Amigos míos, resulta paradojal —qué cosa no lo es— que intentemos comprender qué es el tiempo, que nos contiene a todos. Somos la parte tratando de abarcar el conjunto. Pero el hombre, al menos una de las mejores porciones del hombre, siempre ha vivido preocupado por entender. Aunque todo saber es en definitiva imaginario, ya que es mucho mayor lo desconocido y esa porción de la realidad que suponemos haber conquistado seguramente tiene otras causas y otros efectos que ignoramos.
De todos modos, acerca del tiempo hemos forjado definiciones para combatir la angustia que nos produce nuestra finitud, no la suya.
En Occidente, suponemos que se divide en tres porciones, el pasado, el presente y el futuro, cuando en verdad parece que solamente existe el presente, esa instancia inapresable y que se nos escapa sin remedio. Es que apenas nos detenemos a reflexionar sobre él, ya se ha transformado en pasado. El futuro no existe jamás, salvo en los anticipos que de él nos dan nuestros temores, ambiciones y expectativas. Solo accedemos a él cuando se convirtió en presente. Y respecto del pasado, fue y ya no es, por lo tanto tampoco existe.
En Oriente, la visión general acerca del tiempo es muy distinta y seguramente incomprensible para nosotros, lo que por supuesto alienta más nuestra curiosidad. Si en Occidente suponemos que partimos del pasado avanzando hacia el futuro, en Oriente se cree que es al revés: desde el futuro caminamos hacia el pasado, nos vamos volviendo pretérito, cruzando por el momento presente.
Llamativamente, ese es el mismo rumbo que sigue la escritura en uno y otro hemisferio. En Occidente escribimos de izquierda a derecha, “hacia delante” en nuestra representación espacial del procedimiento; en Oriente lo hacen a la inversa.
Otro de los intentos por comprender qué es el tiempo fue estimar que no existe uno solo, sino también otros. Para los antiguos griegos, por ejemplo, además del tiempo sucesivo, el Cronos, existía el Kairós, un lapso indeterminado en el que algo importante está por suceder. Así, Cronos resulta ser cuantitativo, mientras que Kairós es cualitativo. En tiempos más recientes, Guilles Deleuze afirmó que el Kairós es tanto un instante como un sitio, una entidad tanto temporal como espacial, no presente sino siempre a punto de arribar y que simultáneamente ya ha pasado.
Jorge Luis Borges, siempre más exacto que cualquier otro, nos brindó este párrafo alusivo en Ficciones: “Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma”.
La idea de la eternidad, que bien puede ser entendida como la continuidad sin límites de lo temporal, pero también como un presente absoluto y permanente, es apenas uno de esos procedimientos para definir qué es el tiempo. Esta última posibilidad es la que yo refiero a veces en mi obra como “la eternidad del minuto”, no como la continuidad de un instante, sino como una suerte de condensación, de percepción de todo lo temporal en aquello que, por definición, es una y otra vez sinónimo de lo efímero.
Como todos los hombres, yo también traté de capturar al tiempo en la red siempre rota de las palabras y desde luego, creo que he fracasado. Me queda el consuelo de saber que la poesía es en sí misma un valeroso fracaso, ya que intenta aludir con las palabras, hechas para nombrar un limitado orden de las cosas, aquello que está más allá de las palabras y que, por falta de definición mejor, llamamos Lo Real. El tiempo es, justamente, la gran autopista de lo Real.
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Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos reconocimientos tanto locales como internacionales, entre ellos, el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina. Sus 36 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro fueron publicados en Argentina, Chile, España, EE.UU., Italia, México, Suecia, Venezuela y Uruguay.