Editorial Alma Europa
Clásicos ilustrados
Barcelona, 2020
ISBN: 9788418395970
560 páginas
Jane Austen fue una autora inglesa nacida en el siglo XVIII, época de la llamada Regencia, un interregno entre la monarquía de Jorge III y su hijo, Jorge IV, que se caracterizó por la escasa estabilidad política y las luchas intestinas de poder. Las guerras que mantenía fuera de sus fronteras complicaban la economía de la isla, también sumergida en la transición que suponía la Revolución industrial.
Por supuesto, también la cultura sufrió cambios, dadas las circunstancias. De hecho, las obras de Austen pertenecen a un subgénero determinado de la novela romántica, la llamada novela de Regencia, cuyo mérito fue apuntalar la belleza y elegancia en la literatura, así como acuñar, por así expresarlo, una temática concreta: el matrimonio de conveniencia, las estrictas normas para relacionarse y el clasismo radical. Todo ello se relata de manera detallista y puntillosa, a la vez que se refleja el ascenso de la clase burguesa y la incipiente decadencia de la aristocracia.
Aunque su legado incluye novelas cortas y relatos, destacamos aquí sus novelas propiamente dichas, en orden de fecha de publicación: Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Emma (23/XII/1815), Northanger Abbey y Persuasión. Todas ellas están encuadradas en el género anteriormente mencionado. Cabe recordar que Northanger Abbey y Persuasión son títulos póstumos que se encargaron de publicar sus hermanos tras su temprano fallecimiento, pues murió a los 42 años. Austen marcó un antes y un después, ya que todas sus obras, debido a su condición femenina, fueron publicadas de manera anónima, a excepción de estas dos últimas, en las que ya consta su autoría.
El denominador común fundamental de las obras de Austen es, para Inger Enkvist, que «lo esencial para una buena convivencia son las pautas éticas». Sus protagonistas, dice Enkvist, «son responsables de sus actos. Se exigen a sí mismos un comportamiento ético».
Jane Austen no es una escritora romántica, sino, en palabras de Cahué, «la creadora de la nueva novela realista inglesa». Sus obras traslucen, por ejemplo, en opinión de Cahué, «la situación denigrante de la mujer», cuya «única salida honrosa para sobrevivir era el matrimonio», afirma Cahué.
«Lo que comparten las protagonistas de las novelas de Austen no son los lujosos bailes o el ansia por casarse, sino que “se exigen un comportamiento correcto” que las ayuda a madurar», según María Martínez López.
Miguel de Unamuno fue uno de los primeros admiradores de Jane Austen en España. El 09 de mayo de 1914 escribió en La Nación argentina que los libros de Austen «son verdaderas novelas, novelas para siempre, de sentimientos y costumbres de hace mil años, de ahora, y de dentro de otros mil». «Austen, afirmó Unamuno, tuvo un cierto sentimiento de la tragedia, un sentimiento tan suave, tan resignado, tan tristemente apacible, que se convirtió en sentimiento de la comedia. Porque lo cómico no es sino otra cara más, y a las veces no la menos triste, de lo trágico».
Para Fernando García Pañeda (Breves apuntes sobre el sentimiento trágico de la vida en Jane Austen, WordPress, 10-I-2017), «la complejidad de las principales obras austenianas, en cuanto a sus contenidos, incluye también una vertiente trágica en la resignación, la pobreza, el azar adverso y la desviación de valores auténticos que llevan consigo un buen número de personajes, bien a modo de contrapunto respecto de los personajes laudables y afortunados, o bien como ejemplo de las virtudes cardinales tan apreciadas por la autora».
Sigue diciendo Fernando García: «Temas trágicos en sí mismos aparecen manejados por la genial escritora de una forma tal que, por las situaciones, el talante de los personajes, el tono y el desenlace del relato, pierden amargura para desembocar en la amable solución propia de la comedia».
La vida de Austen se recoge, para quienes se vean atraídos por conocerla con mayor profundidad, en Jane. Una vida novelada, de Miguel Ángel Jordán (Ciudadela, 2020), libro que, sin duda, recomendamos para obtener una visión completa de su biografía y circunstancias.
Pese a que los lectores de Austen siempre lamentaremos que el vuelo de su pluma se viera truncado por la temprana muerte de la autora, no es menos cierto que todas sus obras gozan de excelente salud y se retoman a menudo, tanto en formato audiovisual, donde las películas y las series recuperan recurrentemente sus argumentos, como en otras hechuras, entre las que traemos aquí como prueba la versión manga de Norma Editorial (2019), otra manera de llegar a públicos distintos y muestra palpable de que las historias encuentran vías para llegar a nuevos ojos y oídos, incluso siglos después.
Considerada por algunos críticos literarios una obra menor, Emma es una rara avis. No sigue el esquema esperado de dama que anhela alcanzar el estado matrimonial para asegurarse el porvenir económico y social. Ella cuenta con casa propia y una fortuna familiar, motivos ambos que le confieren una libertad de movimientos de la que carecen otras protagonistas. Lo cierto es que la propia autora aseguró que Emma no le gustaría demasiado a nadie, a excepción de a la propia Austen.
La estructura de la novela está muy trabajada y delimitada. En su primera parte, conoceremos a Emma, su entorno, su familia y sus amistades. En la segunda, seremos testigos de la amistad entre Emma y el señor Knightley. En la tercera se irán resolviendo los conflictos amorosos que se plantearon en las dos primeras. La subdivisión en capítulos es muy acertada, a nuestro parecer, ya que ninguno es de una extensión excesiva y todos permiten detener la lectura en un punto de la trama que se puede considerar apropiado dentro del argumento.
Dicho esto, hay un desajuste, a nuestro juicio, entre las tres partes del libro. Si bien la primera es lógico que se destine a presentar los personajes, todo en ella transcurre tremenda (y excesivamente) lento, aunque no suponga una tortura dejarse mecer por ese ritmo, ya que el oficio de la autora hace sobrellevarlo bien. Posteriormente, en la segunda se desarrolla toda la trama de mayor importancia y el ritmo se acelera, pero el reproche llega en la tercera parte, en la cual todo se precipita sin aparente razón, dejando atrás el control sobre tiempos y sentimientos de los que había venido haciendo gala, por lo que el lector puede llegar a sentir un poco de perplejidad. El arco es coherente, sí, pero su ritmo es desajustado, como si hubiera prisa por acabar y cerrar.
El personaje principal, y tan predilecto para la autora que confiere título al libro, es Emma, una joven de posición social acomodada que vive en un entorno rural en el cual las tradiciones están todavía más arraigadas que en los núcleos urbanos del momento. Conviene detenerse en ella, pues es el eje de las tramas, por acción u omisión. La conocemos tras la boda de su institutriz, la señorita Taylor, con el señor Weston, matrimonio que ella está convencida de haber propiciado. Este enlace, que ella considera exitoso según los cánones, la impulsa a seguir ejerciendo de casamentera para otros, pero nunca para ella misma.
Su falta de empatía y su alto concepto de sí misma hacen que tome como pupila a una joven de una clase social inferior, Harriet, y le dé consejos desacertados que harán que esta última rechace la propuesta de un granjero sólo porque Emma cree que Harriet puede aspirar a algo mejor. Incluso llega a empeorar todo al establecer un plan que acerque a su pupila al reverendo Elton, plan que no obtendrá los resultados que ella espera, debido, fundamentalmente, a que la propia Emma carece de experiencia en el amor y no sabe interpretar correctamente las señales que ve en los demás, y esto es así para otros y para ella misma.
Como contrapunto, es interesantísimo el personaje del señor Knightley, un amigo de la familia, el único que tiene arrestos para ser sincero con Emma y señalarle sus errores. Para nosotros, es un personaje muy logrado que manifiesta serenidad, sentido común, aplomo y saber estar, todo un caballero maduro que puede intentar enseñarle la realidad de la vida, a lo que ella se resiste, a pesar de la admiración que le causa. Las conversaciones de ambos resultan muy
reveladoras y complejas. Ambos se respetan y se tratan, con los pertinentes ajustes sociales, de tú a tú.
Su amistad, finalmente, derivará en que encuentran la manera de quererse y formalizar su cariño, aunque para ello Emma deberá acometer su particular aprendizaje, asumir las enseñanzas que le ha dado la vida y admitir que siente amor por el señor Knightley. Así, será capaz de ser más humilde y manifestarle sus sentimientos, lo que a su vez propiciará que él la vea con un interés romántico y ambos puedan iniciar su camino juntos.
La relación entre ambos personajes, que supone, de facto, el pilar de toda la novela, es entrañable desde el punto de vista en que ambos se ayudan a mejorar y se desafían constantemente en sus diálogos y en los juegos mentales en los que se ven envueltos. Deciden pulir su comunicación tras haber comprobado que los malentendidos pueden llevar al fracaso cualquier intento de mantener relaciones adecuadas. El desarrollo de su amor se aleja de los estereotipos de la pasión para acercarse a un equilibrio entre la razón y el sentimiento, y también simboliza las obvias ventajas de conocerse bien.
Por otro lado, el padre de Emma, viudo, es un hombre hipocondríaco que da pie a muchas situaciones hilarantes por lo exagerado de sus planteamientos. No obstante, en el cuidado y en la dedicación filial que le dispensa Emma también se puede ver su buen fondo, pues siempre resta importancia a las pequeñas y grandes manías de su progenitor para que el anciano pueda encontrar algo de paz. Esto es crucial tenerlo presente, pues, en otras ocasiones, Emma muestra condescendencia, falta de humildad y presuntuosidad, amén de carencia de buen juicio y de criterio. Sí, ya apuntábamos a que la propia autora sabía que no iba a ser un personaje que concitara muchas simpatías entre sus lectores, y sí, realmente hay momentos en los cuales se tiene la idea de que es una joven agotadora e insufrible, pero hay que tener paciencia para que despliegue una mejor versión de sí misma.
Antítesis de Emma es su hermana mayor, Isabella, que está casada y reside en Londres con su marido e hijos. Isabella es una mujer que ha alcanzado la satisfacción vital mediante su matrimonio y la atención a sus pequeños. Siente adoración por su marido y no cuestiona si su vida habría sido mejor, puesto que no concibe una distinta. Es, por tanto, intachable a ojos de todos, y es también lo que podría llegar a ser Emma.
Alrededor de ella aparecerán otros habitantes del lugar, quienes aportarán vida y colorido, más allá de los brevemente mencionados; otros caballeros y otras damas de igual rango social que, con sus visitas, cenas, bailes y otros eventos, irán conformando el paisanaje. Basándose en ellos, Austen irá contándonos la cotidianeidad del lugar, haciendo gala de sus habilidades descriptivas, gracias a las cuales podemos contemplar fotografías vivas y detalladas de cada reunión y del entorno. No dejará escapar la oportunidad de criticar solapadamente las maledicencias, las tradiciones con las que no está de acuerdo, la hipocresía, las marcadas clases sociales, etc.
Entre esos otros personajes destacamos a los Weston, con su triste historia del hijo del primer matrimonio de él, Frank, al que criaron sus abuelos, pues el señor Weston quedó en la ruina. El muchacho acude a visitar a su padre y esa visita será una revolución en el ecosistema cerrado de Highbury. Naturalmente, será una prueba más para Emma y otros personajes, pues sin equivocaciones habría ocasión para introducir enredos que solucionar después. Ya que todo lo que vamos averiguando lo hacemos a la par que ella, las dudas, las malas interpretaciones, las apariencias y el seguimiento de las estrictas normas también nos puede hacer confundirnos a nosotros, y, en ese sentido, es una obra que nos hará llevarnos sorpresas.
Si hubiera que hacer una enumeración de los temas que se tratan, desde luego, el matrimonio (que no necesariamente el amor) sería uno de ellos. Austen medita sobre lo que suponía un buen matrimonio para una mujer, ya que era una garantía de conservar la posición social y económica. Las uniones no se formaban principalmente por amor, sino por intereses espurios, y venían determinadas por las limitaciones sociales. Esto no era así para Emma, quien tenía asegurados los asuntos económicos, pero esa perspectiva de seguridad le permite analizar de forma desafectada un mayor rango de situaciones.
También el papel de la mujer en la época de la Regencia es uno de los asuntos que se exploran. Las damas se amoldaban a un patrón estricto: debían casarse y ser madres, y para ello no precisaban nada más que saber atender las necesidades de la casa y, en el caso de la alta sociedad, algunas habilidades como recitar, tocar el piano, pintar, etc. Sus opiniones y aspiraciones no se valoraban y siempre estaban supeditadas al hombre. Ciertamente, en el caso de Emma, se puede ver que hay personajes femeninos que no están tan fieramente sujetos a las convenciones y encuentran sus parcelas de libertad, pero no son los más numerosos.
Otro ítem importante es la clase social, que en la novela se percibe en el tablero que traza la autora, pues cada pieza del mismo debe ocupar su lugar y moverse según los pasos que puede dar, predefinidos según su sexo, su posición económica y su estatus aristocrático. Dentro de esa asfixiante malla, cada movimiento propio y ajeno han de ser evaluados para lograr ganar la partida.
Respecto al estilo, hallamos que es lo esperable de la autora y del periodo al que se circunscribe el texto. Como ya mencionamos, la autora destaca en las descripciones de ambientes, para las que está particularmente dotada. Se detiene en cada detalle porque estos revelan mucha información que debemos aprender a descodificar para entender hacia dónde se dirige la trama. Resulta primorosa la narración, pero también los diálogos son de calado, pues están medidos según los cánones, y de una sola respuesta se deben colegir acertadamente las conclusiones. La prosa elegante y sencilla en la que se engarza un lenguaje bien empleado hacen que su lectura sea una grata experiencia, aunque no consideramos que sea la mejor obra de Austen.
Para ir concluyendo, nos atrevemos a aseverar que la autora desea dejar claro que la amistad es un valor que se debe defender y respetar, que hay que apostar por una comunicación más abierta y clara, y que al amor verdadero se llega desde la honestidad. No obstante, nos parece que tras ello hay un potente mensaje clave que sostiene y armoniza todo el argumento: siempre hay espacio y motivo para intentar mejorar. Prueba de ello es Emma, quien da comienzo al libro siendo un modelo de antiheroína y termina más bondadosa, serena y caritativa.