Miami es la ficción perfecta, una ciudad que se reinventa con cada oleada de inmigrantes ya sea que provengan de Latinoamérica o de cualquier otra región de los Estados Unidos.
Es una ciudad cuya paternidad la reclaman muchos y a la vez no le corresponde a nadie, porque acaso dada su población volátil no ha conseguido todavía formar comunidad.
En su libro El Último Comunista de Miami, una edición revisada de su libro South Beach ahora bajo el sello Suburbano en formato ebook, Diego Fonseca nos presenta una colección de siete relatos, de los cuales tres tienen como escenario común una ciudad que todavía evoca luces de neón pastel y el cliché de un Miami Vice donde la forma es tan importante como el fondo.
El primero de ellos, que abre el libro y da título al mismo, nos muestra a un grupo de banqueros “caídos en desgracia” como consecuencia de la burbuja hipotecaría de la que ellos mismos fueron arquitectos. Con una buena dosis de humor e ironía Diego Fonseca pone en labios de uno de ellos “Mario dijo una vez -en sus raras bromas trascendentes- que nos veía como una especie de Ejército de Salvación y a Wall Street como a la Cruz Roja. En condiciones normales dar crédito sin referencias, avales y garantías era la ruta segura del despido. Pero nosotros nos la pasamos entregando dinero con alegría juvenil.”
Todavía al día de hoy vemos las consecuencias de esta “repartición de la riqueza”, acaso más sincero sobre su papel en la economía será el protagonista del cuento Bananas para monos donde lo que distingue una “transacción” de autos de lujo será el posible uso de la violencia.
En Una buena y sana sopa de pollo encontramos a ese Miami fragmentado que mencioné arriba, que se resuelve en un pasillo de supermercado bajo la lupa de la doble moral conservadora.
Abercrombie & Punk es quizás uno de mis relatos favoritos me recordó la literatura marginal de la que en ocasiones hace referencia el escritor mexicano Heriberto Yépez y en la frase final encuentro el común denominador de los personajes de estos siete relatos que se antojan leer bajo la tenue luz de un bar:
“No hay tumba del punk de doble apellido, ni polvo. Su triunfo, como ha de ser, es la derrota.”
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