Hace unos meses tuve la grata sorpresa de conocer la obra cinematográfica de Miguel Coyula gracias a la película Memorias del Desarrollo, todo un regalo para los sentidos en donde el director cubano nos deleita con un nuevo lenguaje cinematográfico: una mezcla entre el collage, la novela gráfica, la narración con voz en off en primera persona y el plano cinematográfico.
Parece que también se trata de un creador enlazado, porque el pasado 1 de marzo tuve la satisfacción de asistir a la presentación de su primera novela, gentileza de La Pereza Ediciones, un sello literario ubicado en Miami que desde aquí les recomiendo porque sustenta una arriesgada apuesta por la calidad literaria en castellano. Así que dado ese prestigio y tras oír de boca del autor su interés por la ciencia ficción, el anime japonés y la independencia creativa, comprenderán que me sobraban las razones para leer el libro del que hoy les voy a hablar: Mar Rojo, Mal Azul.
En honor a la verdad, cabe decir que el texto se inicia de forma titubeante y se cierra con un final cogido un tanto por los pelos, sobre todo en lo que concierne a la acción. Sin embargo, es en medio donde el lector se encuentra a un cineasta que también resulta ser un sólido escritor que profundiza hasta el extremo en la psique de sus personajes y que trabaja con materiales heterogéneos como se observa en la construcción del personaje de Marina, aunque aquí lo hace desde las estrategias literarias. Dado que Coyula se considera un autor deconstructivista que reniega de la trama, esto debería considerarse como un piropo.
Por otra parte, el diálogo con el lenguaje cinematográfico es más que evidente, y el peso de la cámara como objeto, fundamental en la narración. Se incluye incluso un manifiesto de la metodología cinematográfica del autor en la página 97. Y el narrador inicial, que luego cambia por razones que, como comprenderán, no les expondré aquí para evitar el spoiler, es Miguel, el propio director provisto de una cámara. Sin embargo, no se confundan. Cuando Coyula hace cine es director, cuando escribe es narrador. Así, la novela, generacional aunque con matices propios de la ciencia ficción de la que se hace un uso suave pero causal, se sustenta en los diálogos, mientras que las películas de Coyula son de corte conceptual. Cabe recordar que nos encontramos ante un lector, pues Memorias del desarrollo es la adaptación cinematográfica de la novela homónima, y no la continuación de Memorias del subdesarrollo. Y que tiene muy claras las conexiones entre cine y literatura pero también sus diferencias, como se observa en el texto que Miguel, el narrador, le entrega a Remy en la página 84 para definir al personaje, y que es más literario que cinematográfico. En este sentido, la novela, en vez de recordarme a una infinidad de referencias del mundo cinematográfico, lo ha hecho a “Las babas del diablo”, el relato también cinematográfico de Cortázar que inspiró a Blow Up, de Antognioni. Y curiosamente me ha traído a la memoria mucho más el manga japonés que el anime que reivindica el autor (“Los animados japoneses fueron mi primera escuela de cine” p. 100). En especial cuando los eventos inspirados en ciencia ficción, como la lluvia ácida, devienen en la narración como elementos cotidianos, tal como se observa en muchos cómics del género; y a la figura de Iván y sus aptitudes geniales que le hacen rememorar a uno Akira, (que antes que anime fue manga). Supongo que esa tensión entre la literatura y el cine está presente en toda la novela y le hace a uno decantarse por un bando u otro en función de su bagaje cultural. En el texto aparecen también los elementos gráficos, dado que Coyula ha compuesto sus propios cómics y echa mano de eso (ya les dije al principio que se trata de un autor enlazado, no iba en broma).
Por lo que respecta a lo científico, la fantasía y otros elementos en el relato, en algunos momentos se antoja naíf, pues si bien tienen un papel en el desenlace de los acontecimientos, no parece que los descubrimientos y las teorías que se proponen afecten a la vida de los personajes más que otros elementos de la narración, como la cámara de cine o los recuerdos de la infancia. No encontrarán por tanto, referencias a ideas de progreso y otros discursos propios de la ciencia ficción en el pasado pero que a mi entender, y en esto coincido con Coyula, han dejado de ser productivos para la literatura prospectiva. En este sentido, la ciencia ficción aparece como un referente cultural del narrador más que como un motor de la narración. Una apuesta estética, en este caso poshumanista, además de una excusa que permite expresar lo que realmente importa en una novela generacional: la decadencia de una juventud que se desvanece, como queda retratado en la página 59 y como se observa más adelante en una crítica feroz a su generación, abducida en el mal sentido por las modas efímeras.
En definitiva, primer contacto con una narrativa cubana que bebe del cine y la ciencia ficción, influencia rica y diferente en la isla al resto de Latinoamérica por el peso de los autores rusos que tanto gustaban a Bolaño, e inmersión en el germen narrativo de un artesano de la creación que afirma: “Nada más aspiro a dirigir una pequeña orquesta”. A fe que en esta primera novela lo ha conseguido.
© All rights reserved Carlos Gámez Pérez
Carlos Gámez Pérez nació en 1969, en Barcelona, España. Estudió Ciencias Físicas, Historia de la Ciencia y Creación Literaria. Colabora con revistas como Sub-Urbano, La bolsa de pipas y Nagari. Es autor de un diario sobre sus vivencias en las cárceles de Nicaragua titulado Managua seis (2002). Ganó el IX Premio Cafè Món con la novela Artefactos (2012) y ha sido seleccionado para las antologías Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (2013) y Llegamos en avión (en prensa), así como para el primer número de la revista Presencia Humana (2013), dedicada a nueva literatura española extraña. En la actualidad trabaja en la University of Miami. En su bitácora personal, El blog de Carlos Gámez, estudia las relaciones entre ciencia y literatura.