Hablemos sin rodeos: hay muy pocos escritores latinoamericanos que no tienen preconceptos sobre los Estados Unidos. Alberto Fuguet es uno de ellos. Tal vez porque vivió hasta los 13 años en Encino, California, donde sus padres intentaban armar una nueva historia lejos del Chile natal, el autor, cineasta y ex periodista le escapa a los lugares comunes que casi todos los narradores del Boom (y este casi solo tiene dos nombres: Guillermo Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa) sembraron post revolución cubana.
A Fuguet le gusta la cultura norteamericana, es fan de su cine y escritores. Y lo dice sin vergüenza. Sobredosis, Cortos, Road Story, Las películas de mi vida tienen palabras en inglés, spanglish, con locaciones en Los Ángeles, Miami, New York.
Recientemente trabajó en Nashville. Es decir que cumple con aquello de que un escritor escribe de lo que conoce. Y ese conocimiento es Estados Unidos, claro, pero también Latinoamérica. Por eso editó a mediados de los ´90 la antología McOndo. El título del libro que reunía autores como Edmundo Paz Soldán y Jaime Bayly, era una humorada al mágico mundo del Macondo de Gabriel García Márquez pero también hablaba de la influencia de este país en el resto del continente.
“McOndo es más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, tv-cable y barriadas. En McOndo hay McDonald´s, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos”, escribió en el prólogo, atento al nuevo mundo que emergía a su alrededor.
No es casual entonces que su última novela, Missing, hable de los Estados Unidos a través de su propia familia, la que decidió emigrar en la década del 60. El grupo lo integraban los abuelos de Fuguet y sus tres hijos. Uno de ellos, Carlos, era el tío preferido: bohemio, con el pelo largo y dueño de un gran Cadillac. Un buen día, va a la cárcel por robo. Sale. Al poco tiempo reincide. Sale. Hasta que opta por desaparecer. Lo curioso es que nadie de la familia pregunta qué le ha pasado. Luego de décadas, el sobrino, otra vez en Chile, ya con varios libros y cientos de artículos publicados, elige ir en la búsqueda de su tío, recobrar el tiempo perdido. Saber qué ha pasado entre esos paréntesis que abarcan largos años, casi una vida. Y empieza la novela. Una investigación de casi 400 páginas donde se cruzan técnicas narrativas, grandes confesiones, miserias, personajes, cultura pop y la certeza definitiva que Alberto Fuguet ha escrito un gran libro.
¿Qué reacción tuvo su tío cuando se enteró que iba a escribir un libro en base a su vida?
–Le pareció genial. O, al menos, aceptó participar cien por ciento del proyecto. Esto fue al segundo día de encontrarlo y, si memoria no me falla, a los cuarenta y cinco días estaba en Denver iniciando la fase dos de la investigación: el por qué se había perdido. Eso fue en el 2003 y pasó harto tiempo – seis más– para que me diera cuenta que sí tenía un libro, aunque me faltaban ciertas partes o sensaciones de la historia.
¿Leyó Missing?
–Antes que todos, en Las Vegas. Fui con mi padre, que también lo leyó, a dejársela en persona. Esa noche cenamos y le pasé el libro. Quedamos que tenía dos o tres días para leer. Yo quería sus comentarios, no su permiso. De hecho el trato era justamente ése: yo escribiría al libro en la medida que él me contestaba preguntas y que no tuviera ninguna injerencia en el texto final. Carlos apareció un par de horas después. Se fue a un Denny´s a leer toda la noche. Y le encantó, lo emocionó y más que nada me dijo algo que para mí es clave y quizás la crítica más importante de mi carrera: ahora existo, me dijo; me diste una historia. Ahora entiendo lo que me pasó. Quedó sobre todo impresionado con la parte en que yo escribo como si fuera él: me dijo que le costaba creer que yo podía pensar y sentir lo que sintió él.
¿Qué opinó el resto de su familia?
–A todos les gustó y los que no sabían toda la historia (en rigor, nadie conocía la historia) quedaron bien impresionados. Ahora, claro, el libro toca más a la familia Fuguet que a la materna. Ellos son, digamos, los protagonistas. La opinión que más me interesaba era la de mi padre, incluso más que la de Carlos. El siempre supo que lo estaba escribiendo y el me ayudó a investigar para encontrarlo. Me junté con él, lo invité a ir a Las Vegas y le dije que para eso debía leer el libro y si no le gustaba, si se sentía violentado o traicionado, pues entonces que anulábamos todo porque uno no puede viajar con alguien que siente que es un traidor. Tampoco le pedí autorización, sólo su bendición. Y nada: me la dio. Le gustó mucho. Me dijo que no siempre él quedaba bien pero que todo era verdad y que así habían sido las cosas, más allá que si a uno le gustaba eso o no.
La primera lectura del título puede recordar al film “Missing”, trabajo que recreaba los años de la dictadura de Pinochet en Chile. ¿Por qué la referencia?
–Por eso mismo: por esa película que nunca se exhibió en Chile. Luego por la idea de la palabra misma: como el libro es de algún modo bilingüe, quise llamarlo así pues la palabra te aleja de las connotaciones de Desaparecido y, por otro, en USA, Missing está asociado más a la idea de secuestro o abducción de un niño. Carlos no desapareció por culpa de terceros: ni de militares o de asesinos en series. Carlos quiso perderse porque era su opción.
Esta es una obra felizmente ambiciosa, utiliza diferentes recursos narrativos a la vez que se tocan cuestiones como el sueño americano, la utilidad del arte, la identidad, los vínculos siempre kafkianos con ese ente de poder que es la familia. ¿Se propuso escribir la gran novela (latino) americana?
–Ambiciosa, sí, aunque también los diferentes recursos tienen mucho que ver con las distintas etapas que realmente vivió la investigación y eso de captar que no hay un solo punto de vista en estas cosas. No sé qué me propuse. Me propuse encontrar a Carlos, eso fue lo primero. Y luego investigar una grieta más que narrarlo. Pero sí creo que la novela sólo se puede leer y analizar como un libro, como dices, de los dos mundos: es un libro latinoamericano y es también es un libro americano.
Usted se crió en los Estados Unidos con el inglés como primera lengua. ¿Nunca fantaseó con escribir en ese idioma y desarrollar aquí una vida?
–En un principio, no. Lo único que quería era aprender castellano y capté que escribiendo uno no tiene acento. Después creo que sí: fantasee. Pero ya no es mi idioma. Soy capaz de escribir artículos y hablarlo más o menos. Sí lo leo y lo entiendo perfecto. Pero no, mi deseo es trabajar con el castellano y, con todo modestia, ver hasta donde se puede estirar. Creo que Missing es el tipo de castellano que me interesa: fronterizo, mutante, que no es un spanglish pero que claramente es capaz de resistir y contener dos idiomas y dos formas de vida que, a la larga, es una sola porque el lazo entre USA y América Latina es impresionantemente fuerte. Respecto a vivir allá: no. Con que pueda ir de vez en cuando y enfrentarse al país como un mito, como algo literario o cinematográfico, como lo que hice este año al filmar en Nashville, me basta.
Los protagonistas de Missing se relacionan de manera diferente con el sueño americano. No es lo mismo la vida de su abuelo (casa a crédito y cuarenta horas semanales de trabajo) que la de tu tío (vida bohemia, dead-end jobs). ¿Por qué en la comunidad latina siempre se ha visto el segundo caso como un mal ejemplo, casi inmoral?
–Quizás no soy la persona para responder eso porque no soy un inmigrante. Supongo que algo tiene que ver con la culpa católica y con realmente creer en el sueño americano y con eso que yo llamo “el acuerdo”. Inmigrar es algo en extremo delicado y hay algo de abandonar una familia y un mundo por otro. Hay algo de traición. Sí esa culpa se expía con trabajo fuerte y resultados, creo que la culpa aminora. En el caso de mi tío, que fue “sacado”, eso nunca lo vivió. Más bien soñaba que en su país su vida hubiera sido mejor y, quizás como rebeldía, quiso enrostrarle a sus padres que USA te podía dar una vida peor. Peor incluso que la tenían allá. Siempre lo he dicho: emigrar no es para débiles y si bien buena parte de la gente que lo hace sale adelante y cree que hizo lo correcto, un porcentaje no menor se pierde, tanto literal como metafóricamente.
© All rights reserved Hernán Vera Alvarez
Hernán Vera Alvarez, a veces simplemente Vera, nació en Buenos Aires en 1977. Es escritor y dibujante. Ha publicado el libro de cuentos Una extraña felicidad (llamada América) y el de comics ¡La gente no puede vivir sin problemas!. Es editor de la antología Viaje One Way, narradores de Miami. Muchos de sus trabajos han aparecido en revistas y diarios de Estados Unidos y América Latina, entre ellos, El Nuevo Herald, Meansheets, Loft Magazine, El Sentinel, Nagari, Sea Latino, TintaFrescaUS, La Nación y Clarín. Ha entrevistado a Adolfo Bioy Casares, Carlos Santana, Ingrid Betancourt, María Antonieta Collins, Gyula Kosice, Sergio Ramirez, Maná, Gustavo Santaolalla, Gustavo Cerati, entre otros. Vivió ocho años como un ilegal en los Estados Unidos donde trabajó en un astillero, en la cocina de un cabaret, en algunas discotecas, en la construcción. Desde el 2012 también es ciudadano americano. Este año publicará su novela Lit Argentina. Blog:www.Matematicasencopacabana.blogspot.com