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Marzo 2017

EN DEFENSA DE LA POESÍA. Héctor Manuel Gutiérrez

¿Cuándo fue la última vez que la poesía se consideró la más importante de las empresas que conforman el mundo de la literatura? Después de Lorca, Lezama, Neruda, Paz, ¿se ha confirmado algún poeta merecedor de un espacio en el canon literario de habla hispana? Vayamos aún más lejos: ¿Habrá muerto la poesía?

Instigado por estas interrogantes, me inserto a vuelo de pájaro en una breve retrospección.

Tras marchitarse los planteamientos del movimiento acéfalo que sostenía la coyuntura modernista, la poesía, siguiendo su hábito circular, se embarcó en un matiz reaccionario [en el original sentido de la palabra]. En poco tiempo se abanderó con causas políticas, patriótico-nacionalistas, hasta enlistarse en las filas de los ejércitos antipoéticos que pregonaban la manía de los “ismos”, arriaban colores ya literalmente bélicos, para nacer o desembocar en las vanguardias y bogas subsecuentes de la época. Esto último, por cierto jugó un papel importante en su desarrollo a principios y mediados del siglo XX, siendo el lapso “entre guerras” el más copioso en producción y manifiestos que cuestionaban la persistencia de la continuidad de los parámetros tradicionales o conservacionistas. Todo venía unido a la intención estética, la libertad sintáctica y la rebeldía gramatical que en conjunto amoldaron una nueva sensibilidad. Hoy vemos aquellos axiomas como necesarios y relevantes. Sin embargo, los avatares, con todo y justificados, no dejan de ser metamórficos y temporales, aunque no necesariamente de desenlace suicida, como algunos críticos han insinuado. Quizás sería más útil afirmar que los sucesos históricos que definieron a aquellos años formativos de la primera mitad del siglo pasado, provocaron múltiples bifurcaciones que se desarrollaron o transformaron dentro y fuera de los parámetros y niveles de intensidad que definieron al génesis de aquella nueva convulsión poética.

Posterior a esa fase impetuosa, y entroncado en otras ramas como la música, el teatro, las artes plásticas, etc., se creó el fenómeno del “Boom” latinoamericano. En esta rica transición, aunque aparecía integrada en la prosa y otras aventuras textuales con cierta regularidad, la poesía tuvo un menor cultivo, o mejor aun, una menor proyección. Las circunstancias íntimamente relacionadas con el mercadeo, capitalizaron el momento, en medio de la concentración casi exclusiva en la narración realista matrimoniada a la experimentación. Se engendró entonces un síndrome exclusivista del mercado, que alimentaba la precipitación de los congregantes y anacoretas de la “Academia” hacia las teorías literarias y seudo-literarias europeas planteadas por Tzvetan Tódorov, Roland Barthes, Gérard Genette, Claude Lévi-Strauss y otros especialistas. Enamorados de un agudo afán narratológico, éstos coqueteaban con el espectro de un marcado neorrealismo que retrataba los diferentes y, sin embargo, afines contextos sociales de una América indo-europea en pleno despertar de un largo sueño colonial. Para entonces se debatía el tema de una América mestiza o mulata que pugnaba el dilema post-modernista de la “otredad”, en busca del rompimiento con muchos de los vínculos culturales heredados de las potencias de Europa. Abundaba el potencial literario que,  hoy por hoy todavía ofrece a los autores la compleja realidad americana: presencia de dictaduras, luchas de clase, cambios políticos y abusos  masivos desde el poder. En ella no faltaban problemas socio-culturales perpetuamente ligados a bizarras economías que se sumían en un mar de incertidumbre saturado de caudillos, censura y, más que nada, una turbia retribución de la riqueza. Era de esperarse que las repercusiones de muchas de las doctrinas sociales nacidas a mitad del siglo XIX se encausaran inteligentemente en varias de las ponencias de novelistas, cuentistas y ensayistas. De ahí que la ficción narrativa proyectara los instintos de lucha en la cotidianeidad de una Latinoamérica que, inquieta, se afanaba en definirse en términos francamente revolucionarios [en el sentido contemporáneo de la palabra]. Las incidencias de la época avisparon la representación mimética de esas realidades por un lado y el afán hermenéutico de los nuevos eruditos de la interpretación por otro. La combinación de estas dos tendencias impulsaron los afanes mercantiles de las editoriales. No tardaron las universidades en incorporar aquellas inquietudes a sus respectivos currículos, ganando una suculenta subida en la matrícula, movida que garantizó la supervivencia económica de sus respectivos cuerpos docentes. Mientras tanto, la creación poética perdía paulatinamente la importancia que había ostentado por siglos. Dicho en otros términos, la preferencia en la comercialización de los géneros novela y cuento, más otros factores de tipo socio-político cuyo recuento ocuparía aquí mucho espacio, contribuyeron a que este género literario sufriera un disimulado ninguneo.

Mas la poesía no ha muerto: puede sustentarse a sí misma y tiene la capacidad de esperar o esconderse en ese caos organizado o caótica organización que el rapsoda intenta descifrar. Puede y debe [¿por qué no?] mantener el carácter lúdico y enigmático que ha sido y será su insignia en los siglos por venir. En ese sentido, acudamos a Octavio Paz, para quien la poiesis constituía un acto de profunda trascendencia existencial: “la experiencia poética es un abrir las fuentes del ser. Un instante y jamás. Un instante y para siempre … En ese instante somos vida y muerte, esto y aquello.” O escuchemos a Lezama Lima quien decía que la poesía es “un caracol nocturno en un rectángulo de agua”, cínico acercamiento, más que definición, a aquella naturaleza carismática e infinitamente huidiza. En efecto, insondable y monarca en sus laberintos, este importante componente estético de las letras universales ha de continuar su desarrollo en un mundo que se mueve en múltiples direcciones y a una velocidad que quizás no todos pueden tolerar y mucho menos igualar, pero donde todavía hay “rocío para todos”, como ironizaba Pablo Neruda.

Lo que sí es evidente es que, para bien o para mal, se escribe más poesía que nunca. La superpoblación de sitios que saturan los medios de comunicación de masas con ensoñaciones e inspiraciones poéticas en plataformas trasteadas por los mismos autores, es un fenómeno sin precedente, particularmente en el mundo de habla hispana. Simultáneamente, la proliferación de poetas o los que se hacen llamar poetas es sorprendente y, para algunos conocedores, alarmante. Existen numerosos certámenes de poesía, algunos con distinciones en efectivo para los ganadores y otros con posibilidades de publicación en papel o en la red. Aquí enlazaría el hecho de que recientemente se le ha otorgado el Premio Nobel de Literatura al cantautor norteamericano Bob Dylan. Sin negarle  méritos, que son muchos, la decisión resulta irónica cuando vemos que se resaltan sus dotes y contribuciones a la canción social de los Estados Unidos, mientras dejan morir o envejecer a poetas que por lo menos pudieron haber sido nominados en las promociones de las últimas tres décadas antes de convertirlos en imágenes paleográficas. Entre ellos contaríamos a José Lezama Lima, Nicanor Parra, Antonio Colinas, Gabriel Zaid, Matilde Ladrón de Guevara, Eliseo Diego, Waldo Rojas, Silvina Ocampo, Cintio Vitier, Coral Bracho y Hugo Mujica. En fin, la lista sería inagotable, y con cierta imaginación e iniciativa, si me perdonan la osadía, se podría crear una especie de nuevo Boom, esta vez de poetas hispanos del viejo y los no tan viejos continentes. Si el primero fue, más que nada un golpe astuto de mercadeo, ¿por qué no producir un segundo? El género poesía tendría así una especie de regeneración que, además de suscitar el reconocimiento a poetas de altura, incentivaría el entusiasmo y desarrollo en la creciente comunidad de poetas en general, mientras se estimula o revive la durmiente actividad de la lectura incisiva y equilibrada.

En vísperas de la sistematización de los ordenadores cuánticos y otros artefactos androides, imposible negar que el progreso alcanzado por la tecnología, si bien impulsa la gradual desaparición del libro impreso, ha ayudado tremendamente a repartir en diferentes órbitas mediáticas una monumental cosecha de creaciones poéticas, aunque la obvia efectividad del proceso no garantice la calidad y profundidad de muchas de ellas. Un sondeo global seguramente revelaría robustas producciones de excelentes poetas, cada uno de ellos con genuinas idiosincrasias dictadas por el entorno nacional y sus individuales inquietudes creativas. La ausencia de algún proyecto ambicioso que considere las posibilidades que menciono, contribuye a que muchas de las grandes figuras de la poesía, con contadas excepciones, continúen desperdiciándose en la oscuridad o el anonimato.

A pesar de factores socio-económicos que pudieran limitarla o reformarla, concedamos que cualquiera de nosotros tiene el derecho a presagiar su fin. Sin embargo, afirmar que el género murió hace décadas, y aun centurias, denotaría un esfuerzo fútil, nihilista y hasta cierto punto maniqueísta, que desesperadamente busca ganar campos de explotación dentro del “espacio vacante” creado por la aparente falta de interés en lo puramente poético.

A mi modo de ver, sea cual fuere el saldo de la pesquisa, con sus altas y sus bajas, rastrear estos pormenores, podría inducirnos la idea de que ese “vacío” en la producción poética de los últimos años, es una fabricada ilusión o una hondonada más en la marejada del propio devenir poético.

© All rights reserved Héctor Manuel Gutiérrez

La obra literaria de Héctor Manuel Gutiérrez la forman, en buena parte sus ensayos, aunque muchos de ellos permanecen inéditos. Ha realizado trabajos de investigación periodística y contribuido para revistas de arte y música.
Por tres décadas se ha dedicado a la enseñanza del castellano.Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras hispánicas de la
Universidad Internacional de la Florida [FIU].

 

Que estimulante defensa, yo apuesto por que nunca muera, aunque haya escépticos que juren que nunca ha existido.
La poesía Esteban e Insulano existirán mientra haya gente como ustedes que la difundan y la apoyen
La poesía vivirá por siempre, aunque sea a través de sus pobres conductores, los poetas. Salú hermano!

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