Deja todo y lee.
Dante y Virgilio descienden juntos al Infierno a través de los nueve círculos del Infierno, encontrándose con personalidades de la antigüedad que enfrentan punición eterna. El infierno es un lugar normal. Los círculos, recordemos, progresan dispuestos por un orden creciente de pecaminosidad, desde la glotonería hasta la avaricia y la violencia. En el segundo círculo, donde habita la lujuria, Dante se encontrará con nueve almas condenadas por amor, entre ellas Cleopatra, Helena de Troya, Dido, y muy particularmente, Francesca da Polenta, la única que intercambia palabras con Dante.
Paola se encuentra en el infierno por haberle sido infiel a su marido.
No existía luz en aquel lugar de lujuriosos penitentes -como decir, el deseo mina la razón-, en el cual Francesca recogía el fruto de su condena por haberse enligado con Paolo Malatesta, hermano del hombre a quien Francesca había sido prometida en matrimonio. Cuenta Bocaccio, a propósito del tema, que a Francesca le proporcionaron las señas equivocadas, pues la descripción de su futuro marido coincidía con el semblante y porte de Paolo, no con la de su hermano Gianciotto, quien aparentemente no había nacido bajo buena estrella. Aunque se aclara el malentendido, Francesca y Paolo quedan irremediablemente prendados el uno del otro.
Entonces, la travesía de Dante por los círculos del infierno inicia con el narrador empantanado en una crisis espiritual justo al medio camino de su vida. Ya antes, mientras vagaba por la oscuridad del bosque, el espíritu de Virgilio le sale al paso y se ofrece a guiarlo por el resto del viaje. Creo que es prudente que me sigas, le dice al asegurarle que va a llevarle a un lugar eterno, donde los exasperados gemidos y gritos de almas viejas llenan el aire mientras lamentan su muerte.
La llegada de Virgilio no es fortuita. Su presencia se propicia a petición de Beatrice, el espíritu de una mujer a quien Dante ha amado y perdido. Beatrice guiará a Dante al cielo que se localiza en el Paraíso, pero necesita que Virgilio guíe a Dante a través del Infierno y el Purgatorio. La razón pernocta en las incógnitas. Como autor pagano, Dante solo podrá acceder estos dos reinos. Nada más deletéreo que una fe asesina. Los paganos no entran al cielo, porque nacieron en el tiempo equivocado, un criterio mordaz si consideramos que, ni en Paraíso ni en el Infierno (mucho menos en el Purgatorio) existe el tiempo. Por la misma razón, Virgilio goza de privilegios de acceso al Purgatorio y al Infierno. Así, como Neil y Sal en En el camino de Kerouac, parten camino al norte de Italia, donde Dante fija la entrada al infierno.
Así, Dante, en el Canto V de su Infierno, llega a conocer a Francesca, cuyo amorío con Paolo adquiere dimensión memorable cuando se nos revela que la debilidad moral de los enamorados los atacó cuando leían la leyenda de Lancelot y sus amores furtivos con Guenevere, esposa del Rey Arturo.
Es decir, el orden paradisíaco se interrumpe, nuevamente, ante la contingencia de un conocimiento nuevo.
Los amantes abrazados en el sin-tiempo del infierno, sin embargo, se sienten poseídos por una fuerza sin residencia en sus cuerpos. La culpa es de Cupido, le sirve Francesca a Dante. Estábamos solos sin el menor recelo, dice Francesca. Más de una vez esa lectura hizo que nuestras miradas se encontraran y drenaran el color de nuestros rostros, confiesa. Este hombre, que nunca se separará de mí, todo tembloroso, me besó en la boca, dice; y ese día no leímos más, dice.
Por un lado, a Francesca la cobija el argumentando de no tener la culpa de lo sucedido. Se debió a los dioses, sus encantos y decisiones.
Al enterarse de lo sucedido entre Francesca y Paolo, Gianciotto saca su espada y decide arrancarles la vida a ambos.
El poeta Tim Reynolds dice que, con excepción de Judas y Ulises, Francesca y Paolo son la atracción mejor cotizada en el Infierno. John Keats les miraba en una tormenta melancólica.
Pero pocos consideran que es el libro el causante de semejante tragedia.
Me doy a pensar que, como Eva y Adán en el paraíso, acceder el conocimiento se paga con la muerte. La memoria del conocimiento, por supuesto, son los libros, e igual, como Borges y McLuhan entendían, son extensiones de la memoria. Los libros solo pueden conducir al infierno, parece decirnos Dante.
La Divina comedia, escrita en el siglo XIV, se cuenta entre los libros cuya lectura ha sido condenada por las autoridades y continúa bajo asedio en el siglo XXI.
Más de dos mil libros han sido vedados y puestos fuera de circulación entre 2021 y 2022 a partir de campañas iniciadas por grupos de defensa conservadora que han logrado intervenir con el libre flujo del conocimiento.
Por eso hay que dejar todo. Y liberar un libro.
© All rights reserved Elidio La Torre Lagares
Elidio La Torre Lagares es poeta, ensayista y narrador. Ha publicado un libro de cuentos, Septiembre (Editorial Cultural, 2000), premiada por el Pen Club de Puerto Rico como uno de los mejores libros de ese año, y dos novelas también premiadas por la misma organización: Historia de un dios pequeño (Plaza Mayor, 2001) y Gracia (Oveja Negra, 2004). Además, ha publicado los siguientes poemarios: Embudo: poemas de fin de siglo (1994), Cuerpos sin sombras (Isla Negra Editores, 1998), Cáliz (2004). El éxito de su poesía se consolida con la publicación de Vicios de construcción (2008), libro que ha gozado del favor crítico y comercial.
En el 2007 recibió el galardón Gran Premio Nuevas Letras, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Puerto Rico, y en marzo de 2008 recibió el Primer Premio de Poesía Julia de Burgos, auspiciado por la Fundación Nilita Vientós Gastón, por el libro Ensayo del vuelo.
En la actualidad es profesor de Literatura y Creación Literaria en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha colaborado con el periódico El Nuevo Día, La Jornada de México y es columnista de la revista de cultura hispanoamericana Otro Lunes.