Para el libro El maleficio de Tribilín…
Nos arrastramos en un tiempo de apoteosis de la concisión. Conversar, escribir y leer poco es el aroma de la época. Y lo que es más deplorable, ensuciar el lenguaje de virulencia y obscenidades es la moda reptante.
Esto último nos amarga verlo entre entrevistadores y entrevistados de la TV argentina y española y, por desgracia, en muchas otras del planeta.
El polígrafo venezolano Arturo Uslar Pietri, maestro de la escritura, pero también de la palabra hablada en el discurso de masas, parlamentario, académico y hasta de radio y televisión, nos lo advirtió hace un par de décadas:
La palabra sucia que ensucia la lengua termina por ensuciar el espíritu. Quien habla como un patán termina por pensar como un patán y obrar como un patán. Hay una estrecha e indisoluble relación entre las palabras, el pensamiento y la acción.
El sortilegio de la palabra
Lo que en primera y última instancia nos distingue de los otros animales de la creación, es la capacidad de pensar, de producir y relacionar ideas, ese acto del entendimiento que nos conduce a acceder al conocimiento, a producirlo, propagarlo y recrearlo.
Pero el pensamiento y su sistema ideológico, o sea eso que más identifica la condición humana, no sería posible, no llegarían hasta el prójimo, si no existieran las palabras, los conceptos, el instrumento para nombrar las cosas, los seres, en fin, lo que existe y podemos percibir.
Si no existiera la palabra “mujer”, por ejemplo, la idea que tenemos de esa criatura del Señor, no tendría vivencia en la realidad. Esa imagen se quedaría atrapada en el cerebro, no sería comunicable y, lo más ingrato, estaríamos privados del placer de capturar la poesía de lo femenino.
Por eso el dominio y el uso correcto del idioma son vitales. Más aún para nosotros, los que hablamos en castellano, los que disfrutamos el privilegio de poder conversar fluidamente con cerca de seiscientos millones de nuestros semejantes.
Refinar el habla
Es obligatorio resaltar que hablar bien, comunicar eficientemente las ideas, no es una habilidad innata, hereditaria, puede que haya algo de eso, pero es sobre todo un asunto de tener algo que decir. Por eso hablar bien es el producto directo de leer mucho.
Lo demás viene con la práctica. En especial la elocuencia como atinadamente la define el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE):
Facultad de hablar o escribir de un modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir. 2. Eficacia para conmover o persuadir que tienen las palabras, los gestos o ademanes y cualquier otra acción o cosa capaz de dar a entender algo con viveza. La elocuencia de las cifras.
Debemos insistir: la palabra y su matriz el pensamiento y sus productos la oralidad inteligente y desde luego la escritura, son tributarias de la lectura. Con razón decía el irrepetible Jorge Luis Borges que él estaba orgulloso no de los libros que había escrito, sino de los que había leído.
Misterios y sutilezas del lenguaje
Quien procura convencer o motivar al prójimo, debe disponer de abundantes vocablos (ideas). Debe intentar conocer la palabra exacta para cada caso y ocasión.
Lo primero es recordar que las palabras tienen denotaciones, su significado primario, directo, específico; y connotaciones, lo que sugieren, el meta mensaje.
Veamos algunos ejemplos:
Revolución. Denota un cambio rápido, profundo, completo, de avanzada. Cuando se refiere a logros científicos, literarios o artísticos. Pero si se aplica a la política la palabra connota, sugiere, evoca violencia, represión, intolerancia, atraso, ruina de las naciones…
Así nos atrevemos a asegurar que hay palabras que denotan y connotan nociones positivas como amor, niño, madre, dulzura, patria y hasta poéticas como llovizna e incandescencia.
Y otras que significan y sugieren negatividad y, por ende, deben salir de nuestra lengua, por ejemplo, mierda; expresión de uso repetido en las redes y la TV, manchando irremisiblemente los mensajes.
Y se nos ocurre aportar otro ejemplo, quizás útil para mostrar que la variedad de palabras lo más exactas posibles, facilita el despliegue de un discurso (mensaje), más convincente, comprensible y didascálico:
Tristeza. Según el DRAE: 1. Cualidad de Triste. 2. Estado de ánimo que se caracteriza por un sentimiento de dolor o desilusión que incita al llanto. 3. Cosa que produce tristeza.
Ahora bien, tristeza tiene algunas opciones para el logro de precisión y potenciar la comunicación. Veamos:
Pesadumbre. Sugiere una tristeza más “pesada” y física. El diccionario la asocia a molestia y desazón.
Congoja. Según el DRAE: Desmayo, fatiga, angustia y aflicción del ánimo.
Melancolía. También de acuerdo con el DRAE: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente… Y una vez escuché decir a Pablo Neruda que él amaba esa palabra, porque era poética en sí misma.
Y se dice que aquellas expresiones en que predomina la “i”, anuncian alegría y luminosidad, como María Bonita y virgen, o donde encontramos la “o”, contundencia, presión, rechazo, como acoso, represión y santurrón (otras que juntan las dos letras serían más armónicas, tales podrían ser los casos de melodía e ilusión). Pero bueno, esto ya está en el territorio de las especulaciones. Lo importante es saber que para que el mensaje logre los objetivos de la elocuencia (persuadir, motivar, conmover, educar…), es necesario seleccionar adecuadamente las palabras a ser usadas.
Aprender de los eximios oradores
En la Atenas antigua la retórica fue un aprendizaje tan apreciado, que surgieron oradores del rango de Pericles, Sócrates y Demóstenes, aunque se llegó a extremos abusivos con la escuela filosófica de los sofistas. Sin embargo, vale la pena leer la Oración por los muertos en la Guerra del Peloponeso, de Pericles, alguna de las Filípicas de Demóstenes o a Sócrates a través de Platón.
En Roma encontramos las Catilinarias de Cicerón, en la Francia revolucionaria a Dantón; más tarde a Lincoln en Estados Unidos, Benito Juárez en México, José Martí en Cuba, Domingo Faustino Sarmiento en Argentina y Ortega y Unamuno en España; y en nuestra contemporaneidad hispana a los peruanos Haya de la Torre y Vargas Llosa, el boricua Luis Muñoz Marín, los líderes de Quisqueya Juan Bosh y Joaquín Balaguer, los colombiano Gaitán y Lleras Camargo, los venezolanos Jóvito Villalba, Prieto Figueroa y Teodoro Petkoff, los norteamericanos Ronald Reagan y Barack Obama…
Deliberadamente no mencionamos aquí a oradores opresivos, de fanatismo mesiánico e intención manipuladora, como Adolfo Hitler, Benito Mussolini y Fidel Castro. Pero recalcamos la necesidad para todos y especialmente para los políticos, de leer los discursos de esos estadistas e intelectuales paradigmáticos.
Defensa de la comunicación directa
Las redes sociales con sus mensajes caóticos, proliferantes y banales proponen un remedo de comunicación directa. Eso está además agravado por llevar la concisión a extremos supersticiosos. Frente a los emojis, twist, chateos, fake news… debemos reivindicar la conversación como excelsa herramienta de la comunicación directa.
En la conversación el emisor y el receptor interactúan, hablan y se escuchan, se retroalimentan (feedback), se enriquecen ambos intelectualmente, se respetan y comunican en un lenguaje común, comprensible. Eso es difícil de conseguir en los medios de comunicación tradicionales y los inextricables dominios del internet.
Pero como estamos atrapados en sociedades masivas y tentaculares, renunciar a los medios de comunicación y a las redes sociales, no parece sensato ni conducente.
¡Pero salvemos la conversación presencial, afectuosa, amable, al menos con los que tenemos más cerca!
Pembroke Pines, Florida, EEUU.
Octubre de 2022.
© All rights reserved Alexis Ortiz
Alexis Ortiz Escritor, Periodista, Locutor, Dirigente Político y Asesor Electoral Venezolano.