voy a dar gusto. Voy a escribir esa carta que quiere que te escriba para ayudarla a que se encuentre.

 

Hola mi María. Cómo estás. Te escribo por si se te olvidó mi letra.

 

© All rights reserved Luis Felipe Lomelí

Luis Felipe Lomelí (Etzatlán, 1975). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y entre sus últimos libros están  Indio borrado y Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta.

Lo disfruté: desde la repetición casi judía frente al muro de la lamentaciones hasta su virginal mensaje de amor a la amada. Lo disfruté. Lo.

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