En sus Clases de Literatura de Berkeley Julio Cortázar comparaba la estructura del cuento con la fotografía y a la de la novela con el cine. Es decir, mientras que el cuento es un ecosistema cerrado como una esfera la novela es de orden abierto. Por ello la imagen estática del cuento, una instantánea que detiene el tiempo.
¿Dónde podemos entonces circunscribir el microrrelato? La clave nos la dá el mismo Cortázar volviendo a su símil entre cuento y fotografía:
Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izqauierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugetiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos “¿Qué había allí después?”. Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella […]
Pues bien, el microrrelato sería entonces un detalle dentro de esa fotografía donde nos auxiliamos de una lente de aumento para apreciar lo que se esconde detrás de esas imágenes que a simple vista no somos capaces de percibir.
Félix Terrones en su libro EL VIENTO EN TU CARA nos obsequia esa lupa para ver las sombras y dentro de ellas.
Retratos de familia cuyos títulos se asoman con inocencia pero que nos devuelven escenas íntimas que no seríamos capaces de compartir con un desconocido, apenas confidencias con amigos cercanos. Y sea el despertar de la sexualidad en un adolescente voyeur y la complicidad del adulto en Madres e hijas, la crueldad latente y el deseo de venganza reflejados en un juego como lo es El columpio. O bien la soledad y la tristeza en la crianza de un hijo con discapacidad en La Bicicleta.
Como le mencioné anteriormente, no hace falta ponerse anteojos, Félix Terrones nos amplifica esos detalles que la curiosidad (acaso el morbo) nos impide quitar la mirada de las páginas de EL VIENTO EN TU CARA.
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