I
En las laderas del Everest descansan alrededor de 200 cadáveres. Algunos semicubiertos de nieve rechazan la descomposición. Se trata de los restos de alpinistas y sherpas que, en algún momento, buscaron la cima de la montaña más alta del mundo. Ahora duermen en la boca del cielo.
Entre los cuerpos más famosos se encuentran el del explorador inglés George Mallory, que en 1924 intentó el ascenso junto a Andrew Irwine. Luego de iniciar la caminata se les perdió el rastro y nunca más se volvió a saber de ellos. Sus huesos fueron hallados 75 años después, en 1999, cuando otra expedición los descubrió en la ladera norte, la llamada “zona de la muerte”, situada a partir de siete mil 900 metros de altitud y donde la escasez de oxígeno y las condiciones meteorológicas ofrecen una seductora tumba blanca.
Unos 600 metros arriba se ubica “la cueva de las botas verdes”, en la que yace un alpinista que falleció congelado. El cuerpo, encogido y en perfecto estado de conservación, muestra unas botas de color verde que los exploradores toman como referencia para cerciorarse de que se acercan a la cumbre. El encuentro con la muerte les indica que posiblemente han salvado la vida.
II
Tomábamos un gin-tonic en la Plaza San Francisco, a las afueras de la Universidad de Zaragoza. Al doctor Túa Blesa lo había contactado casi 10 años antes, cuando yo era un estudiante de Universidad. Siempre me apasionó su trabajo de investigación literaria que iba enfocado a estudiar autores marginales, cuya radicalidad los excluía de los programas académicos. Con una generosidad desbordante, en aquellos años me brindó documentos inéditos, libros imposibles de conseguir en México, datos y asesorías para mi tesis sobre Leopoldo María Panero.
La tarde que lo conocí hablamos de la vida, del amor, de los sueños, de la poesía. Fue una tarde fresca, con rumor de buena charla y frases deslumbrantes. Túa Blesa era como lo imaginaba: un gran ser humano con una sensibilidad que nutría a su inteligencia haciendo un deleite sentarse frente a él. El encuentro no pudo ser más grato. Al final de la charla volvió el horror de la vida. Pero para entonces, y como dice el tango, yo ya había aprendido a gambetear a la tristeza.
III
La Mujer se posa en el tiempo. Busca la hora azul. Su hora azul. Se posa en ese lapso efímero que, como en la orilla del mal, se mezclan dos universos. Conviven en ese tiempo el recuerdo del día y las promesas de una noche por nacer que convida labios y cuerpos compartidos. La mujer sonríe y cierra los ojos. Se deja envolver por la espera. “El encanto debe tener un fin si no se perdería en sí mismo”. Lo comprende y se refugia en su silencio. No hay placer que no regale silencios como misericordia de la vida.
El Hombre dibuja a esa Mujer. La siente. Él es un ser de la madrugada, de otra madrugada donde, entre la oscuridad y el duermevela, puede escucharse el respirar del Universo. Desde ese rincón de tinieblas logra degustarla, palparla, saber que el tiempo es sólo una sucesión de esperas a punto siempre de terminar. No cierra los ojos. Con la mirada en el cielo intenta hacerla presente. Se acerca de a poco, provocando el temblar de la piel femenina. Los cuerpos regresan al origen y las lenguas se reconocen. El Hombre la ha palpado.
La Mujer abre los ojos. Ya no hay más azul. Los matices naranjas del cielo han dejado su espacio a la lobreguez del día. Sintió aquellos labios. Conoció aquel cuerpo del Hombre. Lo sabe. Lo pudo palpar en su tiempo, en su hora azul. Sonríe. La espera terminará esa noche. El Hombre está por llegar. Es imposible rehuir al encuentro cuando los deseos se anidaron en el tiempo.
© All rights reserved Xalbador Garcia
XALBADOR GARCÍA (Cuernavaca, México, 1982) es Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) y Maestro y Doctor en Literatura Hispanoamericana por El Colegio de San Luis (Colsan).
Es autor de Paredón Nocturno (UAEM, 2004) y La isla de Ulises (Porrúa, 2014), y coautor de El complot anticanónico. Ensayos sobre Rafael Bernal (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Ha publicado las ediciones críticas de El campeón, de Antonio M. Abad (Instituto Cervantes, 2013); Los raros. 1896, de Rubén Darío (Colsan, 2013) y La bohemia de la muerte, de Julio Sesto (Colsan, 2015).
Realizó estancias de investigación en la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y en la Universidad del Ateneo, en Manila, Filipinas, en la que también se desempeñó como catedrático. En 2009 fue becado por el Fondo Estatal pJara la CulturPoesía, ensayo y narrativa suya han aparecido en diversas revistas del mundo, como Letras Libres (México), La estafeta del viento (España), Cuaderno Rojo Estelar (Estados Unidos), Conseup (Ecuador) y Perro Berde (Filipinas). Fue editor de la revista generacional Los perros del alba y su columna cultural “Vientre de Cabra”, apareció en el diario La Jornada Morelos por diez años.
Actualmente es colaborador del Instituto Cervantes de España, en su filial de Manila y mantiene el blog: vientre de cabra.