En esta novela breve, Carlos Aguasaco imagina las andanzas de un viejo comandante que hizo una revolución en Cuba y que ahora está retirado por propia voluntad o por la de otros.
Toda semejanza con la realidad es intencional.
Según esta historia, el Viejo burla la protección/vigilancia de los guardianes que presuntamente le protegen, e inicia un periplo por la ciudad que ha gobernado durante más de cincuenta años. A través de su recorrido, intentará averiguar el estado de su país en el presente, ponderará los éxitos y fracasos de su empeño y de la ingeniería social a los que dedicó su vida.
Previsiblemente en esta marcha, parte a pie, parte en ‘guaguas’, este flâneur caribeño se encontrará con su némesis: un individuo que posa de inofensivo, pero que es el representante del Malvado Imperio, disfrazado de turista.
La prosa de Aguasaco, poeta y escritor que nació en Bogota, Colombia, y vive en Nueva York, es ágil y elegante. El tratamiento de su protagonista, el Viejo, es empático sin caer en lo reverente. Si bien la historia tiene momentos que la acercan al panegírico, este está equilibrado con otros muchos en los que aparece la sensata presencia de la parodia.
Por sobre todo y a pesar de las humoradas, sobrevuela la melancolía. En el tramo final de su existencia, el Viejo no es diferente a nadie (solo “un compañero más”, como él insiste en ser llamado en la novela). Al acercarse a la partida definitiva, tiene dudas, desazones, incertidumbres, esperanzas de haber hecho algo bien y pesos de conciencia (“La revolución ha fracasado”, se dice a sí mismo en un momento, y más tarde se desdice, “la revolución es justa”, sentencia dándose ánimo).
El viejo comandante de Aguasaco de hecho es dueño de una interioridad que en general no poseen los individuos que dedican su vida a detentar poderes extraordinarios que nunca quieren abandonar. Para alcanzar esta interioridad, dichas personalidades deberían poseer rasgos opuestos al narcisismo, exhibicionismo, frecuentemente desmesurada extroversión que los caracteriza.
Pero pese a estas falencias que a muchos les resultan rechazantes, sus vidas llenas de acción son un imán para los narradores. En Latinoamérica, figuras como las de Juan Perón, Eva Perón, José Rodriguez de Francia, entre los más conspicuos, han seducido a un buen número de plumas y han prolongado a través de ellas sus leyendas. Ahora le llega el turno a Fidel Castro. Los resultados de estos relatos son dispares aunque tienden a ostentar un denominador común: el retrato de estos protagonistas de historias grandiosas es casi siempre bidimensional.
Aguasaco, sin embargo, le otorga carnadura a su Viejo. Lo hace de una manera que no sabemos si sería bien recibida por el verdadero Comandante, porque lo que nos conmueve es el patetismo iracundo, desesperado y senil del personaje.
He tenido el placer de leer el manuscrito de otra novela de Aguasaco de próxima publicación. Es un texto experimental y se titula “La prosa simultánea: retrato del poeta al hipercubo”. Allí Aguasaco confirma sus dotes de escritor sobresalientes y los corona con una fuerte originalidad, usando la teoría de las multiples dimensiones para la construcción del relato. Hacemos votos para que esta nueva entrega llegue pronto a las librerías.
© All rights reserved Mónica Flores Correa/Mónica Williams
Mónica Flores Correa nació en Buenos Aires y estudió Letras en la universidad estatal de esa ciudad. Trabajó como periodista en varias publicaciones y periódicos; entre otros, el Buenos Aires Herald, La Nación y Página 12. En 1989, obtuvo la beca Nieman para periodistas de la universidad de Harvard. Posteriormente, fue corresponsal en Nueva York del diario Página 12. Dejó el periodismo para escribir ficción. Flores Correa escribió el guión del documental “Burnt Oranges” (“Naranjos”), dirigido por Silvia Malagrino y ha colaborado con esta artista en otras realizaciones. La editorial Artepoética Press publicó sus dos libros de cuentos: “Agosto” en 2010 y “Dos” en 2013.